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Superar la tele-democracia

Ramón Marcos

Candidato de UPyD a la presidencia de la Comunidad de Madrid —

En los años 90 del siglo pasado, Giovanni Sartori escribió Homo Videns. En ese libro, Sartori alertaba de los riesgos que corrían las democracias ante el hecho de que los medios de comunicación convirtieran la política en un espectáculo, a través de escenarios donde el discurso y la reflexión perdieran sentido en favor de una primacía la imagen y de lo que él llamaba el “vídeo-líder”.

En esas condiciones, la elección racional basada en propuestas se haría casi imposible, no siendo relevantes los hechos sino las imágenes mostradas como una realidad incuestionable, aunque esa “realidad” fuese una imagen parcial y muchas veces errónea.

Sartori está hoy, por lo tanto, más vigente que nunca, porque este riesgo en la calidad de la democracia no afecta sólo a España, sino también al resto de democracias.

En España, una democracia muy joven y con una sociedad civil todavía muy débil, el riesgo es mayor si cabe. La existencia de unos medios de comunicación verdaderamente independientes, capaces de generar un debate reflexivo y que no estén bajo la batuta del Gobierno o de los más poderosos, resulta una necesidad cada vez más acuciante.

En nuestro país, la existencia de esos medios independientes está en cuestión. Por una parte, los medios públicos (televisiones) están sujetos a las presiones de los gobiernos de turno y son gestionados siguiendo criterios políticos por encima de criterios de neutralidad y pluralidad informativa. Por otra parte, las televisiones privadas (que son una concesión administrativa de servicio público), han acabado en un proceso de concentración de propiedad en el que la mayor parte de la audiencia queda recluida en un duopolio.

Tampoco la prensa la escrita tradicional es ajena a la limitación del pluralismo. Ya sea por la crisis económica o por el cambio de modelo, consecuencia de la revolución digital, muchos de los grupos tradicionales han visto bajar sus ventas y su facturación en publicidad y han incurrido en graves pérdidas económicas. Estas pérdidas sólo han podido verse compensadas con la entrada en su capital de grandes empresas ajenas al mundo de la comunicación (muchas de ellas altamente reguladas y que provienen de procesos privatizadores) y con un incremento en suporcentaje de publicidad institucional, pagada por los gobiernos.

Como consecuencia de ello, gran parte de la prensa tradicional ha acabado reproduciendo el modelo televisivo y confundiendo información, opinión y espectáculo.

Sabemos, como nos recuerdan Acemoglu y Robinson en su libro Por qué fracasan los países, que las instituciones de un país son la clave de su éxito social y económico y que una de las instituciones claves es la existencia de una prensa libre, capaz de controlar al Gobierno y de ayudar a formar la opinión pública desde la libertad. Sin prensa verdaderamente libre que garantice el pluralismo de la sociedad y que apueste por debates de fondo, la democracia baja de calidad.

En España, durante los últimos años, hemos podido comprobar cómo se mezclaba la tele-democracia con la escasa presencia de una prensa rigurosa dedicada a la reflexión y el debate y cuyo objetivo sea la búsqueda de la verdad. Así, hemos asistido con sorpresa al desprecio de los hechos y a ver portadas que respondían más al deseo de configurar una realidad ante la opinión pública que a la voluntad de informarla y de ayudar al pluralismo político.

Cuando esto ocurre, son finalmente los más poderosos los que acaban decidiendo, aunque haya quienes crean ingenuamente que lo que se produce es una rebelión de las clases medias. El riesgo principal reside en que bajo la idea de cambio, lo que se puede configurar es una democracia “teledirigida” que refuerce el estatus quo del poder económico y político existente. El verdadero riesgo reside, en definitiva, en una democracia en la que el talento, el esfuerzo, los hechos y la verdad no sirvan apenas para nada.

Para evitar que se materialice esa realidad hay que apostar por mejorar nuestra democracia sin pretensiones ingenuas, apostando por medios independientes del poder político y económico que contribuyan a consolidar una opinión pública informada que, a su vez, pueda exigir que se hagan realidad las profundas transformaciones que nuestro país necesita.

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