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“Nuestro movimiento, el de los setenta, fue una eclosión del movimiento libertario”

Nazario, en su casa de la plaza Reial

Jordi Corominas i Julián

Barcelona no ha sido del todo justa con Nazario Luque. El artista andaluz afincado en nuestra ciudad desde mediados de los años setenta acaba de publicar en Anagrama La vida cotidiana del dibujante underground, un libro donde repasa su vida. Lo fácil es quedarse con las infinitas anécdotas de sexo, drogas y rock and roll, pero entrelíneas se percibe una visión diferente de nuestra cultura mediante un recorrido intenso y heterodoxo.

Quedo con Nazario en su casa de la plaça Reial, de la que ha sido un defensor y ahora es un resistente entre la oleada de guiris y especulación. Es inevitable fijarse en imágenes, objetos y el resto de la decoración, pero aún es más interesante escuchar sus palabras. Enciendo la grabadora.

Jordi Corominas i Julián: ¿Cómo resumirías la transformación de Barcelona a lo largo de los últimos cuarenta años?

Nazario: Era una ciudad de provincias y continúa siéndolo, pero en un momento concreto el alcalde Maragall empezó una labor de remodelación con motivo de los Juegos Olímpicos de 1992 y así surgió una especulación brutal. A partir de las Olimpíadas, aunque creo que fue más bien un fenómeno de la Globalización, empezó el fenómeno del turismo masivo. Para mí el turismo es una especie de caballo de Atila que arrasa con todo mientras trivializa y uniformiza el conjunto hasta el punto que poco importa el lugar de visita porque allá donde vayas te encuentras el mismo tipo de comportamientos y tiendas mientras todo se degrada. Hoy en día el centro de la ciudad se ha arruinado salvajemente.

Por eso lo decía, porque cuándo tú llegaste sí se podía proponer una cultura no homologada con rasgos distintivos propios.

Era otra época. No es lo mismo una ciudad bajo una dictadura que una Barcelona que al morir el dictador intenta crear una Democracia y luego sufre el rodillo de Convergencia, gobiernos de derechas que influyen tanto más que el turismo.

Y la Rambla en los setenta era un lugar de activismo cultural y ahora es el máximo símbolo del parque temático.

Y la plaça Reial, que ahora es un apéndice de la Rambla, que antes era un sitio de pasear y encuentro. En el Café de la Ópera nos reuníamos los amigos, charlábamos e intercambiábamos proyectos. Hoy en día es un sitio imposible. Se ha encarecido todo y a ningún barcelonés normal se le ocurriría sentarse en una de sus terrazas. El espectáculo que ofrece en la actualidad es degradante entre despedidas de soltero, gente vestida de modo ordinario, personas con la nariz pegada al teléfono y un nulo interés para nada que no sea el turismo.

Durante el primer franquismo la Rambla se volvió folklórica y licuada. Da la sensación que tú, Ocaña, Camilo y el resto de tu grupo la recuperasteis para la reivindicación cultural.

La Rambla nunca dejó de ser lo que había sido hasta que llegó la invasión del turismo. Se hacían las manifestaciones más sonadas con las cargas más terribles. Era una arteria fundamental no sólo a nivel intelectual, sino socialmente, sin olvidar que de la Rambla las marchas siempre o casi siempre se encaminaban al Ayuntamiento. El colectivo Gay sigue manifestándose por la Rambla, pero ahora las idas y venidas de turistas que observan las protestas las convierten en un espectáculo más de la ciudad.

¿Y en los años setenta qué percepción tenía la gente de vuestras manifestaciones?

Lo miraban de forma rara porque los maricones éramos clandestinos. La parte visible era el afeminado y las mariquitas de pluma, pero los maricones a los que se nos notaba muchos pasábamos desapercibidos. Una manifestación de las nuestras, gritando que detrás de los balcones se esconden maricones y que tras las ventanas había lesbianas, causaba estupor. También protestábamos en contra la Ley de peligrosidad social que nos asimilaba con delincuentes, drogadictos y mafiosos. Era la versión más moderna de la Ley de vagos y maleantes. Muchos homosexuales pisaron la cárcel.

Tú llegaste a pasar más de una noche en la comisaría de la via Laietana.

