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Una denuncia de la extrema derecha lleva al límite al Gobierno de Sánchez
Crónica - El día que Sánchez se declaró humano. Por Esther Palomera
Opinión - El presidente Sánchez no puede ceder

¿Esto va a ser la oposición?

El diputado preso de ERC, Oriol Junqueras, el presidente de Vox, Santiago Abascal, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la sesión sesión constitutiva de la XIII Legislatura en el Congreso de los Diputados.

Carlos Elordi

Si lo del martes en el Congreso es lo que van a dar de sí las derechas, lo tienen claro. Porque la estrategia de sacar las cosas de quicio, insultando, mintiendo o pateando no les va a llevar a ninguna parte. Hace tres semanas las urnas les dijeron claramente que la crisis catalana podrá preocupar mucho a mucha gente, pero no tanto para justificar cualquier barbaridad. El momento político es ya otro. Ahora la serenidad y el empeño en afrontar los problemas tienden a abrirse paso. Y ninguna de las tres derechas está preparada para colocarse en ese nuevo escenario.

Aporreando sus pupitres, Vox se llevó la palma del disparate. ¿Para eso han accedido al parlamento, para demostrar que sólo saben dar golpes? Pero Albert Rivera, con unos movimientos bien estudiados, nada naturales, dejó ayer muy claras las carencias y limitaciones de un partido que pretende nada menos que liderar la oposición. ¿Con qué? ¿Repitiendo una y otra vez que los dirigentes independentistas catalanes son lo peor, que no tienen derecho a nada? ¿No le basta con que estén siendo juzgados, con que les puedan caer condenas espantosas y que lleven casi año y medio en la cárcel?

O hace algo, y pronto, o Rivera se va a quedar colgado de su brocha. Tiene que encontrar otros contenidos que den sentido a su propuesta política. Porque lo de limitarse a tratar de encabezar el rechazo español al catalanismo se le está agotando. Incluso en Cataluña, donde el 28 de abril perdió peso y donde el PSC empieza a acosarle seriamente. Aunque desde hace dos años ha centrado toda su estrategia electoral en superar al PP, acaba de fracasar de nuevo en ese empeño, como le ocurrió en Andalucía. Ciudadanos es un partido en serias dificultades políticas, sin perspectivas de futuro como no modifique a fondo sus planteamientos. Y cabe albergar serias dudas de que sepa hacerlo. Cuando menos en un horizonte temporal previsible.

Lo del PP es aún peor. El martes no podía sumarse a la indignación injustificada y falsaria de Ciudadanos ante las formas en que Junqueras y los suyos prometieron acatar la Constitución. Habría sido como reconocer que el que manda en la derecha es Albert Rivera. Pero Casado fue incapaz de expresar ningún otro mensaje, ni siquiera gestual. Está grogui, a la espera que los resultados de este domingo le den el golpe final, según anuncian todas las encuestas.

Que esos tres partidos, y particularmente los salvajes de Vox, se vayan a juntar para gobernar ciudades y regiones podría ser el mejor antídoto para evitar que tengan éxito este domingo. Habrá que confirmarlo, pero las encuestas sugieren que por ahí están yendo los tiros. Y si las eventuales coaliciones dan nuevo poder territorial a la izquierda y a los nacionalismos, el futuro de la derecha quedará aún más comprometido. Cuando menos a medio plazo.

Los tertulianos, no pocos hablando por boca de ganso, hacen cábalas sobre lo justo que le salen los números a Pedro Sánchez. Eso es perder el tiempo o confundir a las audiencias. El PSOE tiene la sartén por el mango y seguramente la tendrá aún más después de este domingo. Y no porque el líder socialista haya sido un genio de la política y haya sabido manejar los hilos con una maestría admirable. No. Lo cierto es que desde junio de 2018 ha metido la pata más de una vez.

La clave de su éxito son las limitaciones de la derecha. Si ganó la moción de censura fue porque la corrupción había acabado con el PP de Mariano Rajoy y porque éste había demostrado que no era capaz de proponer nada en ningún otro frente. Fue una especie de operación de salvamento nacional a la que se apuntaron todos los partidos… menos Ciudadanos. Que una vez más no tuvo el coraje necesario para ser de verdad protagonista.

Albert Rivera volvió a equivocarse aceptando entrar en un gobierno andaluz apoyado por Vox. Y aquel fracaso sonado del PSOE se volvió a su favor con el paso de las semanas. Porque empezó a estar claro que una mayoría de españoles no estaba por la labor de que unas derechas encabritadas y cada vez más franquistas se hicieran con el poder. La crisis catalana no justificaba eso. Y la foto de Colón fue el último error en ese camino. Sánchez se ha limitado a cosechar los votos que han huido de ese sinsentido y los que han salido de la abstención para frenarlo.

Los nueve meses de la pasada legislatura han sido muy útiles para el PSOE. Primero, porque se ha fogueado en las tareas del gobierno. Segundo, porque ha demostrado que puede hacerlo medianamente bien. Tercero porque ha demostrado, o cuando menos ha transmitido ese mensaje, que hay muchas cosas que se pueden hacer sin necesidad de estridencias, que la moderación no está reñida con la eficacia.

Como consecuencia de todo ello, y de los resultados del 28 de abril, los socialistas tienen ante sí un largo periodo en el que controlarán la situación política. Podrán perder alguna votación, pero no las que podrían provocar la caída del gobierno. Y tendrán en su mano la posibilidad de tomar serias iniciativas para tratar de llegar a alguna forma de entendimiento con los independentistas catalanes. No enseguida. Faltan aún demasiados datos, entre ellos la sentencia y algún atisbo de solución de la guerra entre Esquerra y las gentes de Puigdemont. Pero no cabe duda alguna de que dentro de unos cuantos meses se empezarán a dar pasos en ese camino.

¿Será esa la ocasión que esperan las derechas para salir de su marasmo y volver a imponer su discurso? Se puede tranquilamente descartar esa hipótesis. Porque para entonces es muy posible esté inmerso en una crisis que le restará mucha capacidad de acción externa. Y porque ya es evidente, y lo será aún más con el paso del tiempo, que la histeria anti catalana ha perdido mucha fuerza en la sociedad española. En la que son cada vez más los que quieren diálogo y no mano dura sin más.

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