Así funcionan las vacunas intelectuales contra las noticias falsas y el negacionismo

Vacunación intelectual

Darío Pescador

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Las ideas son virus que quieren multiplicarse. Al menos esto es lo que propone Richard Dawkins en su libro “Los virus de la mente”, en el que profundiza en su concepto del meme, una idea o comportamiento que se transmite por imitación de persona a persona. 

Igual que los virus, hay ideas que se transmiten más fácilmente que otras y, también igual que ellos, estas pueden ser beneficiosas para el organismo que invaden (es decir, la sociedad), inofensivas, o bien mortíferas.

Por ejemplo, la idea de que el gobierno de EE UU, el partido demócrata y los medios de comunicación están controlados por “un grupo de pedófilos adoradores de Satanás que dirigen una operación mundial de tráfico sexual de niños”, con Hillary Clinton al frente, puede parecer descabellada. Sin embargo, un 15% de los estadounidenses, 50 millones de personas, creen en esta teoría de la conspiración, palabra por palabra. Estas ideas están detrás del asalto al capitolio el 6 de enero de 2021 para intentar anular el resultado de unas elecciones democráticas.

También en EE UU, un 20% de sus habitantes creen que la vacuna contra la COVID contiene un microchip que se usa para el control mental conectándose a las antenas de 5G. En España, un 8% de la gente cree que las vacunas son dañinas para los niños. Las teorías de las conspiración con respecto a las vacunas son responsables de aproximadamente la mitad del rechazo a la vacunación, un efecto efecto patente en países como EE UU, Italia, Francia, Polonia y Rusia, y que ha costado miles de vidas en todo el mundo. 

Las ideas son muy poderosas. Las personas que sufren anorexia superan uno de los instintos más básicos en el cuerpo humano, comer para sobrevivir, por la idea equivocada de que están gordas. A lo largo de la historia miles de personas inocentes han sido aniquiladas por otras que tenían una idea con efectos destructivos, fuera una religión, un prejuicio o una combinación de ambas. 

Igual que las vacunas nos protegen de los virus, ¿podemos vacunar nuestro cerebro contra las ideas destructivas?

En la cabeza de un conspiranoico

Creer en noticias falsas o teorías de la conspiración tradicionalmente se consideraba un trastorno relacionado con la paranoia o una consecuencia de un bajo nivel educativo. Sin embargo, estas creencias están demasiado extendidas y afectan a todo tipo de personas. En su lugar, los investigadores han encontrado que en la raíz del problema hay algo llamado desconfianza epistémica. Ya no se trata de las ideas en sí, sino en una desconfianza profunda y visceral hacia personas o instituciones. Cuando ocurre algo, en lugar de buscar las diferentes causas, se atribuye directamente a fuerzas ocultas y malintencionadas. Las fuentes oficiales no solo son sospechosas, sino que están al servicio del mal.

Pensar todo el tiempo en que el mundo está controlado por fuerzas malignas parece agotador y estresante. ¿Cómo es posible que las noticias falsas y las teorías de la conspiración resulten entonces tan atractivas y se propaguen tan rápido? 

Un extenso artículo publicado en la prestigiosa revista Nature ha examinado las posibles causas. La fascinación de las falsas creencias tiene dos componentes, uno intelectual y otro emocional.  

El intelectual tiene que ver con la tendencia del cerebro humano a buscar atajos. En lugar de buscar diferentes fuentes de información, que resulta trabajoso, tendemos a quedarnos con la que concuerda con nuestras creencias anteriores, o simplemente la que se repite con mayor frecuencia. Este mismo proceso nos lleva a descartar el resto de las opciones, y no prestarles atención. Esto ocurre incluso cuando tenemos fácil acceso a la información, como es el caso en la era de Internet.  

El componente emocional es el más complicado de manejar. Todos los mensajes virales apelan a algún tipo de emoción, por lo general el miedo y la ira. Además, está la sensación de sentirse protagonistas de la lucha entre el bien y el mal, de estar aportando algo, lo cual sirve como validación frente a uno mismo y ante los demás que piensan parecido.   

El escepticismo insano

La primera respuesta para luchar contra la desinformación suele ser “ejercer un sano escepticismo”. Es decir, no creer nada de lo que veas o leas sin tener pruebas. A estas alturas, es evidente que siguiendo esta recomendación, el tiro sale por la culata. 

Los escépticos de las vacunas rechazan la medicina y, sin embargo, creen ciegamente en remedios que no han sido verificados, como la hidroxicloroquina o la ivermectina. Los terraplanistas van un paso más allá y rechazan la física más elemental, al tiempo que creen firmemente en un mundo con forma de disco del que no hay pruebas.

El escepticismo generalizado no ayuda porque la mente inevitablemente necesita creer en algo. El cerebro odia el vacío y la duda total es un estado psicológicamente inestable. Las personas que dudan de todo, de forma perversa, suelen ser quienes se aferran a la primera idea peligrosa que encuentran.