Y en la cárcel Modelo, pero fue puntual porque a Ocaña y a mí nos detuvo la Guardia Urbana y nos llevaron a la comisaría. La historia de la cárcel es otro apartado que no tiene nada qué ver con la represión de los homosexuales, me metieron en la Modelo porque estaba con Ocaña paseando vestido de mujer y a la policía no le gustó.

Puede que el imaginario colectivo, siempre proclive a difuminar la realidad, os asocie por cronología con la Gauche Divine, cuando en realidad casi no había coincidencia entre ambos movimientos.

Quien sepa lo que es el underground y la Gauche Divine no los confundiría jamás. Eran movimientos separados en todo. Ellos de clase social más alta y nosotros en el casco antiguo desde la contracultura.

¿Nunca hubo ninguna colaboración entre ambos mundos?

No había casi contacto. Alguna vez Colita sacaba fotos a Ocaña, pero le sacaba fotos todo el mundo. Terenci Moix era amigo, pero de modo muy tangencial.

Lo vuestro en este sentido es un cambio de viraje, porque Barcelona siempre ha sido de una cultura, al menos desde lo visible, hegemónicamente burguesa, mientras vosotros se distanciaba mucho de esos parámetros.

Proveníamos de fuera. Yo de Sevilla, Mariscal de Valencia, Ceesepe y El Hortelano de Madrid. Éramos un movimiento de clase media. La Gauche Divine era más clase bien. Nosotros estudiábamos diseño, yo era maestro y el movimiento iba por otros derroteros, como el cómic, que siempre ha sido considerado algo de más baja calidad, casi ni se consideraba como arte.

Y a partir de vosotros eclosiona otro tipo de cómic.

En ese sentido sí, porque antes existía Bruguera o la Escuela de Valencia. El nuestro retrataba nuestra vida cotidiana. No teníamos cabida en el mercado y buscamos nuestro medio para publicar. Por eso sacamos El Rrollo enmascarado y poco después empezaron a interesarse editores por estos dibujantes con nuevas problemática y otro estilo. De este modo salieron álbumes como Nasti de plasti o Purita hasta la evolución que llevó al Víbora en los ochenta.

¿Qué componente socio-político tenían estas publicaciones?

Yo fui un caso atípico del underground por muchas razones, las mismas que hoy en día hacen que los medios valoren mi trayectoria. Era el mayor de todo el grupo y mi homosexualidad hacía que me moviera en dos ambientes muy diferentes, el de Mariscal y el Rollo y el de homosexuales cómo Camilo u Ocaña, mucho más cercano a Jean Genet que no a Jaime Gil de Biedma. Al estar a caballo entre los dos y poder retratar los dos mundos da más valor a mi testimonio de la Barcelona canalla de esos tiempos.

Antes lo hemos insinuado, pero el componente geográfico es muy importante. Yo nací en 1979 y de pequeño me acuerdo cómo nos dejaban pasear por la Rambla y nos aconsejaban evitar la plaça Reial y el antiguo chino, eran zonas tabú.

El actual Raval y la plaza estaban marcados con una cruz. Adentrarse implica robos, drogas, prostitución y un mundo prohibido, eran sitios malditos y peligrosos, a evitar, nada aconsejables para la juventud.

En 1977 Ocaña, Camilo y tú participasteis con una performance revolucionaria, al menos desde mi punto de vista, en las Jornadas Libertarias del Park Güell.

Aprovechamos el movimiento libertario para expresar nuestro sentido de lo libertario como homosexuales transgresores: salir al escenario, quedarnos en pelotas, besarnos y revolcarnos mostrando nuestra homosexualidad, nunca mejor dicho, al desnudo. Queríamos mostrar a todo el mundo que una persona desnuda es igual tenga la preferencia sexual que tenga. Era revolucionario incluso para muchos de la CNT, los mayores, que tenían un concepto anarquista muy clásico, no estaban al día.

Ortodoxos que no comprendían esa visión.

La primera noche todavía lo soportaron, pero la segunda noche empezaron a decir qué pasaba ahí y entonces algunos jóvenes amigos dijeron que si nos prohibían montar los números dimitían y lo aceptaron a regañadientes. Los jóvenes estaban de acuerdo con nosotros y les parecía revolucionario. Ocaña meaba y el público estaba encantado. Era una performance total.

Casi un pre punk.

(Risas). Nada que ver con The Doors o The Clash. Era algo distinto, ir más allá.

