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Los Goya 2017 premian la taquilla de Bayona y la ira masculina de Arévalo

Raúl Arévalo, ganador de cuatro Goyas por 'Tarde para la ira'

Mónica Zas Marcos

“A los políticos les vamos a dedicar el mismo tiempo que ellos a la cultura en sus campañas”, adelantaba un comedido Dani Rovira al comienzo de la gala. Él avisó y como un mantra le siguieron todos los ganadores en esta 31 edición de los premios Goya. Solo hubo un monstruo presente durante toda la noche, pero no tenía nada que ver con el IVA cultural ni con el abandono gubernamental del sector. La película de J.A. Bayona sobre fantasías terroríficas y realidades aún peores ha sido la más premiada.

Sus nueve cabezones han servido para trasladar al atril algo más que palabras de agradecimiento a productores y familiares. “A toda la gente que combatió a este monstruo mientras rodábamos la película”, dedicaba Bayona a las víctimas de cáncer en su discurso como Mejor Director. Su perfecto mimbre de talentos le ha hecho sumar tantos premios como Belle Époque y el mayor número de espectadores del año pasado. La taquilla de Un monstruo viene a verme no iba a pasar desapercibida por la Academia de Cine, pero tampoco lo ha hecho en los discursos.

Este año, el gremio español venía con cifras en la mano para exigir de forma muy velada un mejor trato desde el Gobierno. El único que ha hablado claro al respecto ha sido el vicepresidente Mariano Barroso, que junto a Yvonne Blake recordaba que “no somos un sector que vive del Estado, somos un sector que genera riqueza para el Estado”. Sería la única vez que los dardos se dirigieron hacia la butaca del ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, que ha salido bastante mejor parado que sus antecesores. Al menos, como ha soltado el presentador entre bromas, “había algún ministro” en la platea.

La otra vencedora de la gran fiesta del cine español ha sido Tarde para la ira. Poca rabia le quedaba a Raúl Arévalo al recoger su Goya como Mejor Director Novel y por Guión Original, que ha rematado también con el más jugoso de la velada. Le ha acompañado en el escenario Manolo Solo, poniendo en alza el valor de los actores de doblaje por su magnífico falsete en la película.

Ha sido el año del thriller masculino, con tres grandes exponentes del género jugándose los cuartos. Al final será un debut el que se recuerde como lo mejor de nuestro cine, pero las demás también han tenido sus premios de consolación. A El hombre de las mil caras, de Alberto Rodríguez, le han faltado las pasiones que despertó La isla mínima, pero se ha ido a casa con dos Goya nada secundarios bajo el brazo. Y, aunque parecía que terminaba la noche de vacío, Que Dios nos perdone ha conseguido alzar a Roberto Álamo sobre el favorito Eduard Fernández, que ya cuenta en su currículum goyesco con diez nominaciones y solo dos con final feliz.

Ana Belén, con las mujeres invisibilizadas

Parecía que el chal feminista de Cuca Escribano en la alfombra roja abría la veda a las reivindicaciones. Pero al final se quedó en unos bordados y breves alusiones sobre el escenario. Este ha sido un año especialmente delicado en cuanto a la presencia femenina en la gala de los Goya.

“Hay que potenciar el papel de las mujeres en puestos de toma de decisiones”, ha dicho Dani Rovira subido a unos tacones para ponerse en sus zapatos. “Mujeres que hagan películas sobre mujeres, con mujeres actrices y para todo el mundo”, lanzaba hacia un público donde solo había una directora nominada, Nely Reguera.

Esto, unido a las declaraciones de Beatriz Bodegas, productora de Tarde para la ira (“no me llegan tantos proyectos con buenos personajes femeninos”), daba poco pie a tratar el tema en profundidad. Hasta que llegó la maravillosa Ana Belén.

“A veces pienso que si no hiciesen falta mujeres para interpretar a mujeres ni siquiera estaríamos las que estamos”, lanzaba la veterana intérprete, con una garra que recordaba a sus papeles como Fedra y Medea. Ella, que consiguió ser un símbolo de libertad cuando el franquismo aún ataba a las mujeres, se pregunta “por qué sigue costando tanto trabajo que nos reconozcan como a los hombres”.

En su discurso del Goya de Honor también incluyó un grito de dignidad por su profesión, que “no se merece tanto desprecio de sus gobernantes”.

Pero la noche ha tenido también otras dos grandes protagonistas. Emma Suárez batió récords con dos premios por su principal en Julieta y su secundario en La próxima piel, un doblete que sólo había conseguido Verónica Forqué en la edición de 1988. “Estuve cuatro años haciendo teatro, y durante ese tiempo no tuve ningún proyecto de cine, pero soy una actriz de oficio”, admitía en la sala de prensa.

Poco después, la joven intérprete Anna Castillo, la gran revelación de El olivo, agradecía, en uno de los discursos más espontáneos y simpáticos de la noche, la oportunidad de su vida a Icíar Bollaín.

Hay muchas cosas que se podían haber reivindicado haciendo uso de un micrófono y una señal de televisión nacional. El desaparecido IVA cultural, la precariedad de nuestro cine de animación, el maltrato al cortometraje o el tremendo paro en el gremio actoral. Aunque Emma Suárez se haya “quedado helada” con este último y descorazonador dato (92% de desempleo), no se recordarán alegatos fuertes ni combativos.

Lo único que nos queda es Silvia Pérez Cruz usando las palabras de la forma más honesta. La actriz revelación ha recogido su premio a Mejor Canción haciendo lo que mejor sabe: cantar. Estas estrofas serán la escasa banda sonora de unos Goya simplones y sin guerras en los atriles.

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