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The Guardian en español

La batalla global para controlar Internet no ha hecho más que empezar

Open Internet For All (Abrid Internet Para Todos)

John Harris

Aunque solo sea por un instante, olvídense del drama en torno al Brexit, que no deja de ser una cuestión provinciana, y piensen en la gigantesca cifra de usuarios de Internet y en los aspectos más básicos de la vida cotidiana de 4.000 millones de personas. Esta es una historia del siglo XXI, pero en algunos aspectos a aquellas personas que tienen suficiente edad para haberla vivido les recordará a la Guerra Fría. El uso que hacen los usuarios de la Red determinará cómo interpretan su propia experiencia o los acontecimientos en el mundo real.

Por un lado, está el sistema utilizado en China, que produce una gran cantidad de datos de carácter personal que se diluyen en un enorme aparato estatal de vigilancia y de censura. Este modelo se basa en el dominio de dos gigantes, cuyo imperio se sostiene en parte porque los usuarios chinos pagan con su teléfono inteligente, en vez de hacerlo con una tarjeta de plástico anticuada. Sobresalen el gran conglomerado de comercio electrónico Alibaba, y Tencent, propietario de WeChat, la plataforma que utilizan a diario más de 1.000 millones de usuarios. Los usos son tan variados que parece imposible desempeñar un papel en la sociedad sin tenerla: pagos, relaciones sociales, envío de mensajes, contratación de viajes, vuelos y alojamientos, o juegos.

En el otro extremo de esta brecha digital encontramos el modelo de Occidente, que se ha ido extendiendo a lo largo y ancho del mundo, dominado por Google y Facebook. Estos mastodontes también tienen en sus manos una cantidad ingente de información de carácter personal pero se presentan como compañías que encarnan valores liberales y que defienden los derechos y libertades, incluso cuando abrazan el modelo social conocido como “capitalismo de vigilancia”.

Una de las preguntas más importantes del momento actual es qué modelo prevalecerá, sobre todo para llegar a la mitad de la humanidad que aún no tiene acceso a Internet. En un contexto en el que la guerra comercial auspiciada por Donald Trump ha creado un estado de ánimo bronco, la batalla ya no se libra solo entre las plataformas chinas y las estadounidenses. No es tan sencillo. De hecho, las tensiones entre tecnológicas se han hecho más evidente en todo lo relativo a la esencia de la infraestructura, en especial en todo lo que hace referencia a las actividades del gigante Huawei.

Tanto China como India y África invierten grandes sumas en proyectos del sector tecnológico. Tengamos en cuenta también la posibilidad de que Alibaba se enfrente de igual a igual a Amazon o la rivalidad entre Uber y su homólogo chino, Didi. Esto nos da pistas de cuál será la situación en el futuro; especialmente en lo relativo al dominio por parte de China de los sistemas de pago por telefonía móvil, que supera con creces a los países de Occidente. A lo largo y ancho del mundo, la geopolítica se ordenará en función de si China o Estados Unidos es el actor tecnológico más influyente.

Al mismo tiempo, nunca hasta ahora se había cuestionado tanto que algunas empresas con sede en Estados Unidos sean tan poderosas. La política demócrata Elizabeth Warren, posible candidata presidencial, quiere terminar con el monopolio de Facebook, Google y Amazon. En el Congreso de Estados Unidos también se respira este mismo estado de ánimo en lo relativo al sector.

Como lo demuestran varias iniciativas, como el llamado derecho al olvido [relacionado con la protección de datos personales, que permite eliminar información en la red que ha quedado obsoleta con el paso del tiempo, como por ejemplo, los ficheros de morosos], la ley europea de protección de datos personales (GDPR) o la multa que la Unión Europea impuso a Google (por obligar a los clientes a no aceptar anuncios de otros motores de búsqueda), resulta evidente que la UE está mucho más adelantada.

Hasta ahora, el estereotipo de legisladores y reguladores se reducía a hombres de pelo gris que apenas entendían cómo encender sus teléfonos. Sin embargo, esto eso está cambiando rápidamente.

Esta especie de nueva Guerra Fría junto a la batalla para regular este sector es el contexto a partir del cual tenemos que analizar las estrategias de los grandes gigantes tecnológicos occidentales, en especial cuando nos referimos al fundador y director ejecutivo de Facebook, Mark Zuckerberg. Hace diez años, afirmó creer en un ideal que llamó “transparencia radical”, y en “el concepto de que el mundo será mejor si se comparte más”.

