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El ganador es Pedro Sánchez

Íñigo Errejón en una fotografía de archivo

Antón Losada

Ha sido una buena semana para el inquilino de la Moncloa. A derecha y a izquierda sus competidores le han ofrecido regalos que debería saber aprovechar. A fin y al cabo, no todas las semanas tu mayor competidor por la derecha te regala el centro y tu mayor competidor por la izquierda te quita la presión por mantener la hegemonía en el espacio progresista. Mientras, contra pronóstico de casi todos, también se multiplican las señales de que los presupuestos de 2019 podrían pasar sin apuros el trámite de las enmiendas a la totalidad -el cabo de Hornos de la tramitación presupuestaria, en palabras del socialista que más presupuestos ha negociado: Fernández Marugán-; después, las sesiones del juicio oral al Procés y los equilibrios de unos y otros dirán.

Núñez Feijóo, que es listo y aún gana elecciones por mayoría absoluta, lo ve venir. Mariano Rajoy también pero pasa; ha decidido que si su partido quiere estrellarse que al menos lo haga sin su ayuda. El presidente gallego lleva todo el fin de semana de gira por la Convención y por los medios de Madrid avisando el suicidio que supone abrazarse al neoaznarismo y volver a dejar el centro al PSOE y a Ciudadanos y el voto regionalista al nacionalismo democristiano.

Un rápido repaso a los resultados electorales del Partido Popular en Generales le da la razón por goleada. El aznarismo, el gran ganador del cónclave, derrotó por los pelos a un agonizante Felipe González en 1996 y obtuvo su mayoría absoluta en el 2000 con Rajoy de director de campaña y al más puro estilo marianista. El marianismo, el gran derrotado del cónclave, arrasó en 2011, ganó en 2015 y amplió su ventaja en 2016. Perdió por culpa de Aznar en 2004 y por sus propios méritos en 2008. El PP gana cuando ocupa el centro y, sobre todo, cuando logra desmovilizar a parte de la izquierda a base de moderación y pocas estridencias. El neoaznarismo trae dos buenas noticias para Sánchez: le regala el centro y le suministra un malo de manual para movilizar a sus votantes.

Iñigo Errejón ha hecho lo mismo que hicieron un millón de votantes en 2016 y más de trescientos mil en Andalucía, en diciembre de 2018: constatar que la marca Podemos se está quemando más rápido de lo que todos calculábamos. No se le puede reprochar que siga su camino, buscando ampliar el espacio y renovar el formato, para intentar ganar sus primeras elecciones como cabeza de cartel. Que los líderes reclamen y puedan exigir lealtad no basta para condenar a los demás a la estupidez o a la falta de visión.

La máquina de fango activada contra Errejón, poniendo en duda su lealtad, su integridad o sus verdaderas motivaciones, solo puede disimular, pero no ocultar, la evidencia. Ni Podemos ni Pablo Iglesias están ya en condiciones de disputarle a Pedro Sánchez y al PSOE la hegemonía de la izquierda sin efectuar una maniobra envolvente parecida a la ejecutada primero por Manuela Carmena y ahora por Errejón.

Todavía hoy, en 2019, los morados siguen recogiendo los frutos amargos del error histórico cometido en la primavera de 2016 cuando, entre todas las opciones disponibles: pactar con los socialistas y gobernar, dejar gobernar al PSOE y Cs o votar con el PP contra la investidura de Sánchez, escogieron la peor. Seguramente Errejón ya lo supo entonces pero, o no lo dijo lo suficientemente claro, o se calló; eso sí se le puede reprochar.

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