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Un hombre de Estado preelectoral

Rosa Paz

Hay un misterio sin resolver y es de esta misma semana: ¿Qué le paso a Mariano Rajoy entre el martes y el miércoles?, ¿qué le llevó a dejar de hacer electoralismo con el desafío catalán para convertirse en un hombre de Estado que convoca al resto de las fuerzas políticas en busca de una respuesta unitaria? Como no parece probable que se le apareciera la virgen para conminarle, la lógica lleva a pensar que fue su augur Pedro Arriola el que, con los sondeos en la mano, le debió de convencer de la necesidad de cambiar de actitud.

Porque el martes Rajoy compareció solemne en la Moncloa para advertir de que la “provocación” de Junts pel Sí más la CUP, que pretenden aprobar ya en el Parlament la desconexión de Cataluña, no tendrá recorrido ni legal, ni real. Pero no supo o no quiso evitar la ocasión para, ya en campaña para las elecciones del 20 de diciembre, hacer electoralismo en la sede de la jefatura del Gobierno: “Mientras yo sea presidente —dijo— se cumplirá la ley”. Ya saben, la misma cantinela de siempre, si él y su partido son desalojados del poder en enero llegará el caos, la quiebra económica y la ruptura de España.

Lo que hizo el martes fue poco presentable aunque, en pos del consenso, ninguno de los otros partidos se lo ha afeado públicamente. Qué mala imagen transmite quien antes de comparecer ha hablado con el líder del PSOE, Pedro Sánchez, y con el de Ciudadanos, Albert Rivera, —se supone que para aunar posiciones—, y luego cuando se presenta ante la prensa aprovecha para arrimar el ascua a su sardina electoral.

Como en el PP debe de quedar algo de vida inteligente, alguien le debió de explicar a Rajoy que al final da más votos presentarse como un hombre de Estado que recibe hasta al líder de Podemos, Pablo Iglesias, que tratar de apuntarse él solo no sé sabe qué tantos. Porque tampoco tiene ninguno que apuntarse: si la situación catalana ha llegado hasta este punto no ha sido solo por la insensatez aventurera de Artur Mas, también por la inacción del Gobierno y del PP, que han sido incapaces de ofrecer una alternativa a todos aquellos catalanes que no estando satisfechos con la situación actual tampoco quieren la independencia. Y que son muchos. Algunos incluso han votado a Junts pel Sí —la candidatura de Convergència y Esquerra—, convencidos de que era una jugada maestra para tensar la cuerda y forzar a Rajoy, o a quien le suceda, a negociar.

Les debió de pasar incluso a algunos consejeros del gobierno catalán que se quedaron espantados ante la declaración que registraron el martes en el Parlament, que Junts pel Sí y la CUP quieren que se vote antes del pleno de investidura el día 9, y que Mas ha aceptado a cambio de ser reelegido president, cosa que no parece que vaya a pasar.

En fin, que la cosa en Cataluña está complicada como ya se veía venir. Pero Rajoy ha necesitado la cercanía de las elecciones para darse cuenta de la gravedad, porque después de cuatro años de inmovilismo, de mirar para otro lado, ahora se ha vuelto hiperactivo e hiper hombre de Estado, al menos hasta que los sondeos indiquen que le es más rentable actuar solo.

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