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Ofendiditos por la ciencia

Caricatura de Charles Darwin.

Esther Samper

Son tiempos arriesgados para el humor incómodo, irreverente, negro y ácido, alejado del policorrectismo cada vez más imperante en nuestro país (y otros muchos). Hace tan sólo unos meses, la polémica se desataba por un monólogo sobre gitanos del humorista de Pantomina Full, Rober Bodegas. Por dicha actuación, al comediante le llovieron centenares de críticas, acusaciones de racismo e, incluso, amenazas de muerte. El último episodio que ilustra el humor como profesión de riesgo en la sociedad actual ocurrió con la imputación de Dani Mateo por sonarse la nariz con la bandera de España en el Intermedio. La Alternativa Sindical de Policía le denunció por los presuntos delitos de odio y ultraje a símbolos nacionales. Anteriormente, cuatro marcas habían decidido retirar su publicidad a Mateo y al Intermedio por el controvertido sketch y las furibundas reacciones que había originado.

Estos y otros muchos incidentes, que reflejan una creciente intolerancia hacia el humor más hiriente y descarado, han popularizado el fenómeno de los 'ofendiditos': personas extremadamente susceptibles, con una elevada predisposición a ofenderse y denunciar por las cuestiones más nimias. También algunos han denominado a los millenials como generación copo de nieve, por la mayor vulnerabilidad emocional ante puntos de vista ajenos que desafían los propios en comparación con otras generaciones. Otros se refieren a ellos como “los nuevos victorianos”.

Al margen del debate sobre si el humor justifica los medios, lo cierto es que los ofendiditos no se muestran exclusivamente ante el humor zafio. Se trata, en realidad, de un fenómeno que se infiltra también en los demás ámbitos de nuestra sociedad occidental. Como consecuencia, también hay ofendiditos por la ciencia. Es decir, grupos de personas que se escandalizan ante ciertas investigaciones científicas o ante la divulgación de los resultados de estos estudios; llegando hasta el punto de denunciar o incluso evitar el desarrollo o la publicación de dichas investigaciones.

Existen ciertas áreas de la ciencia que son especialmente polémicas en los tiempos actuales. Una de esas áreas es el estudio de las diferencias biológicas entre hombres y mujeres. En una sociedad en la que la lucha contra el machismo está más viva que nunca para conseguir que las mujeres vivan en igualdad de condiciones y oportunidades que los hombres, algunos colectivos se han pasado de frenada. Ven el fantasma del machismo en estudios que tan sólo reflejan una perogrullada tan obvia como ofensiva para algunos: que los hombres y mujeres somos biológicamente diferentes.

Un caso especialmente representativo sobre este asunto ocurrió a los matemáticos estadounidenses Sergei Tabachnikov y Theodore Hill, como explican con pelos y señales en Disidentia. Multitud de estudios han observado que existe más variabilidad de inteligencia entre hombres que entre mujeres. Así, entre los hombres no sólo hay más idiotas, sino también más genios. Este fenómeno se enmarca en la hipótesis de la variabilidad masculina. Los matemáticos Tabachnikov y Hill presentaron una explicación matemática sobre esta variabilidad masculina basada en principios biológicos y evolutivos en un artículo científico y lo publicaron en la revista Mathematical Intelligencer.

Hasta ahí todo fue normal. Sin embargo, cuando el artículo comenzó a difundirse y llegó a la asociación de la Universidad de Pensilvania “Women in Mathematics” (Mujeres en matemáticas) la crispación se desató. Esta asociación acusó a los autores de apoyar “un conjunto de ideas muy controvertido y potencialmente sexista”. Multitud de emails y denuncias no tardaron en llegar a los matemáticos. Esta polémica situación llevó a que la National Science Foundation (NSF) solicitara su eliminación de los agradecimientos del artículo. Además, la editora jefe de dicha revista rechazó finalmente el artículo (a pesar de su previa aprobación) porque “provocaría reacciones extremadamente fuertes”. Y la cosa no quedó ahí, se creó incluso una campaña en Facebook contra los matemáticos. Dada la presión a la que fueron sometidos, Tabachnikov decidió renunciar a la autoría del artículo científico y, así, sólo quedó Hill.

Otro tema científico de riesgo son las preferencias de las mujeres para elegir sus profesiones. La tendencia ideológica actual es potenciar el acceso laboral de las mujeres en el ámbito de las ingenierías y las ciencias. Susan Pinker, psicóloga y escritora, difundió hace unos meses unas investigaciones sobre este asunto en el Parlamento Europeo. Entre los resultados explicados, mostró que diversos estudios muestran que en los países que poseen mayor igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, las mujeres prefieren elegir carreras y profesiones centradas en la atención a las personas y no aquellas enfocadas a “cosas” como ingenierías, informática, etc. Por explicar públicamente este tipo de estudios, Pinker ha tenido que pagar por ello:

“Cualquiera que centre todo en la ideología y se niegue a explorar nuevas ideas corre el riesgo de operar en un marco mental totalitario, donde aquellos que no encajen serán tildados de traidores. Hoy mismo he renunciado a seguir escribiendo en un blog sobre psicología porque he recibido amenazas contra mí y mi familia, y la verdad, no merece la pena ni siquiera participar en algo que básicamente consistía en compartir información con el público”.

Los límites para la ciencia siempre deberían plantearse desde la ética, nunca desde la corrección política. La ciencia no está ahí para ser popular, sino para ampliar nuestro conocimiento del mundo, por muy ofensivos, grotescos y horribles que sean los hallazgos que nos muestre. Cada cual es libre de aceptar esas desagradables pruebas (en constante revisión) o seguir creyendo en mentiras reconfortantes. Sin embargo, la libertad para establecer nuestras creencias y para sentirnos ofendidos ante cualquier tema jamás debería coartar el noble fin de ampliar nuestra información de la realidad. De hecho, la corrección política es uno de los enemigos del avance de la ciencia e incluso podría fomentar las ideas más radicales, como afirma el psicólogo cognitivo de la Universidad de Harvard, Steven Pinker.

Nunca deberían existir terrenos vedados para la ciencia por miedo a que existan personas que se sientan ofendidas o por tabú. En plena Edad Media, la autopsia de cadáveres estuvo prohibida por razones religiosas. La Iglesia consideraba al cuerpo humano un templo sagrado y, por tanto, no podía mancillarse mediante disecciones. Tal mentalidad supuso siglos de retraso para el desarrollo de la medicina. La investigación científica del sexo fue también tabú y ofensiva durante largo tiempo, especialmente la sexualidad de la mujer, que ha sido una gran desconocida hasta fechas relativamente recientes.

Pero si alguna publicación científica ha destacado especialmente por levantar a legiones de ofendiditos es, sin lugar a dudas, la teoría de la evolución de Charles Darwin. La publicación de dicha teoría fue un gigantesco escándalo para la época al rebajar al ser humano a otra especie más dentro del planeta Tierra y destrozar la idealizada creencia imperante. El célebre biólogo sufrió innumerables ataques de ofendiditos por sus estudios científicos. Y es que, por muchos siglos que pasen y por mucho que avance la ciencia, la naturaleza humana sigue siendo la misma. Ya lo decía el científico alemán Georg Lichtenberg: “Es casi imposible llevar la antorcha de la verdad a través de una multitud sin chamuscarle la barba a alguien”.

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