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Pedro Sánchez ha cedido. Pablo Iglesias ha aceptado

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados

Carlos Elordi

Al final se ha impuesto la cordura. Por ambas partes. Habrá gobierno de coalición. Tal y como se esperaba desde la noche del 28 de abril. Pedro Sánchez ha cedido. Pablo Iglesias también. Seguramente más el primero que el segundo. Pero la lógica política se ha impuesto, por fin, tras casi tres meses de aberraciones y sinsentidos por ambas partes.

El primer paso lo dio el líder socialista en la entrevista que La Sexta le hizo el jueves. Por primera vez aceptó la idea de un gobierno de coalición con Podemos, que hasta entonces había rechazado sistemáticamente, proponiendo en cambio una “cooperación”. Que se mirara como se quisiera mirar equivalía a cerrar la puerta a Unidas Podemos, a pedir su colaboración a cambio de poco.

El paso siguiente llegó el viernes cuando la ministra portavoz confirmó que el PSOE aceptaba la presencia de dirigentes de Unidas Podemos en el gabinete de coalición. Hasta entonces sólo podían ser independientes, primero, y especialistas para cargos secundarios, después. “¿Incluso Irene Montero?”, preguntaron los periodistas. “Ese escenario está abierto” contestó Isabel Celaa.

En la mañana del viernes hubo quien pensó que, si las cosas seguían por ese camino, Pedro Sánchez podía terminar dando su brazo e incluso levantar el veto a Pablo Iglesias. Pero la cosa estaba acordada de otra manera. Después de los pasos dados por el líder socialista, le tocaba ceder al de Podemos. Y Pablo Iglesias lo confirmó en las primeras horas de la tarde del viernes: aceptaba apartarse.

¿Cómo queda Pedro Sánchez tras este cambio sustancial de escena? Pues no precisamente bien del todo. Porque ha hecho varias cosas a las que se venía resistiendo desde hace ochenta días. Renunciar a la idea de la “cooperación”, a que Unidas Podemos le diera sus escaños a cambio de poco, y aceptar finalmente una coalición que siempre fue la solución más lógica, aunque por momentos Sánchez la presentaba casi como una aberración. Y aceptar que si había gobierno de coalición tendría que haber ministros de Podemos en el mismo.

¿Qué ha podido influir para que diera pasos tan impensables hace solo dos días? Uno, que las encuestas para unas nuevas elecciones tal vez no le eran tan favorables como los pronósticos del CIS de hace algunas semanas y que la abstención del voto socialista y de Podemos podía ser mucho mayor. Hasta el punto de abrir las puertas al gobierno de unas derechas que parece que finalmente se entienden y que amenazan con crear un frente electoral único, como en Navarra, para unos nuevos comicios. Es discutible, y posiblemente incierto, que Pedro Sánchez hubiera pensado en algún momento que una repetición electoral le convenía. Pero últimamente lo ha debido de pensar bastante menos.

Otro posible motivo es que haya visto ya como finalmente inviable la opción alternativa al pacto con Unidas Podemos, la de un entendimiento con Ciudadanos, y quién sabe si también con el PP, a fin de que le dieran el gobierno mediante su abstención en la investidura. Todo indica que Pedro Sánchez ha trabajado en este terreno hasta ayer mismo y es sabido que su principal y muy influyente asesor apostaba con fuerza a esa carta.

Como quiera que fuera ese era un camino equivocado. Albert Rivera se había comprometido demasiado en el “no” a Sánchez como para echarse para atrás, por muchas presiones por parte de los poderes económicos que estuviera recibiendo para que lo hiciera. La crisis interna que ha sufrido Ciudadanos no ha debido sino de reforzar esa negativa. Y Pablo Casado no iba a moverse de su rechazo al PSOE a menos que Rivera diera algún paso en ese sentido.

El tercer elemento ha debido de ser la resistencia de Pablo Iglesias a ceder en sus exigencias. Estaba claro desde hace semanas que Unidas Podemos no iba a moverse de esa postura. El propio Pedro Sánchez contribuyó a que se pusiera encima de la mesa desde un primer momento. Porque podía haber iniciado negociaciones exploratorias, mientras trataba con Ciudadanos, sin comprometer sus intenciones últimas. Pero ya a principios de junio lanzó lo de la “cooperación”. Fue un error. Podía haber dejado en el aire, para más tarde, lo de la fórmula del gobierno. Pero señalando tan claramente un camino tan poco generoso, prácticamente obligó a Iglesias a exigir una coalición y ministros en el gobierno.

Más adelante veremos si esas idas y venidas tienen consecuencias en el contenido del programa del nuevo gobierno y en su discurrir futuro. Algunos indicios podrían figurar en el discurso de investidura del candidato.

Y una pregunta final. Aunque todo ha ido muy rápido, en menos de 24 horas, ¿habrá tenido en algún momento Pablo Iglesias la tentación de seguir exigiendo su presencia en el gabinete, en vista de que cedía en casi todo lo demás? Cabe en buena medida descartarlo. Todo ese cambio de escenario ha debido de ser negociado escrupulosamente entre ambas partes y es de suponer que el líder de UP sabía que él también debía de poner algo de su parte. En todo caso, parece bastante probable que, llegados a ese extremo, Alberto Garzón, el líder de Izquierda Unida, también haya jugado un papel. Porque ya desde hace semanas Alberto Garzón había dejado muy claro, en privado, que si por él fuera no habría nuevas elecciones.

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