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En la era de la posverdad, ¿se puede hablar de posficción?

Imagen publicada por Santiago Abascal en su cuenta de Instagram en Enero de 2018.

Felipe G. Gil

Hace unas semanas Pablo Casado visitaba la Catedral de Oviedo y publicaba un tuit en el que ensalzaba la Reconquista para hacer una analogía con la actualidad y dejar claro que van a recuperar España para “un gobierno sensato que defienda la unidad nacional” entre otras cosas. La cuenta oficial de Vox contestaba en tono jocoso con un tuit en el que dejaban claro a Casado que “no da el perfil para apuntarse a la vanguardia de la reconquista”. Acompañado de una foto donde podía verse a Abascal con un casco asociado a la Castilla del siglo XVI.

Al margen de que algunos tuiteros se encargaron de señalar el error de presumir de un objeto asociado a la reconquista que en realidad se usó un siglo más tarde, como sucede con casi cualquier contenido asociado a políticos conocidos la imagen comenzó a circular libremente y a generar sus propios memes. Sin embargo, muchos dieron por sentado que la imagen era falsa. ¿Abascal de perfil en un balcón acompañado de un casco que tiene más de 500 años? Tiene que ser Photoshop.

¿Qué implica esto? ¿La realidad resulta tan bizarra que la ficción es más confortable? ¿O es que vivimos tan rodeados de photoshops, manipulaciones y material que se considera 'falso' que la realidad comienza a resultar inverosímil? “En un mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso” decía Guy Debord reflexionando sobre la sociedad del espectáculo. En un mundo donde el estado de excepción es la norma, lo cotidiano es excepcional. En definitiva, lo que está en juego es la noción misma de lo que es real y lo que no.

El ecosistema mediático está saturado y no parece que la señal vaya a reducirse, sino todo lo contrario: tenemos noticias falsas, desinformación, bulos, montajes, memes... Hay medios de comunicación, partidos políticos, periodistas, tuiteros generando o reenviando contenido. Las instituciones públicas y empresas intentando ubicarse. La Comisión Europea alertando sobre la desinformación con datos alarmantes y pidiendo dejar de usar el término fake news. Facebook contratando a Maldito Bulo y Newtral porque “una vez que una historia es calificada como falsa, somos capaces de reducir su distribución en un 80%”. Pero, ¿qué pasa con los contenidos que no pretenden pasar por verdaderos sino que son abiertamente falsos y buscan insertarse en este ecosistema?

Este fin de semana el escritor Manuel Bartual ha impartido un taller en Kosmopolis, un festival de nuevas tendencias literarias del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. También una charla titulada: “¿Puede la posficción salvarnos de la posverdad?”. En un texto que presentaba un poco los mimbres de la charla y el taller, Bartual proponía el término posficción y lo explicaba de la siguiente manera:

Frente al debate que suele suscitar la publicación de los relatos de posficción más populares, en los que hay quien se plantea cuál debería ser el límite ético de este tipo de historias presentadas como ciertas, conviene echar la vista atrás para recordar que «lo que necesitamos es educación, no prohibiciones». Lo decía una oyente de la retransmisión original de La guerra de los mundos en una carta enviada a la Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos en 1938, convencida de que «esta retransmisión demostrará ser beneficiosa y que, al menos durante un tiempo, hará que las personas sean un poco más cuidadosas con la fuente y la naturaleza de su información». Así fue.

Desde el principio del famoso hilo que Bartual produjo con Modesto García, hubo muchas personas siguiendo el hilo que se dieron cuenta de que era ficción. A partir de ahí hubo dos posturas: 1. Quienes querían desenmascarar los mecanismos de la mentira. 2. Quienes aceptaron el pacto de la ficción y decidieron jugar. Este segundo grupo es numeroso y se suele agrupar en torno a contenidos digitales de sátira política. Ocurrió por ejemplo con este montaje de Dolors Boatella.

La conocida creativa, guionista y humorista planteaba de forma brillante y con una simple manipulación la siguiente diatriba: si la justicia no ha sido capaz de probar que el nombre “M. Rajoy” en los papeles de Bárcenas correspondía a Mariano Rajoy, ¿por qué habría de resultar inverosímil que este firmara a cámara como M. Rajoy? Lo primero es tan absurdo que lo segundo no lo resulta tanto. Y además es gracioso. La propia Boatella ironizaba diciendo: “Es la primera vez que firmo un meme y que todo el mundo piensa que es real”.

Nadie se alertó al ver este tuit el año pasado que anunciaba la participación de Sergio Ramos en la segunda guerra carlista. Es un chiste. Pero también forma parte de un contexto donde la sátira en contextos digitales se ha instalado como forma de diálogo. Nunca en otro lugar hubo que avisar que se hablaba en serio (cuando alguien avisa de que va a hacer un #TuitSerio) porque 'todo es de coña'.

Así pues, mientras apoyamos y luchamos contra la desinformación y en lo que el currículum educativo incluye como eje central de la educación mediática, quizás sería bueno asumir que la generación de 'lo falso' (ya se llame desinformación, ficción o posficción) requiere de unas destrezas que, alimentadas con espíritu crítico y acompañadas de ciertos valores sociales, pueden generar un ecosistema mediático y digital más sano y más divertido.

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