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La política futura

Jóvenes manifestantes contra el Brexit

Imma Aguilar Nàcher

Desde que mis hijos han empezado a parecer personas adultas, no puedo evitar imaginarlos dentro de 25 años. Entonces tendrán la edad de los prescriptores políticos, unos 40 años. Los investigadores del comportamiento social empiezan a definir cómo son los nacidos después del 2000, un año que constituye una barrera psicológica para las generaciones anteriores. Todavía hay poco consenso en cuáles son los rasgos comunes de los miembros de la conocida como la generación Z, o los centennials, o la generación pantalla.

Una observación detenida de los dos ejemplares que la naturaleza me ha dado a criar permite deducir que son eminentemente audiovisuales, leen poco o nada, y se informan mediante tutoriales amateurs grabados con vídeo casero o mediante la agenda que marcan los nuevos profetas: los youtubers. Son de secuencias cortas: prefieren las series a las películas, las historias episódicas a los largometrajes. Interactúan constantemente, hasta el punto de que son incapaces de asistir impasibles a un contenido visual sin compatibilizarlo con otra actividad, y la televisión convencional la ven si pueden interactuar al mismo tiempo con su comunidad, en lo que ya hemos definido como la Social TV.

Controlan mejor que nosotros su reputación en la red y prefieren no dejar huella en internet, por eso les encanta Snapchat, la red efímera, la que no conserva los contenidos. Instagram responde perfectamente a su exhibicionismo controlado y al culto a la imagen. Lo que más me llama la atención es su fascinación por lo táctil y por lo analógico. En mi casa hay un tocadiscos, una Polaroid y vuelven a entrar los libros en papel. Mis hijos los huelen a cada rato y son consumidores voraces de los textos ilustrados. Leen poco pero miran mucho. Viven en comunidad virtual, en conversación constante por Whatsapp.

Según este escenario, como sujetos políticos del futuro, los Zetas no serán participativos, sino que directamente harán la política, la 'miropolítica'. Funcionarán por pequeñas causas, fuertemente movilizadoras por comunidades de interés, pero en las que no se requiera demasiado esfuerzo para el activismo. Los partidos serán partidos uber o partidos Facebook, es decir, plataformas que pondrán en contacto a proveedores de la política con usuarios. Esas nuevas fórmulas de intermediación, convivirán con los modelos viejos de partidos que se habrán adaptado al nuevo hábitat para poder sobrevivir. Son los partidos anfibios, que como los animales, adaptarán sus órganos para poder respirar en el agua o en la tierra y pasarán de tener branquias a tener pulmones. Los antiguos partidos incorporarán capas de experiencia de usuario que les permitan sobrevivir, así dejarán que entren independientes entre sus listas de candidatos, abrirán más sus puertas a la integración con otras plataformas o harán política colaborativa o “cocreada”.

Será un política de convivencia entre lo tecnológico y lo humano, en la que usarán la inteligencia artificial como modo de relación; la realidad aumentada, como sistema de información y transparencia; los avatares personales, nuevos escenarios de blockchain… pero también será valorado el one to one, el tú a tú, el tacto del candidato, las campañas serán de tierra. Será una vuelta a lo personal, en una nueva definición de política de las personas. Perderá peso el valor de la ideología y se focalizará más en la utilidad y en la empatía de la política, por lo que todo será orientado a cómo es el ciudadano, el electorado, y ya no en cómo es el candidato o el programa electoral.

En la política futura imperará la imagen como forma de comunicación emocional y de impacto: todo se llevará a cabo con el mínimo esfuerzo, por eso la movilización será de pequeñas causas que consigan transformaciones inmediatas y de activismo de salón, realizado mediante agregaciones de likes o de clicks. Lo más importante será la gestión de las comunidades, cuyo problema principal será la fuerte endogamia, que sólo se podrá romper mediante el diseño de campañas de conexión con otros grupos de personas que están fuera de la comunidad, pero a las que se tendrá que acceder por la vía de los conectores, o personas que actúan con influencia en grupos diferentes.

Si la política llegase a operar con la eficiencia de la empresa y con la orientación al “cliente”, el producto que tendrá que introducir en ese nuevo mercado de centennials será la confianza. Ese será el producto: la confianza, que tendrá que ser ganada a base de autenticidad, verdad, ética y eficacia de gestión.

Todo esto no es una profecía, ni siquiera pretende ser un vaticinio, pero sí puede servir como acicate para dirigirse a un objetivo que suavice las relaciones entre la política y los administrados, que elimine las barreras de la desconfianza y desmonte los prejuicios de la política. Sólo hay que aprovechar los nuevos escenarios y convertirlos en oportunidades y volver a lo mejor de la política en su origen, que no es otro que mejorar la vida de las personas.

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