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El motor del crecimiento, gripado

Imagen de archivo: un obrero trabaja en la construcción de una vivienda.

Fernando Luengo

Profesor de economía aplicada de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de Podemos. —

El remedio ofrecido por la economía convencional, y también por una parte sustancial de la economía crítica para salir de la crisis económica, crear empleo y reducir el desempleo ha sido y es apelar al crecimiento económico como hoja de ruta.

Sin embargo, antes del crack financiero ya era perfectamente visible una tendencia a la pérdida de impulso del Producto Interior Bruto (PIB). La crisis actual supone, por intensidad, un punto y aparte en la dinámica capitalista, sólo comparable al crack de 1929 del pasado siglo. La crisis no ha supuesto, en consecuencia, una quiebra de un proceso de crecimiento sostenido en el tiempo, sino más bien el desplome de economías que, desde las últimas décadas, ya habían mostrado evidentes signos de atonía.

Hay un debate, que no pretendo simplificar, sobre las raíces de esa evolución tendencial de las economías capitalistas (marxismo, estructuralismo, visiones postkeynesianas…). Algunos de los factores que, presentados de manera esquemática, deben ser, en mi opinión, considerados en una reflexión de calado estratégico son: la debilidad de la actividad inversora y el envejecimiento poblacional; la creciente financiarización de los procesos económicos; el estancamiento de los salarios y la progresiva concentración de la renta y la riqueza, las disfunciones provocadas por la Unión Económica y Monetaria y las asimetrías productivas y comerciales dentro de Europa; la oligopolización de las estructuras empresariales y la captura de los espacios públicos; y el deterioro ecológico.

Resulta pertinente identificar y analizar estos y otros problemas de naturaleza estructural, no sólo porque están en el origen de la crisis, sino porque, en aspectos muy importantes a lo largo de esta última década, han conocido un sustancial empeoramiento. Tres ejemplos al respecto: La intensificación de la fractura social, que se ha situado en cotas históricas; el aumento de las disparidades productivas entre los países del sur y del norte de Europa; y la reactivación de los circuitos financieros y especulativos, que en algunos casos han alcanzado ya los niveles de precrisis.

Añadamos a este panorama otros “lastres” que tienen que ver con una gestión errónea e interesada de crisis, al servicio de las élites: la imposibilidad de lanzar una nueva fase de crecimiento centrado en el endeudamiento, que todavía es muy elevado, tanto en el ámbito privado como en el público; la persistencia –diría que enquistamiento– de las denominadas políticas de austeridad, salarial y presupuestaria, que, sin duda alguna, han llegado para quedarse; la existencia de altos ratios de desempleo, que se mantendrán elevados en los próximos años, y de un empleo de muy baja calidad; un sector bancario con serios problemas de liquidez y solvencia; y la desactivación del sector público, privado de recursos y legitimidad, como factor de dinamización de la economía.

Teniendo en cuenta todo lo anterior –más allá de los factores de índole coyuntural que apuntan a cierta recuperación económica, que las previsiones más recientes de las agencias internacionales están ajustando a la baja– se abre un horizonte que algunos analistas han calificado de estancamiento secular, y que, cuando menos, se caracterizará por un insuficiente, débil e inestable crecimiento.

De acuerdo con este diagnóstico, sin entrar ahora en la cuestión crucial de si el crecimiento resuelve la agenda ocupacional –¿genera suficiente empleo? ¿reúne el empleo creado estándares de calidad?–, sí podemos afirmar que el motor del crecimiento ni ha funcionado correctamente en las últimas décadas ni lo va a hacer en los próximos años. En estas coordenadas, apelar al aumento del PIB como piedra angular de la recuperación económica y de superación de la crisis, sin abordar la problemática estructural que acabo de desbrozar de manera sucinta, supone un grave error de planteamiento.

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