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'600 millas', para traficar con armas en Estados Unidos

Francesc Miró

Aunque parezca que no, la sombra de Traffic sigue siendo muy alargada a día de hoy. Han pasado dieciséis años ya desde que Soderbergh instalase las bases del thriller fronterizo moderno con aquella película, pero sus postulados formales siguen muy vivos en películas como Sicario o dramas como Babel.

Se diría incluso que la influencia podría llegar a ser más una camisa de fuerza que una inspiración para nuevos cineastas. Pero siempre hay quienes saben salirse, por suerte, de las camisas de fuerza. Es el caso de Gabriel Ripsten, hijo del reconocido cineasta Arturo Ripstein, que durante años ha ido ejerciendo de productor y guionista a la espera de encontrar el producto exacto con el poder estrenarse como director. Ese es 600 millas, drama que ha llegado a nuestros cines este viernes.

La influencia pasa por tratar la temática de las relaciones que se establecen entre los habitantes de la frontera de México y EE.UU con ciertos tics que desnaturalizan el conflicto. Muchas veces, se ha optado por adscribir las creaciones cinematográficas que sobrevuelan la frontera al thriller o la pura acción, como si el tráfico de armas y drogas, obligatoriamente, tuviera que ser tratado con un toque hollywoodiense para ser creíble.

Gabriel Ripstein ha conseguido escapar, en parte, del cliché para ofrecer otro tipo de mirada. Aunque la utilización de la cámara en mano también ha terminado por ser tópica, su postura para con ella consiste en pegarse a los personajes como lo haría una film de naturalismo militante. 600 millas se revela como una apuesta arriesgada mucho más cerca de una película de los Dardenne que de una de persecuciones y engaños de la escuela de Steven Soderbergh.

Más aún cuando se descubre deudora del mejor cine europeo y deja de lado el nervio de la Steadicam para hacer reposar el drama, hacerlo sentir más allá de la evolución narrativa. Entonces Risptein para el tiempo y hace que todo cambie, como una suerte de fantasma del Haneke de Caché sobrevolando el desierto de Chihuahua.

Después de darle espacio a su arrance, más de un tercio del film, la película se va revelando como una road movie social que encierra a dos personajes contrapuestos en un coche mientras viajan por la inmensidad vacía y muerta de la zona. Pero no pretende, como es clásico en el subgénero, dar rienda suelta al aprendizaje personal del “viaje interior” que realizan sus protagonistas. En 600 millas nadie piensa en rogar que el viaje sea largo, porque los poemas de Kavafis quedan muy lejos de la frontera mexicana.

El debate de las armas en EE.UU con otros ojos

600 millas ya pasó por España, recibiendo buenas críticas en el pasado Festival de San Sebastián. La película compitió en la sección Horizones Latinos y ha tardado un tiempo en conseguir distribución para un estreno a pesar de las buenas críticas.

En EE.UU se estrenó en febrero y la película causó cierto revuelo en su momento, debido a su agudo punto de vista sobre la temática de fondo, siempre de actualidad en muchos estados norteamericanos. 600 millas es una película sobre el tráfico de armas pero también sobre su facilidad de uso y adquisición, sobre la falta de regulación de su compra-venta.

Un joven de 18 años entra a un establecimiento que parece pertenecer a una cadena de supermercados. Recorre los estrechos pasillos de los cereales y las neveras con refrescos. Pasa por una estantería y recoge unos cuantos paquetes de balas 30-06, adecuadas para la caza. A continuación, se dirige a pagar y cuando la cajera ya le ha cobrado las balas, él le pide un paquete de Marlboro. Entonces, y sólo entonces, ella le requiere su DNI.

Esta es una de las muchas escenas en las que Ripstein pone de manifiesto la facilidad para obtener un arma en suelo estadounidense. Pero no lo hace desde el tono satírico deudor del Bowling for Columbine de Michael Moore, y ese memorable inicio en el que le regalan una escopeta por abrir una cuenta en un banco, sino más bien desde la seriedad que marca la urgencia del tema.

En EE.UU mueren 92 personas por arma de fuego al día y otras 297 personas resultan heridas por disparo. De cada millón de habitantes, 29 fallecen por arma de fuego, 22 más que en países vecinos como, por ejemplo, Canadá. Y las razones siguen siendo tema de debate: desde el 11-S se contabilizan prácticamente cero muertes al año dentro de suelo estadounidense por terrorismo, mientras que 10.000 personas anualmente, lo hacen por disparo de arma de fuego.

Son cifras del suelo estadounidense del que los protagonistas de 600 millas extraen las armas que luego llevan a México. Las compran en supermercados, en grandes almacenes, en centros comerciales, las esconden en un falso maletero, y las llevan a su país. Sólo tienen que pasar la frontera, aunque tampoco es demasiado difícil si tienes los contactos adecuados. La polémica está servida.

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