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Desde cortar y pegar ADN hasta 'biohackers': llegan los humanos 2.0

Jared Leto en 'Blade Runner 2049'

José Antonio Luna

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? De momento, la pregunta que titula el libro de Philip K. Dick solo preocupa en distopías como Blade Runner. Sin embargo, en el mundo real, la unión entre humanos y tecnología continúa avanzando. Lo último: unos científicos de Harvard han conseguido insertar un GIF animado en el genoma de bacterias.

El estudio, publicado en la revista Nature, muestra cómo utilizaron una técnica llamada CRISPR, descubierta por el español Francisco Mójica, que permite cambiar la secuencia genética mediante un “corta y pega”. Así, los especialistas editaron las propiedades de una bacteria y sustituyeron los nucleótidos del ADN por píxeles de una imagen.

“De la misma manera que las imágenes se pueden codificar en 0 y 1, también han conseguido catalogar la información con las cuatro letras del código genético”, explica a eldiario.es el científico Lluis Montoliu, investigador del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC.

A pesar de que la calidad del GIF con un caballo cabalgando es bastante pobre, el experimento demuestra algo: el cuerpo humano puede convertirse en sistema de almacenamiento, similar a lo que podría ser un disco duro o una memoria USB. “Si hemos logrado esto con una microbacteria, imagina con otro ser vivo”, apunta Montoliu. Continúa diciendo que “al tener mayor capacidad de información, se podrían incorporar muchísimos más datos”.

De momento, el descubrimiento sirve para demostrar que existe un nuevo formato de almacenamiento hasta entonces desconocido. El futuro, no está tan claro: “Dónde nos lleve la tecnología y las aplicaciones que se deriven de este hallazgo pueden ser imprevisibles”, señala el biólogo.

La unión entre tecnología y cuerpo humano

Unas mallas inteligentes para hacer yoga, una pulsera capaz de transformar el movimiento en música, o relojes con mecanismos avanzados para comprobar la frecuencia cardiaca. Todos ellos pertenecen a los llamados dispositivos wearables, una tecnología definida como “invisible”. Pero no porque sean indetectables por el ojo humano, sino porque pueden integrarse con la vida cotidiana de la misma forma que lo hace una prenda de ropa o unas gafas.

Aunque los wearables permiten cierta unión entre humanos y tecnología, hay quienes deciden que la integración todavía puede ser mayor. Uno de ellos es el hacker Hannes Sjoblad, quien en noviembre de 2014 organizó lo que llamó la “fiesta de los implantes”. Como cuentan en la BBC, el evento reunió a un grupo de ocho personas en Swahili Bobs, un salón de tatuajes situado en Estocolmo.

Los voluntarios, confiados del potencial de la tecnología, se implantaron un microchip de identificación por radiofrecuencia bajo la piel de sus manos. Con este sensor, que es capaz de transmitir la identidad de un objeto, podrían abrir la puerta de su casa sin necesidad de llaves o detectar quién está utilizando las pesas del gimnasio más cercano. “Hay una explosión continua con el Internet de las Cosas”, afirma Sjoblad en el texto de la BBC. “Los sensores van a estar a nuestro alrededor y yo puedo registrar mi actividad con ellos”, continúa.

En la misma línea, como refleja el Business Insider, se sitúa una empresa sueca que recientemente ha implantado microchips a 150 empleados. Con esta tecnología, los trabajadores pueden abrir puertas o utilizar impresoras de la oficina con solo agitar la mano cerca de estos dispositivos. Así, para crear un cíborg, la compañía solo necesita una capsula del tamaño de un grano de arroz y un pinchazo para incrustarla en el cuerpo.

Pero integrar microchips no se trata de algo demasiado novedoso, sino de algo que, como matiza Lluis Montoliu, “tiene poca ciencia” porque “es posible desde hace muchos años”. “Es un chip de localización que, en lugar de tenerlo en tu bolsillo o en la solapa de tu chaqueta, lo tienes debajo de tu piel”, explica el investigador.

Para Montoliu resultan mucho más innovadores inventos como el desarrollado por Neil Harbisson, un artista que nació con daltonismo monocromático, una alteración genética con la que solo podía ver en blanco y negro.

¿La solución? Harbisson implantó un dispositivo Bluetooth en su cerebro con el que puede escuchar los colores de los objetos hacia los que dirige su mirada. “Dado que el ojo no es capaz de llevarle la información correcta, hay un detector que capta los datos del color y los envía a la zona correspondiente del cerebro”, explica el biotecnólogo.

Más allá del laboratorio: los biohackers y grinders

biohackersgrindersAunque la ciencia de laboratorio se caracteriza por tener los instrumentos adecuados y crear las condiciones ambientales necesarias para realizar experimentos, también existen comunidades como el Do-It-Yourself Bio [Biología “hazlo tú mismo”] o, como ellos mismos la llaman: “biología de garaje”.

Se definen como biohackers y están presentes en todo el mundo. Su filosofía, como explica a eldiario.es Daniel Grajales, miembro de DIYBio Barcelona, es “concienciar a las personas de que la biotecnología es una herramienta y que tenemos que usarla nosotros”. Defiende que “no hace falta esperar a que sea la gran institución la que nos diga cómo emplearla”.

Para Grajales, no existe ningún peligro en poner la biotecnología al alcance de cualquiera. “¿Qué riesgo habría? ¿Fermentar tu propia cerveza y que te entre diarrea?”, comenta entre risas. Sin embargo, como muestran en Quartz, el fenómeno del biohacking ha provocado que la empresa Nootrobox de Silicon Valley desarrolle drogas “inteligentes” para elevar funciones como la memoria, la atención o la creatividad. Se tratan de nootrópicos, unos fármacos que estimulan el cuerpo cuando la actividad de alguien disminuye a causa del cansancio.

Desde el colectivo de científicos, tampoco apoyan las prácticas defendidas por los biohackers. “No me parece adecuado, yo creo que cualquier desarrollo y avance debe hacerse en los sitios apropiados y con la regulación correcta”, indica el investigador del Centro Nacional de Biotecnología, que también es miembro del Comité de Ética del CSIC.

A pesar de ello, la cultura del biohacking cuenta con una vertiente aún más extremista: los grinders. Para ellos, tener cinco sentidos no parece suficiente, y por eso se dedican a experimentar con el cuerpo humano:  “Del mismo modo que en la Revolución Industrial potenciamos nuestros músculos con motores de vapor, ahora estamos en la ocasión perfecta para hacer que el cerebro funcione a través de las computadoras”, comenta uno de los usuarios del foro Biohack.

Además, cuentan incluso con una página similar a Wikipedia donde indican que “practicamos la funcional (y a veces extrema) modificación del cuerpo en un esfuerzo por mejorar las condiciones de vida humanas”. Añaden que “nos hackeamos con hardware electrónico para ampliar y mejorar nuestras capacidades”. Aun así, desde DIY Bio Barcelona insisten en que “biohacking ygrinder son dos ramas separadas, no tenemos relación unos con otros”.

Todavía hay barreras que separan lo biológico de lo mecánico, pero los avances en la industria apuntan a que esa frontera será cada vez más difusa. No obstante, esta tecnología también abre la puerta a interrogantes éticos de difícil respuesta y que no siempre son respetados por todos los colectivos.

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