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“Su libro es un asco: queremos publicarlo”

Viñeta de Peter Steiner en The New Yorker

Paula Corroto

Dos lectores del siglo XV miran asombrados por primera vez un libro, y uno de ellos le dice al otro: “Muy bonito, pero mientras haya lectores habrá rollos”. La firma de la viñeta es de Paul Karasik y es sólo un ejemplo del humor sarcástico que desde sus inicios en 1925 la revista The New Yorker ha desplegado en sus páginas en referencia a los más variados temas de actualidad. Otro ejemplo aún más hiriente (pero no menos cómico): “Su libro es un asco: queremos publicarlo”. Firma Peter Steiner y en esas siete palabras está resumida buena parte del comportamiento de la industria editorial. Sin piedad. Seguro que más de un buen conocedor del sector sabe de qué estaba hablando el viñetista. Es pura carne de corrillos literarios convertida en arte.

La editorial Libros del Asteroide acaba de publicar Los libros en The New Yorker, una selección de 182 viñetas de entre las miles que el magazine de cultura y política ha publicado en relación con el mundo del libro desde su fundación por Harold Ross hace casi noventa años. El volumen se une a los dos que el sello ya publicó sobre el dinero (El dinero en The New Yorker) y el trabajo (La oficina en The New Yorker), y una vez más aparecen esas características que hacen que esta revista siga en pie en papel: su notable facilidad para captar tendencias, su capacidad para reflejar los fenómenos culturales sin caer en la tiranía de la actualidad más rabiosa y una ironía encantadora.

“Lo que me interesaba era que la viñeta fuera relevante para los amantes de los libros hoy en día. Hay alguna que es reciente y es relevante cien por cien, pero hay una de los años treinta en la que un encargado de librería le riñe al librero por leer, que sin embargo, seguía siendo relevante y graciosa. Teníamos una primera selección de 320 y descartamos unas 120. Por ejemplo, de encuentros con el autor había muchas y luego había muchos temas americanos que aquí podían quedar un poco lejos”, explica Miguel Aguayo, traductor y autor de la selección de las viñetas.

Bofetadas para todos

Bofetadas para todosEl libro está estructurado en cuatro secciones: autores, editores, lectores y libreros. Y hay bofetadas para todos. Los escritores están reflejados con un ego que casi no cabe en el dibujo (“Todavía estamos distanciados; yo quiero un anticipo de seis cifras y ellos no quieren leer el manuscrito”, le dice un autor a otro en una tira de Robert Mankoff, actual editor de viñetas de The New Yorker); los editores parecen vivir en su propia burbuja y actúan con altanería (“No dudo de que se necesite mucho valor para escribir este libro, pero se necesita mucho más para publicarlo”, dice el editor al autor en un dibujo de Donald Reilly).

Los lectores pecan de pedantes y a la vez de estúpidos (“Me cansé de tener a Moby Dick burlándose de mí desde la estantería así que lo metí en mi Kindle y no he vuelto a pensar en él”, le suelta en la playa un hombre a su amigo en una viñeta de William Haefeli); y los libreros son esos tipos que no saben bien si hubieran querido ser autores o editores, y que no dejan de sentirse un poco fuera del mundillo, como en ese dibujo de Michael Maslin en el que el librero ha decidido ordenar su librería según los anticipos que ha recibido el escritor.

“Sí, hay sarcasmo y a la vez cariño. Los peores parados son los autores, pero es un reírse de ellos con cierta piedad. Las viñetas tienen algo de la gente del libro y del tipo de lector del New Yorker al que le gusta leer cosas que tienen relevancia, pero sabe reírse de ellas. En realidad, son chistes que desacralizan el mundo del libro, pero realizados por personas que aman los libros”, explica Aguayo.

