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“La figura de Bono me cabrea especialmente porque es un hipócrita”

El escritor Adrian McKinty en Gijón

Paula Corroto

Años ochenta. Belfast está inmersa en pleno conflicto entre unionistas y separatistas. Atentados del IRA. Cortes de luz. Helicópteros vigilando por las noches. Este es el ambiente que retrata Adrian McKinty (Belfast, 1968) en sus novelas protagonizadas por el policía católico Sean Duffy. Estos días ha estado en la Semana Negra de Gijón presentando su último libro, Oigo sirenas en la calle, que sucede a Cold, cold, ground, ambos publicados en Alianza. Con un estilo seco, muy James Ellroy, McKinty forma parte de esta nueva generación de norirlandeses que sí ha decidido sacar a la luz los sangrientos episodios de aquellos años.

¿Qué le lleva al género negro?

Crecí en una escuela tradicional británica y leíamos a los escritores tradicionales, Charles Dickens, Thomas Hardy… Y eran aburridísimos. De hecho, cuando salí de la escuela me juré no volver a leer más. Thomas Hardy empieza una de sus obras con una descripción de un páramo de 20 páginas y habla de cómo es en invierno, verano, otoño y primavera. Llegué a odiarlo, me parecía un coñazo. Pero, por casualidad llegué a Raymond Chandler y al género negro y me entusiasmó. Pensé, ‘ah, los libros pueden ser interesantes’. Después de Chandler, vinieron Jim Thompson, Hammett, James Ellroy… Y entonces pensé que si alguna vez escribía una novela quería hacerlo como ellos.

Ellroy y Elmore Leonard invocan mucho a la violencia en sus novelas y usted también. ¿Qué representa la violencia en el ser humano?

A mí la violencia no me gusta. Acabo de leer el último libro de Stephen King y lo encuentro demasiado violento. Hay una madre y un bebé que mueren brutalmente en la página tres. Creo que debe haber una razón que justifique la violencia, esta no debe ser gratuita, y además, debe ser una violencia estilizada, y que se enseñen sus consecuencias, no solamente que se muestre como algo divertido y hermoso, porque no lo es en realidad. A veces puedes no hacerlo y te puede salir bien como Quentin Tarantino en Reservoir Dogs, que hizo una escena completamente gratuita y desde el punto de vista artístico es tan maravillosa que está justificada. Pero esto no suele ser la regla.

Vivimos en un mundo violento. El hecho de ser consciente de ello, ¿le lleva a introducir la violencia en tus novelas?

Con los libros ambientados en los años 80 es imposible hablar de la realidad sin recurrir a la violencia. Cuando era niño, en Belfast había un bombardeo casi todos los días. En todo aquel periodo se estima que murieron 3.500 personas, así que no se puede hacer una descripción veraz de la época ni el lugar sin mostrar la oscuridad implícita. Pero yo intento que no todo sea oscuro. Mucha gente en esa época recurría al humor para sobrellevar lo que estaba pasando. Se mofaban de los villanos y había todo tipo de comentarios sarcásticos sobre lo que ocurría. Así se rebajaba la violencia real.

¿Cómo le marcó esa violencia que vivió de niño en Belfast?

Recuerdo varias anécdotas. Durante una época mi padre no tenía coche por lo que quien nos llevaba al colegio era un vecino, que era comandante del Ejército británico. Y todas las mañanas antes de subir al coche registraba debajo del vehículo para saber si había una bomba. Pero un día nos metimos en el coche sin mirar debajo y yo pensé durante todo el trayecto que ese era el día de la bomba e íbamos a estallar. Estaba fuera de mí. Durante dos años esto sucedió cuatro o cinco veces y cada vez fue un viaje angustioso, por lo que le pedí a mi madre no ir con el vecino en el coche. Son estos pequeños detalles que se olvidan por completo y que uno no vuelve a pensar en ellos hasta que no es adulto. Cuando estaba escribiendo Cold, cold, ground, recordaba que cada día en Belfast en el metro y en las tiendas te registraban el bolso, los helicópteros que vigilaban por la noche o lo frecuente que era que cortaran la electricidad porque habían puesto bombas en las centrales eléctricas. Un niño ve estas cosas como normales y hasta que no te haces adulto no las ves anormales.

Y todo eso se supera.

Yo de niño pensaba que era normal. No le daba muchas vueltas. A veces pienso en los niños de Gaza o Siria y en si estarán traumatizados y en realidad todo lo que están viviendo forma parte de su vida. Yo no guardo recuerdos horribles. Era una situación bizarra, peligrosa, pero no me ha dejado muchas marcas. Simplemente me acostumbré.

Sean Duffy es un policía católico, lo que genera tensiones con sus compañeros protestantes. ¿Es este conflicto lo que le obligó a posicionarse en cuanto a la religión, independentismo y unionismo? ¿Está en este personaje su relato del conflicto?

No es tanto que quisiera reflejar mi postura sobre el conflicto como el hecho de que así es mucho más divertido escribir, ya que se trata de un policía católico rodeado de un entorno protestante. También es un personaje mucho más intelectual, bohemio que sus compañeros de trabajo, y pertenece a otra clase social, él es más de clase media. Son elementos que lo diferencian, y eso es lo que me parece más interesante como escritor porque me puede dar más material para construir la novela. Si hubiera creado a un detective protestante de clase obrera con nivel intelectual bajo, hubiera sido más aburrido.

