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La historia del futuro

Una estampa de Jean Marc Coté dibujada a finales del siglo XIX, que muestra cómo será el futuro

Pablo G. Bejerano

Madrid —

Hace mil años no había futuro. El concepto de futuro que hoy está asimilado por todos no siempre ha existido. A lo largo de la historia las sociedades no han llegado a imaginar que el futuro sería distinto a su presente, ni siquiera han llegado a imaginar un futuro. No es hasta hace unos pocos cientos de años cuando se producen las primeras incursiones en el pensamiento que abren un camino para tomar conciencia de un porvenir común.

Hoy en día la idea de futuro está normalizada. Es habitual descubrirse pensando cómo será la vida dentro de 20, 30 ó 100 años. Se reflexiona en voz alta sobre ello y los medios de comunicación contribuyen a este murmullo sobre el porvenir cada vez que se produce un avance científico, mientras que las empresas de tecnología corren a colgarle a sus productos la etiqueta de revolucionarios (revolucionarán el futuro, claro).

El libro escrito por el historiador alemán Lucian Hölscher, ‘El descubrimiento del futuro’ (Siglo XXI de España), hace un repaso a la evolución de la idea de futuro en las sociedades, desde su inexistencia hasta nuestros días, pasando por su consolidación a finales del s. XIX. El concepto, tal y como lo conocemos, es muy reciente en comparación con la historia de la Humanidad. No se forma hasta los siglos XVI y XVII en Europa Occidental, cuando empieza a estar ligado al devenir histórico como un proceso coherente de evolución de la Humanidad.

Citando al libro, “siempre hubo, es cierto, acontecimientos futuros que los seres humanos esperaban. Pero no siempre existió la idea de un tiempo homogéneo que fuese discurriendo y en el que previsiblemente acabarían asentándose tales acontecimientos.” La exposición teórica del texto al principio da paso a una narración más mostrativa, sin perder el tono filosófico. El libro va de menos a más, relatando cómo el pensamiento horada dentro de sí para descubrir poco a poco el futuro.

La imaginación como ingrediente inseparable

‘El descubrimiento del futuro’ narra detalles reveladores en relación con la idea de futuro. Uno de los primeros conceptos que introduce el autor es el del continuo espacio-tiempo. Sencillamente no existía hasta antes del siglo XIII. Por ejemplo, los vikingos creían haber entrado en un nuevo mundo a llegar a América. Los mapamundi de la baja edad media, como el de Ebstorf, no representaban geográficamente el mundo, en el dibujo se mezclaban geografía y mitología. Sin una continuidad espacio-temporal la imaginación podía volar hacia mundos desconocidos en lugar de hacia un tiempo desconocido, por venir.

La visión cristiana del mundo en la época medieval también supuso un freno a la aparición del futuro. El filósofo San Agustín habla de esta idea como de una realidad, igual que si se tratara del pasado o el presente. El futuro eran hechos consumados, que entre otras cosas incluían el Día del Juicio Final. En el libro, Hölscher mezcla filosofía, historia y lingüística para explicar y desgranar poco a poco su tesis: que el futuro es una abstracción.

La clave para el despegue del futuro es la necesidad de planificar la vida que vendrá de forma colectiva. La Revolución Francesa marca el gran cambio, cuando la soberanía recala en el pueblo con el derecho a voto y –pese a las limitaciones del sufragio – afloran las promesas electorales.

El comienzo del socialismo y el auge de los nacionalismos alimentan la idea de un futuro mejor, que genera eco gracias a la difusión de la prensa. Las corrientes políticas surgidas en el siglo XIX envuelven su bandera en promesas colectivas. Pero también los descubrimientos científicos alimentan la idea. A ello contribuye la prensa, pero también las novelas.

La ficción en el siglo XIX se empapa de la idea de futuro y escarba en ella para anticipar cómo serán las maravillas que nos reserva el porvenir. Julio Verne, el socialista estadounidense Edward Bellamy o H.G. Wells escriben utopías técnicas, que con frecuencia se convierten en anticipación del futuro por lo rápido que progresan los avances. Más adelante el género de la utopía se volverá del revés y será la distopía o antiutopía la que concentre las proyecciones literarias sobre el futuro.

Hasta las marcas aprovechan comercialmente el tirón que tiene la idea del futuro. Destaca la serie de dibujos Comment vivron nos arrière-neveux en l’an 2012 (Cómo vivirán nuestros sobrino-nietos en el año 2012) para promocionar los chocolates Lombart. Tampoco tienen desperdicio las postales presentadas en la Exposición Universal de París en 1900 y realizadas por Jean Marc Côté entre otros artistas. Ambas series muestran aparatos voladores en las ciudades, viajes de turismo a la Luna, la mecanización del campo y hasta una rudimentaria videoconferencia.

Hacia el año 1900 se hace necesario renovar las ciudades para albergar las nuevas infraestructuras labradas en el siglo XIX. El futuro explota en el pensamiento y literalmente lo hará en dos guerras mundiales, ambas anticipadas colectivamente. Hölscher deja clara una cosa en su ensayo: la capacidad de proyectarse en un futuro no es antropológica sino el resultado de un proceso histórico. Termina apuntando que no sabemos si desaparecerá ni cuándo lo hará (si lo hace).

Imágenes: Dominio público

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