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La dinámica de la negación-represión

Mariano Rajoy y Carles Puigdemont.

Gaspar Llamazares

Promotor de Actúa y portavoz de Izquierda Abierta —

Estaba cantado: la negación ha llevado a la represión. Alguien dijo en algún momento que en el origen fue el error, y lo demás solo sus consecuencias. Y las consecuencias han sido evidentes en las imágenes de represión de los votantes del pasado domingo, el esperado, anunciado, querido o temido 1 de octubre.

Algunos discutirán y buscarán causas y responsabilidades en la actitud de los Mossos la noche anterior; otros, en los dispositivos de Policía y Guardia Civil desplegados en los centros de votación. Sin embargo, por muy graves que hayan sido los hechos desde el punto de vista humano, democrático o en su repercusión internacional, seguiremos situados en el terreno de las consecuencias. Consecuencias que, por supuesto, merecen ser condenadas y merecen la exigencia de asunción de responsabilidades para no recaer en los mismos procedimientos.

Vayamos pues a la causa, al error desencadenante de consecuencias lamentables. Ese error no ha sido otro que la negación como antesala de la posterior represión. Porque no nos engañemos, esa dialéctica de negación-represión es la que se ha convertido en seña identitaria del gobierno de Rajoy frente a los graves problemas que sufre el país. Ahora, con el conflicto sangrante entre su gobierno y el de Cataluña y “las consecuencias”, tenemos sobre la mesa el menú resultante de ‘la receta PP’: la crisis social de la desigualdad, la crisis política de la corrupción y la crisis territorial.

¿En qué ha consistido la negación? En la afirmación rotunda y reiterada por parte del Gobierno de que no habría referéndum, hasta el punto de que, cuando accidentadamente ha tenido lugar, se niega su existencia. La represión y la conversión del conflicto en desorden público ha sido la marca de Caín del PP desde el 15M, los ‘rodea el Congreso’, las movilizaciones de la minería… hasta, finalmente, la intervención policial frente al referéndum en Cataluña. Porque hubiese bastado con reconducir la convocatoria y la ley de Transitoriedad con la anulación de las mismas por parte del Tribunal Constitucional. Han sobrado la sobreactuación y la desproporción autoritarias encabezadas por el Ejecutivo de Rajoy, con la Fiscalía general a su servicio.

Somos muchas las personas que hemos echado en falta el ejercicio democrático de la división de poderes. Por supuesto, y en paralelo, hemos anhelado y pedido públicamente la vía del diálogo político. Esta dialéctica autoritaria de negación de la realidad y represión posterior se encuentra también en el origen cercano del problema, la actitud del Partido Popular frente a la reforma del Estatut. Empezó por rechazarlo, sobrevino el remedo de referéndum y, finalmente, el recurso al Tribunal Constitucional.

Aquella arrogancia excluyente y autoritaria del PP ha servido de argumento al mundo nacionalista para huir de la política hacia el populismo, esa es la cuestión, haciendo su propio ejercicio de negación de la realidad constitucional y del Estatut, para adentrarse en la agitación de la vía unilateral hacia la independencia. A todo ello no sólo ha contribuido el autoritarismo sustituto de la falta de respuesta política de Rajoy, hay que tener en cuenta que ha macerado en el caldo de cultivo de la indignación de los ajustes sociales y la ira frente a la corrupción, problemas que, sin embargo, no son exclusivos de la mayoría social de Cataluña, los compartimos en el resto de España.

El negacionismo ha sido también responsable de que la movilización frente a los ajustes y la corrupción no hayan alumbrado más allá de un cambio en la representación política que se ha quedado a las puertas del gobierno, incapaz de articular una mayoría alternativa que a buen seguro hubiera gestionado las crisis económica, política y territorial de forma más democrática. Lo cierto es que el punto en el que estamos constata el cambio en la representación bipolar por una plural, pero aún carecemos de una cultura de gobierno acorde con esa pluralidad, y así nos va.

No será fácil recomponer los efectos de las cargas policiales en la sociedad catalana, en el imaginario independentista, pero tampoco en el ámbito internacional. Eso no quiere decir que hoy sea más sólida la previsión de una declaración unilateral de independencia con nulos efectos de reconocimiento nacional e internacional. Ahora toca desandar los efectos de la dialéctica negación-represión; también de la acción-reacción entre los gobiernos central y catalán.

Nos queda la esperanza de que de las dos debilidades pueda surgir algo diferente a una nueva escalada de acción-reacción. Quizá pueda abrirse una vía de diálogo y negociación, aunque los protagonistas de la negación estén cada día más desautorizados. Quizá también por eso sería el momento de reemplazarlos.

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