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Atocha, 2016

Víctor Alonso Rocafort

Plaza de Antón Martín (Madrid). Son las 10.15 horas del domingo 24 de enero. Cerca de 200 personas nos encontramos frente al monumento en honor a los abogados laboralistas de Atocha asesinados a sangre fría por fascistas hace 39 años. Estoy junto a Sol Sánchez, diputada de UP-IU en el Congreso, cuando se nos acerca una mujer. Nos habla de la campaña de la que fuimos candidatos. Nos dice que le ha devuelto las fuerzas para seguir haciendo política. Le damos las gracias.

Prosigue. Nos cuenta que desde el 20D ha vuelto a la protesta, en concreto al Hospital de la Princesa. Recuerdo entonces un acto de campaña en Hortaleza, especialmente entrañable, donde un grupo de activistas mayores que protestan cotidianamente en ese Hospital repartieron hojas con letras de canciones a los asistentes. En un momento dado todos, niños, jóvenes y mayores, nos pusimos a cantar villancicos contra los recortes y la corrupción. Puede que ella estuviera allí.

Tiene 71 años, nos detalla. Y, tras decirnos esto, se despide.

Al minuto regresa. Nos dice entonces, con los ojos brillantes, que era muy amiga de uno de los asesinados en Atocha, creemos escuchar que menciona a Luis Javier Benavides. “Era una dulzura, muy bueno. Venía del barrio de Salamanca pero estaba muy implicado, nos ayudaba a quienes estábamos en asociaciones. Ese día estuve con él. Nos despedimos rápido, tan solo 20 minutos antes de la matanza. ‘Tengo una reunión en Atocha, me voy que llego tarde’, me dijo. Al rato recibí una llamada de un buen amigo común: ‘¡Nos lo han matado, nos lo han matado!’”.

Una semana después de este acto leo un texto de Ana R. Cañil donde se lamenta de que “los jóvenes líderes de la izquierda (…) ningunean la matanza de Atocha” y de que sus “organizaciones” ya no abanderan este tipo de actos. Me llevé una gran sorpresa al leer que incluía a UP-IU y sentí la necesidad de aclararlo.

El haber sido temporalmente candidato de esta formación me ha permitido conocer ese otro lado que a veces los periodistas y analistas, a la hora de confeccionar sus crónicas, han de adivinar como si se tratara de un juego de sombras. Vengo de escribirlas y sigo en ello, entiendo por tanto bien a la periodista. Seguramente habré fallado antes en mis análisis y seguiré haciéndolo después. Pero en honor a la verdad de los hechos, y más conociéndolos, creo que lo de este 24 de enero conviene explicarlo bien.

Ese acto Alberto Garzón lo llevaba preparando una semana y había sido él quien expresamente había solicitado, a varios de quienes fuimos candidatos en Madrid, acompañarlo ese día. Era la primera aparición pública conjunta desde el 20D, por lo que percibí la relevancia que se le daba. Un compromiso personal de última hora le impidió acudir pero allí estuvimos, entre otros, Sol Sánchez, Daniel Gismero, Francisco Javier Manrique y Jaldía Abú Bakra, candidata de UP-IU al Senado. Álvaro Aguilera, secretario general del PCM y una de las almas de la campaña de UP-IU en Madrid, pronunció uno de los discursos principales.

Es por tanto, a mi juicio, un error informativo y de análisis afirmar que desde UP-IU y sus líderes se ningunea la matanza de Atocha, o que no se quiere abanderar ahora este tipo de actos. La presencia de los temas de memoria y reparación en la campaña o el propio vídeo electoral ya habrían de dar la señal de que algo no cuadra en esta hipótesis.

Pero más allá de esto, y de la siempre necesaria labor crítica sobre las acciones políticas en temas de memoria, el texto de Cañil tiene la virtud de poner sobre la mesa ciertas reflexiones interesantes.

Ofrece por ejemplo una buena ocasión para pensar la importancia de los liderazgos a día de hoy. Si no está el líder todo parece disgregarse, tanto para los colaboradores como para la prensa. Así sucede en las organizaciones y sociedades más verticales. El resto de miembros del partido ya no juzgarán tan interesante acudir. Y al mismo tiempo, aunque acudan, la prensa ya no se interesará apenas por lo que suceda. Sigmund Freud, y de alguna manera también Elias Canetti, advertía sobre esto en sus análisis de las masas: desaparecido el líder de la escena, desaparecen los vínculos por abajo.

Desde este planteamiento es comprensible que la diputada de UP-IU en el Congreso, Sol Sánchez, así como la nutrida representación de esta formación en el acto, no le sirvieran a Cañil. Faltaba “el líder”. Este parece que ha de estar en todas partes, bendiciendo cada lucha concreta para que obtenga su valor. No puede surgirle nada humano. El proceso de idolatrización al que se le fuerza parece evidente. Precisamente desde UP-IU se rechaza esto, apostando por la posibilidad de un colectivo político plenamente democrático. El reto por delante, visto lo visto, no será menor.

También el artículo da pie a pensar sobre el peligro de que los políticos y la prensa se pierdan, en los tiempos de Twitter, en estar más pendientes de aparecer ante la audiencia en las redes sociales —o de controlar si éste o el otro estuvo presente— que en un ejercicio real y respetuoso de la actividad política a la que se asiste.

El pasado 24 de enero tanto el acto en Antón Martín, como antes aquellos en los cementerios y después el del Auditorio Marcelino Camacho, se organizaron para rendir homenaje a los abogados comunistas asesinados. Esto era lo principal. Bertrand Russell relata entre los peligros del narcisismo el que empecemos a preocuparnos casi en exclusiva de que aparezca nuestro nombre aquí y allí, mientras dejamos de disfrutar de la escritura, de las clases, de la música. En definitiva, de la actividad a la que nos dediquemos y de la que solíamos disfrutar por sí misma, pero cuya proyección pública nos puede incitar a arruinar.

Algo parecido sucede con la política. Si empezamos a asistir a manifestaciones, protestas y homenajes pensando casi desde que salimos de casa en el selfie que nos vamos a hacer, si aparecemos en ellas como turistas, teléfono en mano, fotografiándonos y tuiteando compulsivamente, se perderá la esencia misma de la actividad a la que acudimos. Nos perderemos en la maraña narcisista de estos tiempos de patas cortas donde lo que parece triunfar es el espectáculo vacío y los fuegos de artificio.

A la vez persiste esa necesidad de apoyo público a las buenas causas y, en este caso, de memoria, así como de dar a conocer la labor realizada. Combinar todo esto es difícil y creo que solo se consigue desde un compromiso político real.

Más allá de quienes fueran pensando en brillar en las pantallas, que alguno quizá hubiera, lo que mayoritariamente percibí aquella mañana en Antón Martín fue un apoyo público muy real, repleto de grandeza y humildad. Auténtico respeto. Era la primera vez que iba y esta humilde grandeza me hizo pensar en cómo debió escucharse en las calles el silencio de la histórica y digna manifestación de entonces tras la matanza. Asistí al acto entre banderas del Partido Comunista, sobrecogido aún por lo que me acababan de contar, con rabia y tristeza por lo sucedido aquella mañana de 1977, viendo cómo un diputado nacional de Podemos, también varios concejales de Ahora Madrid, seguían el acto con discreción, escuchando mientras muchos cantaban al final la Internacional y una señora mayor, a mi lado, rompía a llorar abrazada a un amigo.

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