La gente identifica la Gauche Divine con Bocaccio. En cambio vuestros bares eran normales y es muy difícil recuperar su memoria geográfica.

En el Bocaccio de aquí no estuve nunca, en el de Madrid una vez y me echaron porque bailaba enardecido en la pista con mi foulard y uno lo cogió arrastrándome hacia fuera. Debería haber público para lo que hacíamos, pero si alguien hiciera lo nuestro en el Marsella haría el ridículo, es inconcebible porque todo ha devenido más gris. Hasta hace poco no estaba prohibido ir desnudo por Barcelona, pero casi no lo hacía nadie.

El señor del culo verde tatuado que iba arriba abajo por la Rambla.

Sí, él y pocos más. Él iba desnudo y los turistas iban sin camisa. No sé porqué era feo. Me parece genial que la gente vaya sin camisa, y si van en pelotas mejor. No sé si es más degradante eso o ver a todo el mundo con camisetas del Barça. Una amiga mía me dijo que pensaba que Barcelona tenía nombre de equipo de fútbol.

Como Colón con la camiseta del Barça o el bar Ocaña de la plaça Reial. Eso son derrotas urbanas.

¿Le tendrían que poner un monumento como a Pitarra o Verdaguer? No sé ha hecho ninguna exposición sobre la movida de los setenta. En Madrid la hizo Esperanza Aguirre y nos pidieron obras a la gente de Barcelona.

¿Qué capitaliza la ciudad de esos años? La ciudad ha preferido capitalizar la cultura burguesa.

Yo sostuve que nuestro movimiento, el de los setenta, fue una eclosión del movimiento libertario y estuvo en vigor cuatro años: los de las Jornadas Libertarias y el teatro Diana.

Y lo cortan de cuajo con el atentado de la sala Scala de passeig de Sant Joan en enero de 1978.

Ahí termina esta movida libertaria, en la que no intervienen los socialistas, más preocupados por instalarse en el poder, ni por supuesto la derecha, ni siquiera los comunistas de Vázquez Montalbán, porque nos veían cómo pequeños burgueses.

La ciudad ha silenciado por completo el Anarquismo pese a ser uno de sus pilares históricos.

Sin respetar, sin estudiar y sin tener en cuenta tu Historia pierdes lo que has sido. Mi obra está en el Reina Sofía y en el de Arte Contemporáneo de Sevilla, pero aquí nadie se ha preocupado de tener obra mía como exponente de los setenta.

En 2002 te hicieron una exposición en la Virreina.

Me la habían hecho en Cádiz, Sevilla, la propuse y aceptaron, por eso fue, al cabo de dos años, impulsada por Ferran Mascarell. Hace poco propuse una expo sobre el trabajo que hago desde hace veinte años sobre la plaça Reial con fotografías, video y fotomontajes y una energúmena respondió que ya había expuesto una vez. ¿Ya no puedo volver a exponer?

La ciudad estos últimos años vuelve a ser muy provinciana a nivel cultural.

Ha involucionado mucho. Antes podía tener la excusa del rodillo de Pujol, pero después ya no sirve. Es una capital anodina a nivel cultural, ni siquiera se salva CaixaForum, lo mejor se lo lleva Madrid, que es referencial.

¿Y relacionas la decadencia con el independentismo?

No lo creo, es una coincidencia de elementos mediocres. Manel Borja estaba en el MACBA y se fue al Reina Sofía. Me imagino que le ofrecían mayores posibilidades. ¿Por qué los que mandan hoy no siguen la visión de Borja? No lo sé, no hay apoyos de las autoridades o los criterios para apoyar a los artistas son cortos.

Hasta hay un funeral de los que intervinieron en la génesis de la actual imagen de la ciudad.

Mariscal se quemó mucho a partir del Cobi, casi la clase política se identificó con la mascota y el diseño. Mariscal diseñaba todo y hoy hay un poco de resaca de lo del niño bonito. Con la crisis no sólo lo minusvaloran, la crisis ha conllevado que Vinçon, una de sus plataformas de apoyo, haya desaparecido y con ello un estilo que empezó a decaer, ahora no importa en absoluto el diseño de los lugares.

Palo Alto ha pasado de ser un símbolo de esa época a un mercado de fin de semana.

Se ha evolucionado hacia la trivialización y un turismo que no es sólo sueco, sino ciudadano, de una progresía a la búsqueda de chucherías. Podría haber sido Palo Alto u otro sitio. En este caso se ha aprovechado el mito del espacio.

