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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Los perros “de caza” entran en el Congreso de los Diputados

"Galgos: España ante el mundo" en el Congreso de los Diputados

Concha López / Concha López

Perros, sí. En el mismísimo Congreso de los Diputados. El miércoles de la semana pasada. No era una sesión plenaria, ni de comisión, pero era un acto parlamentario. Pura lucha, y no solo simbólica, por una democracia representativa que represente también a quienes no tienen voz para defenderse.

Entrecomillo “de caza” porque no me gusta la expresión y no quiero hacerla mía. Son perros, y punto. Otra cosa es la etiqueta que les pongamos, que siempre obedece a nuestros intereses y nunca a los suyos, y que en este caso indica que son animales usados para matar a otros animales, víctimas todos ellos de la depravación que aprecia entretenimiento en el sufrimiento y la muerte.

Me hubiera gustado contar que los parlamentarios se comprometen a poner fin a su tortura, pero de momento no es así. Sin embargo, el acto organizado el miércoles pasado por la Asociación Parlamentaria en Defensa de los Animales (APDDA) puede ser un avanceAPDDA. Así, al menos, quiero interpretarlo.

Puede serlo, porque de esa Asociación forman parte parlamentarios y exparlamentarios de prácticamente todos los partidos políticos que tienen representación en el Congreso y en el Senado, y en nombre de todos ellos el coordinador, Chesús Yuste, se comprometió a recoger las demandas formuladas en representación de esos perros por las personas y las asociaciones que les dan voz, y a intentar convertirlas en iniciativas legislativas.

Otra cosa, y eso es por lo que digo que “puede” ser un avance, es hasta dónde llegarán esas iniciativas legislativas en relación a las demandas planteadas, si contarán con respaldo suficiente para salir adelante, y cuándo, porque todo indica que será, si acaso, la próxima legislatura.

No es poca cosa que la voz de los galgos, de los podencos, y de todos y cada uno de los perros usados para cazar en todos los rincones de España, se escuche en el Congreso de los Diputados.

No lo es, tampoco, que en una de sus salas, en la evocadora Clara Campoamor, se proyecten documentales, como Febrero, el miedo de los galgos, o The greyhounds of Spain, en los que queda patente que el maltrato, la tortura, el asesinato de perros por parte de criadores, intermediarios, cazadores... no es algo excepcional.

De hecho, las asociaciones dedicadas a acabar con la tortura de estos perros estiman en más 50.000 los que cada año son “tirados” como objetos inservibles, y el Partido Animalista Pacma presentó recientemente un dossier que documentaba cincuenta casos de crueldad extrema recopilados en solo seis meses.

Lo excepcional, como explicó el abogado Sergio García-Valle, es lograr una condena como la impuesta el año pasado a un cazador en Toledo. Siete meses y medio de cárcel por ahorcar a dos perros. Fue un gran paso, que indica, por una mera proporción, la enorme extensión del camino que queda por recorrer.

La meta para quienes allí estuvieron, también la mía y creo que la de todos los que respetamos la vida animal, es el final de la caza. Pero en el camino hay marcados objetivos más inmediatos, tan básicos como mejorar el control y el registro de esos perros. Muy mal tenemos que estar para considerar como paso adelante la etérea disposición de los principales partidos, sin concretar cuándo ni cómo, a avanzar en cuestiones tan elementales.

Porque no es realista, y me encantaría equivocarme, pensar que a corto plazo llegarán a más, a pesar de las demandas reiteradas de asociaciones y protectoras, a las que cada año, de forma continua pero con especial intensidad cuando acaba la temporada de caza, llegan cientos, miles de perros que “ya no sirven”, como dicen en esos documentales sus amos, en el peor sentido de la palabra. Para ellos esos perros no son seres vivos. Son herramientas, y como tales son tratados moral, física, social, legal e incluso fiscalmente.

Muy mal tenemos que estar para tener que buscar las fórmulas que garanticen algo tan básico como que esos perros viven en condiciones higiénico sanitarias adecuadas; que no son criados de forma indiscriminada con el único objetivo de seleccionar “a los mejores” y desechar a los demás; que se identifican de forma que impida lo que ahora es cotidiano: que ni siquiera podemos saber qué humano es legalmente responsable del perro que aparece abandonado, mutilado, ahogado, ahorcado, quemado... atrocidades que suelen quedar impunes porque ¡ah, esa es otra! si no hay humano al que responsabilizar por ese daño, el daño no existe. Como cuando un coche aparece abollado pero nadie denuncia ni reclama.

A día de hoy, las demandas que han entregado a los parlamentarios Galgos sin Fronteras, SOS Galgos, la Fundación Franz Weber y el abogado Sergio García-Valle quedan muy lejos de las prioridades de los grandes partidos, y solo son recogidas por formaciones como Pacma, que tiene los derechos de todos los animales en el centro de su acción polítca, y Equo, que tiene en cuenta también a los animales en sus propuestas.

Salvo contadas excepciones individuales, para los partidos políticos del arco parlamentario, como para la sociedad en general, primero son los humanos y sus pertenencias (materiales, por supuesto), y después, mucho después, los animales. Por ello, la vida de esos perros no vale nada en relación a los recursos económicos que obtienen de ellos, directa o indirectamente, las personas que viven de su explotación. Porque la caza es una “actividad económica” y cuestionarla comporta un precio muy alto. Porque cazando se hacen relaciones y negocios. Porque los cazadores y los criadores saben cómo presionar para defender su negocio y su “modo de vida”. Y porque los perros son solo perros. Pero esas excepciones individuales, en la sociedad y en los partidos, pueden ser cada vez más. Esos perros han tomado la palabra en el Congreso de los Diputados, y su voz se acabará escuchando no solo en la Sala Clara Campoamor, sino en las sesiones plenarias y en las comisiones. Porque hay quienes les respetamos por encima de nada material. Porque hay quienes los valoramos sin tener en cuenta lo que podemos obtener de ellos. Porque hay quienes les representan. Porque hay quienes son su voz. Por justicia, por ética, por humanidad, esa jornada debe ser un avance.

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