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Javier Cercas: “Soy todos los personajes de ‘Las Leyes de la frontera’”

El escritor de origen extremeño afincado en Girona Javier Cercas. /David Ruiz

Sergio Collado

Girona —

Con la nueva novela 'Las Leyes de la frontera' (Mondadori. 2012), el escritor Javier Cercas, extremeño de nacimiento (Ibahernando, 1962) y gerundense de adopción, ya forma parte de la constelación de escritores con unos cuántos libros sobre sus espaldas. Tras una década del éxito de 'Soldados de Salamina' sigue en primera línea y es parte del paisaje de la literatura contemporánea.

Más allá de la historia concreta del libro, qué añade 'Las Leyes de la frontera' a tu bibliografía?

Todos los libros que escribo miro que sean diferentes, y todos de alguna manera se parecen porque los he escrito yo. Los libros lo que hacen no es contestar a las preguntas que uno se hace, si no formularlas de la manera más compleja posible. Y como la pregunta que se hace a cada libro es diferente, la manera de formularla es diferente. Es muy habitual que los escritores hagamos trampas: si un libro te ha ido bien, el próximo libro es el anterior más o menos disfrazado... he tratado siempre de evitarlo.

Parece casi una paradoja o una lucha con uno mismo...

Este libro no debería parecerse en nada a los otros libros míos, y al mismo tiempo debería parecerse mucho porque mis obsesiones, mi manera de ver las cosas es la que es. Entre estos dos polos se mueve un escritor de verdad, un escritor tal y como yo lo entiendo, como si fuera variando siempre sobre una serie de asuntos.

¿Podríamos decir que esta novela es un combinado de géneros?

La novela, básicamente, es una larga y compleja historia de amor a tres bandas, llena de ambigüedad y de sombras. Probablemente tiene elementos de novela negra.... Más que novelas policiacas, escribo novelas antipoliciacas: al final nunca se sabe quién ha matado a quién. Esto es el centro del libro. Un poeta amigo mío, Carlos Marzal, dice que escribo thrillers existenciales, thrillers en los que averiguar quién hizo qué conlleva cuestiones morales, políticas, no es meramente resolver un “crucigrama”.

¿Has escrito de memoria la primera parte del libro que se encuadra en el verano del 78?

No, siempre me documento. Se trata, como dice Vargas Llosa, de 'mentir con la verdad', por lo que tienes que documentarte. Y claro, también he tirado de memoria, pero hay detalles que los he tenido que ir a buscar en los papeles o discutiendo con la gente que los conocía ...

Pero por otra parte no te gusta la etiqueta de novela histórica...

Detesto la etiqueta de novela histórica. Me parece un oxímoron, una contradicción en términos: o es novela o es historia, pero las dos cosas a la vez no... No escribo novelas históricas, escribo novelas en las que la historia tiene un sentido, tiene un papel. Descubrí que el pasado es una dimensión del presente, que el presente por sí mismo no se entiende. El pasado está ahí, en el presente.

Uno de los modelos de adolescentes de aquella época eran los jóvenes quinquis. ¿También puede ser un texto generacional?

Estos niños, adolescentes delincuentes, no son un fenómeno característico de Cataluña o de España de aquella época, son una variante, un avatar de un mito universal, que se da en ese momento: el mito del bandolero adolescente, el delincuente juvenil -que es el mito del Billy the Kid, por ejemplo-. Estos chicos que fueron mitificados -convertidos en leyenda por el cine, por la literatura, los medios de comunicación, por la música- no eran ajenos a mi experiencia, formaban parte de mi paisaje natural y la gente de mi generación convivía con ellos. No era muy difícil ponerse en su piel.

El adolescente es una pieza con mucha fuerza como figura literaria.

Es la primera vez que escribo sobre adolescentes. Quizás porque tengo un hijo adolescente... Un personaje de la novela dice que “amar a los hijos es muy fácil, lo difícil es ponerse en su piel”. Quizás este libro era una manera de intentar ponerme en la piel de mi hijo, volviendo al adolescente que yo era.

Dos edades, dos crisis. La adolescencia y los cuarenta.

La primera parte es una especie de novela de aprendizaje, el bildungsroman alemán. Un relato en el que un personaje descubre las cosas esenciales de la vida -la violencia, el sexo, el amor- y se hace hombre. En la segunda parte descubrimos cómo esto de la madurez es una trampa, un espejismo, y en el fondo siempre llevamos dentro un inmaduro total, un adolescente. Al protagonista le pasa lo que a mucha gente a los 40 años, piensa que no es la vida que quería llevar, que ha equivocado el camino y cree que recuperando el pasado encontrará la vida que buscaba. Esto es también espejismo. El espejismo de que todos tenemos que cambiar de vida.

Llegaste a Girona a los 4 años desde Ibahernando. Aún compartes la experiencia del emigrado como los personajes de la novela?

Cuando lo eres, lo eres para siempre. No es que yo me haya integrado en la ciudad o en el país, soy gerundense totalmente pero mi manera de ser gerundense es ser un tío que emigró de otro lugar. Siempre seré un charnego, no tiene vuelta de hoja. Hay gente que no tiene relación con el lugar de donde vino, mi caso no es éste. Vengo de una familia muy arraigada en Extremadura, tengo una casa allí y familia. Los personajes del libro son desplazados, sí, pero con estos personajes desplazados también se ha hecho la ciudad, y el país. Soy un desarraigado, y seguramente por eso soy escritor.

Parece que la fórmula y motor para escribir sea este ‘y que hubiera pasado si'?

Así empiezan siempre las novelas. El protagonista de la novela es, como diría Milan Kundera, un hipotético mío, una posibilidad no realizada de mí mismo. Cervantes se levanta un día y dice 'y si em vez de ser yo un tío que ha estado en Lepanto y en la cárcel, me hubiera pasado la vida en un “poblachón” de La Mancha leyendo libros de caballerías'...? Y ahí comienza la novela. Esto no quiere decir que Don Quijote sea Cervantes: Cervantes es Don Quijote, Sancho Panza y todos los personajes del libro. Al igual que yo soy todos los personajes de Las Leyes de la frontera.

En el libro describes dos Gironas, la de antes y la de ahora, la transformada.

Hay una Girona oscura, gris, una ciudad del tercer mundo, clerical y sucia, la ciudad de los años 60 que es la del comienzo del libro, pero al año 78. La Girona de ahora es muy diferente y aunque hay un personaje del libro que habla de “una ciudad ridículamente satisfecha de sí misma”, yo no estoy necesariamente de acuerdo. Puedo sentir nostalgia de mi adolescencia -que tampoco la siento- pero es imposible sentir nostalgia de aquella ciudad porque la de ahora es incomparablemente mejor.

Al hablar en ‘Las Leyes de la frontera’ de protagonistas adolescentes... se puede también pensar en un nuevo público lector?

Mi preocupación no es captar público, mi preocupación es escribir el mejor libro que puedo escribir. ¿El público? No sé quién es el público. Hay lectores y cada lector es diferente. Nunca he pensado en escribir para adolescentes, para mayores, para mujeres. ¡¿Qué coño sabes tú que les gusta?! Me parece el camino hacia la catástrofe absoluta. No tengo ni idea de cómo se hace esto. Escribo el libro que me gusta a mí con la esperanza de que esto gustará a los demás pero no me puedo preocupar. Obviamente un escritor escribe para sí mismo. Escribes para el lector que tú eres.

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