¿No te sientes un superviviente de la plaça Reial?

Me gusta la plaza, asomarme y ver a la gente. No podría vivir en un patio como el de La ventana indiscreta. Aquí sigo a todo tipo de gente que antes bailaban y ahora van en silla de ruedas. Es la evolución de un mundo, como el momento en que seguí la evolución del Liceu tras el incendio, de los seis años de la reconstrucción.

Eres un biógrafo de la plaza.

O un cronista. Fotografío todos los días cosas que me interesan. Ahora sigo la vida del amanecer, los que salen de la discoteca, se apalancan en la fuente y empiezan a surgir historias mínimas muy interesantes, la vida de Barcelona canalla que no suele verse. Desde que murió Alejandro me levantó a las seis y media y como no me gusta estar en la cama me lavó, tomo mi café y miro por la ventana.

Y la plaza, por todo lo que simboliza, puede mostrar la evolución de Barcelona a lo largo de los últimos cuarenta años.

Por supuesto. En el libro cuento cómo me obligaron a comprar el piso y esto no es más que la evolución de toda la ciudad, el movimiento de especulación olímpico que viví en mis propias carnes, pero ocurrió en toda Barcelona. Mi amiga la hippy vivía en una pensión que cerraron para que Oriol Bohigas montara su estudio y otros pisos los remodelaron para especular, sin más. Todo eso me afectó porque cambia el paisaje. Los vecinos de toda la vida desaparecen y se vuelve todo mucho más por y para el dinero.

Tú tuviste suerte de encontrar por casualidad un cuadro del Equipo Crónica que luego vendiste para comprar el piso.

Eso fue un milagro. Encontrar un Equipo Crónica, envolverlo entre sábanas en la cocina y luego preguntar en una sala de subastas si lo podía vender, que ese es otro movimiento de especulación brutal, el del arte.

¿Crees que el nuevo ayuntamiento puede cambiar el estado actual de Barcelona?

Lo intentará, pero inútilmente porque ya hay una serie de cosas que son irreversibles. El mercado de la Boquería ya no puede cambiarse. Nosotros los vecinos tenemos que ir a comprar por calles adyacentes y puntualmente en sus paraditas mientras los turistas sacan fotos. La Rambla lo mismo, es un turistódromo en el que no ven nada, pasean porque les han dicho que es típico, e imagino que no comprenderán el motivo. Se ven unos a otros sin intercambiar nada, no saben qué mirar.

No miran para arriba.

Están con sus selfis. Roger Pallarols Me pide apoyo para las terrazas de diseño, y mira, a mi no me gustan, eran para fumadores y luego las convirtieron para el turismo.

En Poblenou hay protestas porque quieren quitarlas cuando ahora no se puede pasear por la calzada central de tantas que hay.

Son un elemento ciudadano que no me gusta, y de diseño menos, es algo aberrante.

Es el pez que se muerde la cola, al final sólo queda la resistencia vecinal.

Luchar de base, resistes a nivel de calle y espacios ocupados. En breve desalojarán el espacio inmigrante de la calle Hospital, donde di clases de español unos meses. Había sido un hotel que lo tenían de modo ilegal unos mafiosos y quedó en el aire. Lo ocuparon y ofrecían asistencia sanitaria, jurídica y daban clases a sin papeles.

En el carrer d’en Robador las prostitutas quisieron hacer una cooperativa y el anterior consistorio tumbó la propuesta.

Sí, y todo es igual, como en Can Vies o el Banc Expropiat. Lo del espacio inmigrante quieren resistir, pero no es eso, es una especie de polvorín. Un día hablé con Gala Pin, porque quieren convertir el espacio en Hotel, y ella no sabía nada del tema. Le dije que deberían ofrecer alternativas y me dijo que lo estudiarían.

El conocimiento verdadero de lo que sucede es de los vecinos porque los que mandan, sean del color que sean, desconocen esa realidad.

El actual ayuntamiento insiste en que me quede porque quieren que el ciudadano permanezca en su sitio y no sea ocupado por un turismo al que le da igual el vecindario y la escalera porque vienen y se van. No se preocupan por esto y el ayuntamiento quiere que permanezca para conservar el tejido de la ciudad y lograr que esto no se convierta en otra Venecia más.

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