Ahora, asustado por el hecho de que su compañía parece haber caído irremediablemente en desgracia, defiende “una visión de las redes basada en la privacidad”. Obviamente, esta visión es incompatible con la que defendía con anterioridad y revela algo mucho más prosaico: la sensación de que intenta desesperadamente escapar de las garras de los potenciales reguladores, para que Facebook siga dominando el Internet occidental y pueda penetrar en nuevos mercados.

Hace tan solo dos semanas, Zuckerberg publicó un post extenso en el que anunciaba su intención de desarrollar “una plataforma de comunicaciones en torno a la privacidad que se convertiría en una herramienta incluso más importante que las que existen en la actualidad”, basada en los mensajes encriptados, y la idea -copiada de Snapchat- de que el contenido se autodestruya para que no persiga a las personas que lo han publicado. Aunque lo realmente importante es que quiere ofrecer a la vez los servicios de mensajería de Facebook, Instagram y de WhatsApp, lo que seguramente dificultaría cualquier intento de separar las tres plataformas.

De momento, y a corto plazo, Facebook seguirá como hasta ahora. Al mismo tiempo, es probable que, con la nueva plataforma, Zuckerberg y sus colegas consigan acumular enormes cantidades de metadatos (con quién hablamos y durante cuánto tiempo, y dónde estamos). El hecho de que los mensajes estén codificados servirá para reducir la presión sobre los moderadores de la empresa, que están desbordados.

A medida que aumenten los insultos y el malestar de los usuarios, los altos cargos de Facebook podrán negar cualquier responsabilidad y se mantendrán al margen. En cualquier caso, llama la atención el alcance del nuevo proyecto de Zuckerberg: su plan es “hacerlo lo más seguro posible, y luego construir más formas de interacción, como llamadas, videoconferencias, reuniones de negocios, pagos, ventas y, en última instancia, una plataforma para muchos otros tipos de servicios privados”.

Este es precisamente el modelo de aplicación que sirve para prácticamente todo, como WeChat, también para gestionar operaciones bancarias diarias, con la consiguiente avalancha de información personal. Los planes de Zuckerberg no solo evidencian la ambición y la más que cuestionable noción de “privacidad” del fundador de Facebook. También ponen de manifiesto el hecho de que en un contexto en el que el modelo Occidental y el modelo Oriental de Internet compiten para hacerse con el control de la Red a nivel mundial, ambos modelos están convergiendo.

Tal vez no deberíamos sorprendernos tanto. En el punto más álgido de la Guerra Fría, a pesar de la rivalidad entre ambos bloques, era frecuente hablar de Estados Unidos y de la Unión Soviética como sociedades cada vez más similares, sujetas a lo que el teórico social Herbert Marcuse llamó “requisitos comunes de industrialización”, ambas muy dependientes de la burocracia y de la planificación centralizada. Tras las revoluciones de 1989, esta noción básica dio un giro de 180 grados, de modo que el Este y el Oeste se dirigían hacia un futuro compartido de democracia liberal y libre mercado, una visión que también se proyectaba hacia una China cada vez más próspera, hasta que la llegada del Presidente Xi Jinping puso de manifiesto una situación mucho más compleja.

Ahora, Occidente y Oriente vuelven a converger, pero lo hacen controlando y recabando información de los usuarios, intentando manipular sus decisiones y comportamientos, y diseñando empresas de dimensiones tan gigantescas que penetran en todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida.

De hecho, el peligro al que nos enfrentamos es que en el mundo compitan dos visiones de la red que sean preocupantemente similares: por un lado, la vigilancia y la censura perpetradas por empresas que se confabulan descaradamente con Estados autoritarios; por otro, las corporaciones tecnológicas que todo lo ven, cuyos vínculos con el gobierno siguen siendo oscuros y opacos, como Edward Snowden ya nos avanzó.

Los legisladores, los organismos reguladores, los desarrolladores y empresarios deben tomar nota: si la democracia del siglo XXI y las ideas más básicas de la ciudadanía tienen algún valor, el Internet de Occidente no debería converger con el de China, sino más bien avanzar en la dirección opuesta.

Traducido por Emma Reverter

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