Del mismo modo, las personas que intentan protegerse exageradamente de los gérmenes, desinfectando todo lo que tocan y a sí mismas, son quienes sufren las peores infecciones, porque su sistema inmunitario no se ha desarrollado. La limpieza absoluta no existe, es inevitable contaminarse. 

Defensa contra las ideas oscuras

La explicación habitual para las falsas creencias es la falta de información y, por tanto, el remedio debería ser proporcionar información veraz, comprobada y fácil de entender. Esta es la estrategia del desmentido o la refutación, y la que siguen muchos sitios de verificación de noticias como Maldita. Sin embargo, es habitual que los desmentidos sirvan de poco, e incluso que tengan el efecto contrario, llamado “backfire effect” o del tiro por la culata.  

Mientras que para el médico, el científico o el periodista que escribe la refutación se trata de una idea, de una conclusión a la que se llega a través de la razón, para la persona que cree en una conspiración hay mucho más en juego. 

A menudo las creencias forman parte de la identidad de las personas. Para cambiar de idea, las personas tienen que dejar de ser quienes son y, en cierto sentido, cometer suicidio intelectual para convertirse en algo que perciben como incierto y que les provoca repugnancia. Además, cambiar de idea significa también renunciar al apoyo y la validación de la pareja, amigos, familiares o colegas que también creen en la conspiración. 

Por estos motivos los desmentidos no suelen surtir efecto, e incluso cuando lo hacen, solo es temporalmente, ya que las personas vuelven a creer en su idea original. En el estudio de Nature se dan una serie de ideas para que una refutación sea más efectiva. Un ejemplo podría ser una noticia de un incendio sobre la que corre el bulo de que fue provocado:

  • Mencionar y explicar la desinformación, en este caso, que hay quien cree que el incendio fue provocado y los motivos que les pueden llevar a esa conclusión.
  • Proporcionar una explicación alternativa. No basta con desmentir que fue provocado, es mucho más efectivo hablar de cómo se llegó a esa conclusión y de cuál es la causa más probable, por ejemplo, una fuga de gas. 
  • Usar un lenguaje lo más sencillo posible. Las noticias falsas hablan en un lenguaje coloquial, los tecnicismos no ayudan.

La vacuna ideológica

Los investigadores han encontrado que las intervenciones preventivas (prebunking) son en general más eficaces que los desmentidos a posteriori (debunking). Las más evidentes son fomentar la educación, la lectura, el espíritu crítico y lo que se llama “alfabetización científica” o la capacidad de buscar, interpretar y entender información científica fiable. También es positivo hacer divulgación constante de hechos bien conocidos y constatados. 

Pero la más interesante de estas intervenciones preventivas es la inoculación

Al igual que las vacunas ofrecen al organismo una muestra inofensiva de un virus, para que genere sus propias defensas, lo mismo se puede hacer con las ideas peligrosas: exponer a las personas a una pequeña dosis de manipulación para que sean capaces de descubrir dónde están las trampas les permite más adelante resistirse a las noticias falsas. Estas son las claves de la vacunación ideológica:

  • Se avisa a las personas de que algunas informaciones son manipulativas, y se les informa de cuáles son las falacias y técnicas que pueden usarse para justificar informaciones falsas.
  • Entre las manipulaciones habituales se encuentran generalizar anécdotas, seleccionar solo los pocos estudios aislados que sostienen la idea descartando el consenso general, y el uso de expertos falsos o personas formadas, pero sin experiencia concreta en el tema, por ejemplo, un médico hablando del cambio climático o un traumatólogo hablando de virus.
  • Conviene presentar las refutaciones antes de que las personas se enfrenten a la información falsa, por ejemplo, explicando el consenso científico alrededor del cambio climático y la efectividad de las vacunas, y presentar los datos y las fuentes de confianza que lo sustentan.
  • Por último, hay que enseñar a detectar el lenguaje de la desinformación: determinadas palabras o frases, exageraciones o el uso manipulativo de las emociones en lugar de los hechos. 

Las personas que han sido “inoculadas” tienen más probabilidades de hablar del tema que las que no lo son. También es más probable que se vean envueltas en un debate, en lugar de aceptar sin cuestión lo que les dicen otras, lo que reduce la posibilidad de reafirmación de todo el mundo implicado. La inoculación, igual que las vacunas, limita el contagio.  

Las ideas populares merecen cierta atención, aunque no merezcan creer en ellas. En general contienen mecanismos meméticos que las hacen persuasivas, y resulta muy útil entender por qué otras personas las creen. Todos los humanos nos infectamos sin excepción con ideas equivocadas en algún momento, igual que en algún momento nos ponemos enfermos. 

Prevenir siempre es mejor que curar. Las burbujas informativas llevan a la enfermedad, y salir de ellas de vez en cuando es la mejor forma de conseguir anticuerpos que nos protejan de ideas perniciosas. 

¿En qué se basa todo esto? 

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