Pero sí que quiero incidir en lo absurdo que es para mí todo el conflicto. Ni siquiera son grupos de gente distinta. Son dos grupos de raza blanca, educación cristiana, que hablan inglés y que tienen una cultura común. Pero para ellos lo más importante es buscar la única diferencia: que unos sean protestantes y otros católicos. Es absurdo que con tantas cosas en común se pongan a buscar la única diferencia. Desde cualquier otra parte del mundo te das cuenta de lo ridículo, pero después regresas a Belfast y observas que la situación sigue siendo dramática. Ahora acaban de construir unos muros de más de seis metros para separar barrios y a los niños los siguen educando en la diferencia. Van a escuelas distintas, no juegan a los mismos deportes… Apenas hay matrimonios mixtos. Yo lo que intento destacar ese toda esta absurdez.

¿Sigue Belfast siendo una ciudad dividida?

Hacía tiempo que yo no estaba en Belfast, desde el año pasado, pero volví hace unos días y ahora regresaré y, desafortunadamente, las cosas siguen siendo dramáticas. Vas a la zona católica y siguen los grafitis a favor del IRA. Y vas a la zona protestante y ves lo mismo, pero con los unionistas. Es deprimente y aterrador que se sigan manteniendo comunidades separadas, incluso tanto tiempo después del conflicto. Y sobre todo se crean muchos mitos erróneos sobre el enemigo. La falta de interacción es lo que continúa generando odio. Pero la base es muy absurda, puesto que no es como el conflicto entre Israel y Palestina, donde los israelíes son judíos y hablan hebreo, y los palestinos son musulmanes y hablan árabe. Esto es Irlanda del Norte. Comparten la lengua y la religión y aun así tienen esta fuente inagotable de odio.

¿Por qué hay tanta literatura y cine sobre el IRA? En España no tenemos tanta sobre ETA.

Es un poco por culpa de Estados Unidos. En los años 70 y 80 les interesó el conflicto y pensaban que era muy fácil de dramatizar. Normalmente el protagonista era un rebelde con conflictos sobre lo que debía hacer interpretado por alguna estrella. Y siempre acababa luchando contra el despiadado soldado británico. Es una historia demasiado simplificada. Por eso la mayoría de estas películas son terribles. A Hollywood no le interesaba contar bien el conflicto sino vender entradas y sabía de la importante comunidad norirlandesa en EEUU.

¿Cuál es la mejor película y la mejor novela sobre aquella época?

Debe de haber como una veintena de películas sobre el conflicto norirlandés y todas son terribles. La única que se podría salvar de la quema es Bloody Sunday, de Paul Greengrass, sobre todo porque es un punto de vista muy paciente y con matices de lo que le pasaba a la gente. Y tiene algo que ver que se haya hecho fuera del sistema tradicional de estudios de Hollywood. En cuanto a novelas destaca el trabajo de gente como Stuart Neville o Brian McGilloway. Pero es curioso porque en Irlanda se ha empezado a escribir sobre esto hace tres años, hasta entonces nadie quería tratar el conflicto en sus libros. Había como una especie de pacto de silencio y nadie quería revivir lo que había pasado. Pero ahora han empezado a tratarlo y ha sido como un movimiento generacional.

De los que eran niños entonces.

Sí, quien lo está sacando a la luz es la gente que creció en los setenta y los ochenta. Para la generación de los padres todavía sería más fresco y reciente y prefieren correr un tupido velo. En cambio los niños que crecimos entonces nos preguntamos por qué tenemos que callarnos. Y es interesante que estén saliendo tantos libros que examinen este periodo, ya que es bueno que se saque a la luz. Reprimir el pasado no es bueno ni para la cultura ni para la sociedad.

En sus libros también hay mucha música popular. ¿Por qué?

Sí, Duffy y yo compartimos los mismos gustos musicales. Yo soy un friki de la música. Soy un coleccionista de vinilos y me gusta escucharlos a la antigua usanza, limpiarlos antes de ponerlos, colocar la aguja y disfrutar con un vaso de whisky de lo que estoy escuchando. Me gusta Mahler, Mendelssohn, Led Zeppelin, la Velvet Underground, New Order, Joy Division…

Es curioso que en los setenta y ochenta surgiera el punk como un movimiento musical que reflejaba lo que estaba pasando. Ahora no hay nada parecido.

Los años 70 y 80 son la época dorada de la música. Pervivían los viejos dinosaurios como Led Zeppelin o Deep Purple, Rolling Stone y al mismo tiempo había una generación nueva y contestataria como The Clash, los Ramones, New York Dolls, Joy División, New Order… Era una época fantástica que mostraba musicalmente lo que estaba ocurriendo. En cambio ahora han pasado 20 años y los álbumes clásicos superan la prueba del tiempo. Todavía seguimos escuchando el London Calling, de The Clash. Incluso The Smiths siguen estando de moda. Porque, ¿a quién tenemos ahora? ¿Justin Bieber, Miley Cyrus, Rihanna? ¿Te imaginas a Katy Perry cantando una canción política?

¿Y qué hacemos con Bono?

Tengo serios conflictos. De niño me gustaba mucho U2. De hecho, con The Joshua Tree alcanzaron el punto más alto de su carrera. Pero la figura de Bono me cabrea especialmente porque es un hipócrita. Está continuamente haciendo declaraciones en público sobre la situación de las escuelas rurales y cómo cada vez hay menos fondos para educación, pero él es millonario y está evadiendo impuestos. U2 tiene su sede fiscal en Holanda y en la isla de San Martin en el Caribe, que es un paraíso fiscal. La fortuna personal de U2 es de 3.000 millones de euros y se quejan de que los niños en África mueren porque les pican los mosquitos. Con su dinero podría dedicar la mitad a comprar mosquiteras. Es hipócrita.

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