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The Guardian en español

Nos reímos de la propaganda rusa pero Hollywood no se queda corto

Imagen promocional de The Crown

Simon Jenkins

La mujer que aparece en la gran pantalla se tambalea, con sangre en su rostro. Algunas de las heridas son meros rasguños, otras son más profundas. A nadie le importa porque su actuación es sensacional. Su nombre es la verdad y ha recibido una terrible paliza.

El nuevo thriller 'All the Money in the World' ('Todo el dinero del mundo'), basado en el secuestro de John Paul Getty III en 1973, señala que está “inspirado” en “hechos reales” y que pertenece al género “histórico”. ¿Qué quiere decir si gran parte de lo que cuenta no es cierto? ¿Por qué no decir que está inspirado en “mentiras” y que pertenece al género de la ficción? Eso sería cierto.

Del mismo modo, la promoción de la película más reciente sobre Churchill, 'Darkest Hour', afirma que el actor Gary Oldman “es Churchill”. Todos, incluido el gran hombre, se han transformado para ser como los personajes reales. Nos piden que nos lo creamos. Sin embargo, se sacan de la manga una escena, fuera de lugar, en la que Churchill habla en el metro con personas normales y corrientes; obviamente con la finalidad de presentarlo como alguien cercano. Esto nunca pasó así que ¿cuántas escenas más “que no son Churchill” se habrán inventado? ¿Algunas? ¿La mayoría? ¿Todas?

A los espectadores de la serie de televisión 'The Crown' también se les pide que asuman como verdaderos los hechos que se les presentan sobre la vida de la reina de Inglaterra. Sin embargo, el historiador Hugo Vickers ha detectado muchos hechos inventados, entre ellos, que el príncipe Felipe de Edimburgo (marido de la reina) y el osteópata de la alta sociedad Stephen Ward estaban vinculados con el escándalo Profumo [en 1963 se supo que el ministro de Guerra británico, John Profumo, había tenido una relación con una mujer que a la vez también era amante de un espía ruso, el ministro tuvo que dimitir].

Al espectador en ningún momento se le indica qué es verdad y qué es mentira. A partir de ahora y para los espectadores del mundo entero, 'The Crown' es “la verdad” sobre la reina de Inglaterra y su marido.

¿Debería importarnos? Los defensores de Hollywood señalan que no hay nada de malo en inventarse algunos hechos si es para entretenimiento del público. Partiendo de la base de que las noticias ya forman parte del entretenimiento, ¿qué sentido tiene quejarse si el entretenimiento transforma la realidad para que sea más atractiva? ¿Qué importancia tiene si el secuestro de Getty no terminó con una persecución en coche nada original o que el príncipe Felipe de Edimburgo no hubiera tenido una aventura?

Al biógrafo Lawrence James le encanta la película más reciente sobre Churchill porque “aunque no sea del todo veraz” es “como debería haber sido la historia… la historia como obra de arte diseñada para cautivar al mundo”.

Me pregunto si diría lo mismo de una película con hechos inventados y que ensalzara a los alemanes. No conocemos la opinión de la reina sobre las invenciones de 'The Crown' pero dudo de que describa la serie “como debería haber sido la historia”. ¿Por qué los productores sienten esta necesidad de inventarse partes de la vida de la reina, o del secuestro de Getty, o de Churchill, cuando la realidad es tan o más interesante? ¿Realmente creen que la figura de Churchill necesita mentiras para consolidar su reputación?

La industria del cine parece haber perdido la fe en la ficción como género capaz de conmover corazones y mentes. Para vender su producto recurre a la autenticidad de la historia pero la ficción depende de la suspensión momentánea de la incredulidad al crear una realidad falsa pero plausible, como hace Tolstoi en Guerra y paz al ofrecer el escenario histórico de Borodino.

Los documentales pretenden ser periodismo; la auténtica realidad. Esto depende de la confianza en la veracidad del narrador.

No disfruté con la película sobre el secuestro de Getty porque constantemente oscilaba entre escenas de hechos históricos y escenas de pura fantasía. La ficción y la realidad se mezclaban hasta tal punto que al final dejé de saber qué era verdad y qué era mentira.

Y es por este motivo que, en lo relativo a series o películas sobre Washington prefiero 'Washington Behind Closed Doors' y 'El Ala Oeste de la Casa Blanca' en lugar de 'Todos los hombres del presidente' o 'JFK' de Oliver Stone. Sabía que las primeras eran ficción, mientras que las otras dos pretendían ser ficción, pero sólo hasta cierto punto. Me gustó 'La lista de Schindler' de Steven Spielberg, porque sé que confirmó todos y cada uno de los hechos históricos. También me gustó 'Frost-Nixon' tras saber que describe con exactitud el diálogo entre el presentador y el presidente estadounidense.

Como periodista me enseñaron a respetar la realidad, ya que el periodismo debe proteger la verdad hasta la llegada de los historiadores. Por supuesto que cometemos errores. Sin embargo, la falsificación deliberada no está bien y lo sabemos. Es por esta razón que Occidente siempre ha ridiculizado, de hecho todavía lo hace, a los propagandistas rusos que se inventan noticias y distorsionan la historia. Y es por este motivo que criticamos a Donald Trump.

Por lo tanto, me reconforta sentir esta incomodidad cuando veo mentiras disfrazadas de verdad. Creemos lo que leemos y vemos en los periódicos y libros porque, inconscientemente, es una necesidad que tenemos. Necesitamos creer en los que escriben, editan, graban y filman la supuesta verdad porque no tenemos alternativa.

Este problema no solo lo tiene la industria del cine. Michael Wolff acaba de publicar el libro sobre la presidencia de Trump, Fire and Fury (fuego y furia), plagado de información de segunda y tercera mano, que a menudo es muy insultante para las personas nombradas. Trump, que obviamente no es imparcial, afirma que la mitad de las citas del libro son inventadas. Un periodista de BBC ha señalado que esta descripción de la Casa Blanca es demoledora “incluso si solo la mitad de lo que se dice es verdad”. Eso depende de qué mitad. Podríamos decir lo mismo de los reportajes de la BBC pero no lo hacemos ya que asumimos que son escrupulosos con la verdad.

Ese gran pilar de la ética periodística, el New York Times, solía tener por norma no publicar citas anónimas insultantes salvo que el editor conociera y comprobara la identidad de la fuente. Esto ya es historia en el Reino Unido y probablemente también en Estados Unidos. Creo en la integridad de Wolff, pero ¿debería creerme que ha revisado quién le hizo llegar estos chismes maliciosos, solo porque resulta que me gustan estos chismes?

¿Y cuál será el resultado cuando el libro se convierta, todavía más distorsionado, en una película de Hollywood sobre Trump? En estos momentos el periodismo abusa de las declaraciones de fuentes que no se identifican. No podemos saber si son inventadas y debemos confiar en la ética de los periodistas y de los directores. De esta frágil base de confianza depende la percepción que tenemos del mundo que nos rodea.

Estoy seguro de que algún día los historiadores harán el esfuerzo de corregir la versión de la historia elaborada por Hollywood: de hecho, durante cuatro siglos han intentado corregir la versión de Shakespeare. No podemos esperar tanto tiempo. George Orwell no bromeaba cuando afirmó que los que controlan el pasado también controlan el futuro.

Las películas que distorsionan deliberadamente la historia deberían ir acompañadas de un certificado F, es decir, Ficción. Cuando le dan un puñetazo a la verdad lo que hacen es, simple y llanamente, mentir.

Traducido por Emma Reverter

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