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El circo de Casado

Pablo Casado

Violeta Assiego

“Ya lo decía mi marido en los años 90. Yo es que electrificaba las vallas, nos están metiendo enfermedades que en este país no se veían. Aquí todos piensan lo mismo pero nadie dice nada. ¿Qué va a ser lo próximo?, ¿qué echen ácido a la Guardia Civil? Y encima los metemos en cárceles con piscina climatizada. No quieren trabajar, vienen a robar y a vivir bien. No se comportan y a mí me han enseñado que donde fueres haz lo que vieres…”. Así arrancaba mi semana. Era inevitable no escuchar a esta mujer, de unos 45 años, que debía estar yendo a trabajar. La escena sucede a primera hora de la mañana en un vagón lleno de gente del metro de Madrid. Sin ninguna discreción, esta señora iba soltando, cuál tabla de multiplicar, uno a uno todos los mitos y estereotipos que se le pasaban por la cabeza. Su interlocutora asentía, a diferencia de ella, con más mesura y cierto pudor. Pero la mujer, lejos de darse por aludida, parecía querer incomodar a todo el vagón. Su tono, además de racismo y aversión, desprendía algo más, era la exaltación de un discurso ignorante y hostil. Ideas sobre la inmigración que, sin ser nuevas ni mayoritarias, solo necesitaban que alguien les abriera la puerta para salir en tropel. Eso es justamente lo que está haciendo el Sr. Casado Blanco.

Desde que ha asumido este nuevo rol político, el líder del PP, haciendo honor a sus apellidos, embistió primero contra la mal llamada ‘ideología de género’ para dejar clara su apuesta por la familia tradicional y, ahora, desde su privilegio de hombre blanco, está tratando de averiguar cuánto apoyo popular y electoral le puede reportar el uso de la retórica xenófoba antiinmigración. Una decisión irresponsable que, más allá de los votos, está teniendo un ‘efecto llamada’ hacia quienes de forma ignorante y/o irracional creen que la inmigración supone un problema para nuestra seguridad y la ven como una invasión.

Tras lanzar la piedra, dos días después, el líder Popular se ha ido a Algeciras a darse un baño de medios para que todos viéramos como estrecha la mano de alguno de esos “millones de africanos” a los que, el pasado domingo, hubiera dejado en el mar porque, según sus palabras, “no los podemos absorber”. Sabe Casado Blanco que está jugando con fuego. De hecho, defiende que su discurso no es racista y que lo que quiere para “esta gente” es que “tengan un futuro mejor…” en su país, claro. Se lava las manos con frases como que “el monopolio de los buenos sentimientos no lo tiene la izquierda”, pero no dice Casado Blanco que lo que está en juego para él y su partido es otro monopolio: el del discurso antiinmigración. Un monopolio cuya retórica, en la Europa de hoy, tiene la propiedad intelectual la derecha más cercana a Salvini y a Trump, la ultraderecha.

Afirma Casado Blanco, tirando piedras y estrechando manos, que la política de inmigración no admite demagogias ni buenísimos, que es justo lo que está haciendo él. En este circo que está montando, no pone freno a lo que dice y parece no medir el posible efecto búmeran que sus palabras puedan tener. Incluso para él. Se atreve a hablar de la importancia de la cooperación eficaz en origen cuando ha sido el Partido Popular el que, a partir del 2011, ha recortado el 70% de la financiación a este tipo de proyectos. Si las ONG españolas sobreviven a años de recortes del partido de Pablo Casado ha sido gracias a las donaciones que hemos realizado desde la ciudadanía y al voluntariado y activismo de cientos de personas que, muy lejos de salir a defender las fronteras ante el posible expolio de los inmigrantes a nuestro sistema de bienestar, han salido de sus ciudades a ayudar, a hacer algo, a poner su granito de arena en salvar vidas…

No es de recibo orquestar toda esta campaña antiinmigración con apariencia de falsa preocupación. No resulta creíble, aunque diga que él también es persona y que le parece dramática la situación de los hombres, mujeres, niñas y niños que llegan a nuestras costas. No lo es cuando esa actitud de misionero es el preludio al verdadero discurso, el de la necesidad de defender las fronteras y apoyar de forma incondicional a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado para blindar cualquier crítica o cuestionamiento que se les pueda y deba hacer si usan de forma excesiva la violencia y la fuerza.

Por otro lado, nadie en el Gobierno de Sánchez ha hablado de una “amnistía migratoria” que vaya a dar papeles a todos los inmigrantes que estén en situación irregular. Eso es un bulo. El único ejecutivo que en los últimos años concedió una amnistía total sin mirar por los miles de euros que iba a dejar de ingresar nuestro Estado de Bienestar fue, precisamente, el del Partido Popular cuando decretó una amnistía fiscal que luego declaró nula el Tribunal Constitucional.

Casado Blanco ha emprendido una huida hacia adelante política y personal, y para ello, está lanzando un órdago a la sociedad posicionándose de forma extrema en temas que parecían encaminados o resueltos. Sin embargo, más allá de esto y de su carrera por recuperar el terreno cedido a Ciudadanos, devolver favores y monopolizar la atención mediática, está el peligro que conllevan este tipo de discursos porque, por mucho que lo repita Casado Blanco, no es a la solidaridad a lo que está incitando, más bien a todo lo contrario, está incitando a desconfiar y rechazar. Está abriendo las puertas a la hostilidad, no a la hospitalidad.

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