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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

A 20 años del asesinato de Rabin

Xavier Abu Eid

Se cumplen 20 años del asesinato del primer ministro Israelí Yitzhak Rabin, impulsor del proceso de paz con Palestina. Un terrorista israelí contrario al fin de la ocupación, Yigal Amir, logró llegar a unos pasos de distancia armado con una “beretta”, consumando el mayor asesinato de un líder político en la historia de Israel. A dos décadas de su muerte, muchos aun consideran que con la muerte de Rabin comenzó a morir el “proceso de paz”.

Antes de escribir esta columna llame a un buen amigo israelí, experto en asuntos palestinos, que ejerce como corresponsal de uno de los medios israelíes más importantes. Evidentemente hay muchas cosas que nos diferencian, pero hay otras que nos acercan. Él es un ferviente defensor de la necesidad de un estado palestino, por lo que aspira a ilusionarse con cada destello de esperanza. Yo muchas veces, manejando más información que él, lo he llamado un iluso. Sin embargo una importante diferencia entre nosotros es que él fue testigo del Acuerdo de Oslo firmado el 13 de Septiembre de 1993 entre Yitzhak Rabin y Yasser Arafat.

Mi amigo, por ende, pudo ver como el mismo general que dio las ordenes de romper los huesos de los palestinos que lanzasen piedras a las fuerzas de ocupación durante la Primera Intifada (1987 – 1993), asumió la decisión de reconocer de que Israel no podría sobrevivir manteniendo mientras negase los derechos del pueblo palestino. El acuerdo de Oslo especificaba algo que luego del asesinato de Rabin en Israel quisieron olvidar: el objetivo de respetar las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad, es decir la retirada israelí de la ocupación que comenzó en 1967. El plazo para su cumplimiento eran cinco años. Ya vamos en 22.

Rabin pudo derrotar electoralmente al campo de israelíes que quiso usar las negociaciones para la construcción de colonias. El terrorista internacional Yitzhak Shamir, cuyo grupo Stern intentó formar una alianza con los nazis en 1941 (http://www.theguardian.com/commentisfree/2015/oct/21/netanyahu-faitytale-hitler-mufti-holocaust), fue el primer ministro israelí durante la conferencia de Madrid (1991). Al retornar a Tel Aviv, Shamir dio una de sus frases célebres: “vamos a negociar por décadas, no entregaremos territorio, seguiremos construyendo colonias hasta que no haya nada que negociar”. Su portavoz era el joven Benjamín Netanyahu.

Pero esa victoria electoral de Rabin fue dividida. No todos en su bloque estaban convencidos de la conveniencia de un estado palestino (en palabras de Shlomo Ben Ami, Rabin estaba convencido, Shimon Peres no) y el otro Israel, ese de Shamir y Netanyahu, estaban dispuestos a hacer todo lo posible por evitarlo. Ello llevó a una campaña de incitación al odio sin precedentes en la historia de Israel, donde a Rabin se le llamó desde traidor a nazi. Una de las cabezas de esa campaña fue el actual primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, a quien la viuda de Rabin, Leah, describió como una “pesadilla.” Una vez consumado el asesinato Leah no permitió que Netanyahu le de las condolencias, lo que si permitió de Yasser Arafat, quien se trasladó de Gaza a Tel Aviv el 10 de Noviembre.

Yasser Arafat preguntó tres veces si es que era cierto que Rabin había muerto para luego llorar. El proyecto político que unía a ambos, el fin de la ocupación israelí y la consolidación de dos-estados, se empezaba a derribar. Rabin, gozaba de dos características que ningún otro líder en Israel ha conjugado desde su asesinato: La legitimidad de un férreo militar que combatió a los palestinos por décadas, y la visión política de quien entendió que ese no era el camino. Netanyahu parece tener mucha legitimidad, pero nada de visión política.

Mi amigo periodista israelí me decía que el gran éxito de la Primera Intifada fue forzar a Israel a entrar en un proceso político para el fin de la ocupación. Hoy las cosas han cambiado mucho desde la esperanzadora Conferencia de Madrid. La pistola de Yigal Amir, no solo terminó con la vida de Rabin sino que dio vida política a los seguidores de Shamir. Hoy, el número de colonos en territorio ocupado se ha triplicado y muchos dudan de que la solución de dos-estados pueda ser aplicable. “La única forma de mover a Netanyahu es que sienta contra la esquina”, me decía mi amigo. Mucha razón, pero ¿Cuáles son las reales posibilidades de que Netanyahu abandone su miopía política? Saeb Erekat decía al Canal 2 israelí “cuando nos sentábamos con Rabin, escuchábamos a un hombre que pensaba en el futuro de Israel en 300 años; escuchando a Netanyahu uno ve un hombre interesado en que dirá el noticiario de las 9 de la noche”.

Hay quienes cuestionan la real voluntad de Rabin de terminar con la ocupación. Sin embargo, es un hecho que Rabin siempre respetó sus compromisos, y entre Septiembre de 1993 y Noviembre de 1995 muchos cambios pudieron verse, incluyendo el retorno desde el exilio de 250.000 palestinos. Si hoy habría un estado palestino soberano es una incógnita. Lo concreto es que muchos ven el asesinato de Rabin como el efectivo fin del proceso de paz. El documental israelí 'The Gatekeepers', muestra a una serie de ex jefes de la inteligencia israelí denunciando a quienes hoy están en el poder como quienes destruyeron las posibilidades de paz. Netanyahu fue elegido por primera vez en 1996 bajo el lema de destruir el Acuerdo de Oslo. No lo hizo mal: de ese acuerdo, hoy poco y nada queda.

El 2013, el asesino de Rabin, Yigal Amir, pidió a su hermano (y cómplice en el asesinato) Hagai, que vote en representación de el en las elecciones israelíes. Su voto fue para Neftali Bennett, actual ministro de educación israelí y una de las figuras más fuertes del gobierno de Netanyahu. En Israel, con un gobierno empeñado en consolidar un régimen de Apartheid, una izquierda reducida a su mínima expresión, un Partido Laborista comprometido con cualquier cosa menos el fin de la ocupación, y un centro populista con pocas diferencias frente al proyecto del Likud, no me quedan dudas de que el asesino de Rabin, encarcelado y todo, debe mirar a la situación actual con bastante satisfacción.

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