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Están perdidos, señores. En todos los sentidos

Manifestación 8M en Madrid.

Barbijaputa

¿Cristina Cifuentes?

Nooo.

¿Mariano Rajoy?

Nooo.

¿Inés Arrimadas?

Nooo.

¿Albert Rivera?

Nooo.

¿Mujeres trabajadoras?

¡Sí!

¿Estudiantes?

¡Sí!

Estas son las preguntas que se escuchaban por los altavoces de una de las furgonetas que atravesaban con nosotras la Gran Vía de Madrid durante la manifestación feminista del 8M, las respuestas era nuestro grito unánime. Otro altavoz gritaba un poco más adelante consignas anarquistas, como “Ni dios, ni amo, ni partido, ni marido”. Se cantó y se gritó mucho, pero ninguna de nosotras oímos el nombre de nadie de Ciudadanos en positivo. Mucho menos del Partido Popular, a quien sí se le recriminó sus políticas en formato rima (he de decir que mi favorita fue la de 'Rajoy no seas rata, las compresas más baratas“, en alusión al impuesto de lujo que pagamos las mujeres por los productos de higiene íntima).

Pero los que no estaban allí, esos que han desoído esta lucha y la han humillado siempre que han podido (precisamente los que ostentan el poder para paliar la discriminación de las mujeres) vieron por la tele que éramos demasiadas para su gusto. Se dieron cuenta de su error. Parecía obvio, de repente, que se habían guiado para hacer sus cálculos sólo por lo que oyen de boca de las mujeres de su pequeño mundo elitista. Y no me refiero a las mujeres que tendrán limpiando sus caserones, ni a las que cuidarán a sus hijos, ésas son invisibles para ellos. Pensaron que la norma eran las mujeres con las que se codean: las que comparten escaños con ellos, las neoliberales o las de clase alta que hablan de de hacer “huelga a la japonesa” y trabajar más en vez de hacer huelga. La autocomplaciencia los había hecho pensar que las feministas éramos simplemente tres locas en Twitter a las que bloquear para hacerlas desaparecer. Y eso que ya habíamos llenado las calles de forma masiva con anterioridad, como la manifestación del 7N, especialmente multitudinaria hace dos años, pero como no salió en las portadas de los medios que leen, no pasó.

Cuando fue obvio que habían calculado mal, cuando se materializó en las calles que éramos manada, sus discursos cambiaron radicalmente. Porque ellos no vieron riadas de mujeres inundándolo todo, ellos vieron en las calles a una buena porción del pastel electoral. Y del “esta huelga busca enfrentar a hombres y mujeres” del PP pasaron rápidamente a encender la luz de gas: en Informe Semanal, programa de esa tele que pagamos todas, ya le hacían el trabajo sucio y señalaron al mismo PP como el origen del germen de este 8M.

También C's le dio un vuelo a su discurso. El mismo partido que es famoso por pagar a su jefa de prensa para evitar un juicio por acoso, que es conocido por intentar quitar el agravante de género en la Ley Integral de Violencia de Género y que es celebrado entre el machirulado por apoyar políticas antifeministas como los vientres de alquiler, empezó de pronto a señalar al Gobierno por no haber sabido ver la relevancia del feminismo, asegurando que se había “equivocado minimizando lo que sucede, pero, en todo caso, cuantos más seamos mejor, bienvenidos, aunque sea a última hora o en cualquier momento”. Esta frase es de Albert Rivera, no es broma, no se rían. Albert Rivera dando la bienvenida a Rajoy al feminismo es como si Intereconomía diera la enhorabuena a la Iglesia por abrazar el laicismo: un esperpento. Rivera quiso hacernos ver así que él ya estaba en el feminismo y, Rajoy, su aliado, también se había unido en cuestión de horas sólo por ponerse un lazo morado.

El feminismo ahora es una palabra que usarán mucho, llevan varios días “siendo” feministas pero ya son expertos. Hasta sus dirigentes hacen ya distinciones en Twitter sobre buenas y malas feministas.

Mientras nosotras nos partimos la cara en cada conversación, en cada oficina, en cada casa, mientras nos echamos a la calle, incansables, incombustibles, año tras año, mani tras mani, mientras seguimos peleamos intentando no mirarnos demasiado el desgaste del día a día, ellos ahora reparan en nosotras, y nos perciben como arañitas cabreadas que necesitan un tutelaje, una guía, un discurso viscoso que nos atrape en la red electorialista que han comenzado a tejer. Porque somos tontas, al parecer. Estamos perdidas, creen. Necesitamos de alguien -hombre, a ser posible-, que nos abandere por este camino. Porque lo tenemos todo manga por hombro por aquí. Si no, ¿a qué viene eso que de que el feminismo es “anticapitalista”? (palabra que usó C's para referirse al manifiesto de la Huelga 8M). Ahora, compañeras, tranquilas, que nos van a explicar por qué estamos equivocadas, por qué el capitalismo es el mejor amigo de las mujeres. Ya han puesto la maquinaria a funcionar, de hecho, el mismo Girauta tuiteaba sobre una hipotética relación entre capitalismo e igualdad (teoría que negaba hasta el propio gráfico que él incluyó).

Apártese Silvia Federici y su Calibán y la Bruja, apártense feministas históricas, expertas, pensadoras, filósofas feministas, apártense todas con sus teorías conspiranoicas y sus estudios sobre cómo el capitalismo jamás podrá ser feminista, que han llegado los hombres, los liberales y conservadores, a cocinar un discurso para que esa porción del electorado coma de él.

No han entendido nada. No han entendido que tomar conciencia de género te hace mucho menos manipulable a sus discursos, a estas manipulaciones, a estos mansplainings. Que cuando ellos vienen, nosotras ya vamos de vuelta, que le llevamos años y años de ventaja. No han entendido que en el feminismo las referentes son mujeres, y además son progresistas. Que el feminismo es avanzar, es evolucionar, es progresar. Jamás será “conservar” lo que ya tenemos, señores conservadores. Jamás será la ley del más fuerte que es el neoliberalismo, señores liberales. El feminismo es pelear como leonas para quitarnos los palos que el neoliberalismo y la derecha nos ha puesto siempre -y nos sigue poniendo- en las ruedas. El feminismo es luchar como vikingas contra el enemigo mientras cuidamos con delicadeza de las nuestras.

Están perdidos, señores. En todos los sentidos.

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