Otra vuelta de tuerca

Otra vuelta de tuerca

Por The New Yorker, ahora dirigida por David Remmick, han pasado los mejores periodistas, escritores (Capote, Carver, Cheever, Didion, Sontag y un larguísimo etcétera), pero también ha tenido siempre un reparto de lujo de dibujantes, como el pionero Peter Arno o los ya míticos Peter Steiner, Robert Weber, David Sipress o Bob Mankoff. No obstante, la selección no está elaborada a partir de estos viñetistas. “El índice fue lo último que hicimos, aunque es cierto que al final son estos autores los que más aparecen. En realidad, son los dibujantes los que más han contribuido a la revista. Es esa continuidad a lo largo del tiempo, esa comunidad que crearon, aunque muchos de ellos ya han muerto”, sostiene Aguayo.

Son viñetas que, además, tienen una marca de la casa en esa combinación entre el dibujo y el pie de texto capaz de simplificar de forma sorprendente temas cuasi filosóficos. Esta capacidad las convirtió en un fenómeno cultural al tratar asuntos un tanto elitistas, pero con una base muy amplia. “Cuando hay pie hay una capacidad de sorpresa y se puede conseguir un chiste que no sea obvio con respecto al dibujo. Lo mejor es esa vuelta de tuerca. Luego cada dibujante tiene su estilo o trazo, pero son muy parecidos. Por ejemplo, la mayor parte de las viñetas son dos personajes”, replica el traductor. Y Woody Allen, probablemente, tiene mucho que agradecer a estos artistas en algunos guiones de sus películas.

Cabe preguntarse por qué en España apenas se ha desarrollado la viñeta cultural en la prensa más generalista. “Forges es el que más dibujos ha dedicado al libro, aunque casi siempre para reírse de la gente que no lee”, replica Aguayo. El motivo quizá tiene que ver con que aquí el dibujo se ha centrado mucho más en la actualidad y la política. “The New Yorker es más de crítica social y le permite tocar muchos más temas. En España, además, han renunciado a hacer hueco a los temas culturales y tienen menos viñetistas. Quizá uno o dos y hacen temas políticos”, añade.

A pesar de la distancia, podríamos hacer nuestra esta selección, puesto que retrata muy bien cómo maquina nuestra propia industria editorial. Es más, cómo se ha comportado desde hace casi cien años con sus cambios tecnológicos incluidos. “Aunque, en realidad, no ha cambiado tanto. Y en los dibujos sólo se nota el tiempo por el paso de un trazo más grueso a uno más fino”, indica Aguayo. Hay algo evidente: los egos y los intereses, permanecen.

Los dibujantes que han marcado el trazo

Los dibujantes que han marcado el trazo

David Sipress: licenciado en Historia en 1968, abandonó un máster en Estudios Soviéticos en Harvard para dedicarse de lleno al dibujo de viñetas, una decisión que no gustó demasiado a sus padres. Sin embargo, su primer dibujo fue publicado en el periódico The Boston Phoenix y fue un éxito, lo que provocó que su carrera como dibujante fuera ya imparable. Desde entonces ha publicado una viñeta a la semana.

Como ha explicado alguna vez, en estas tiras cómicas, además del humor, debe “contarse algo”, y para ello, afirma, siempre le ha ayudado su pasión por los hechos históricos. No elude nunca el sarcasmo y la ironía, como en ese dibujo en el que una editora con gesto un tanto huraño le suelta al escritor: “¡Enhorabuena! Su manuscrito es el millónesimo libro de memorias que hemos recibido este año”.

Robert Mankoff: en la actualidad es el editor de viñetas de The New Yorker, revista en la que ha trabajado durante más de veinte años y para la que ha publicado más de 500 dibujos. Se licenció en 1962 en la Escuela de Artes y Música de Nueva York y la primera viñeta que publicó en el magazine fue en 1977. Su ascenso como editor provocó un cambio radical en la revista: contrató a más mujeres dibujantes y desarrolló el Cartoon Bank, una plataforma digital en la que están alojadas todas las viñetas de The New Yorker (más de 85.000) como una apuesta por la defensa del arte de la tira cómica. El trazo de sus dibujos posee un estilo cercano al puntillismo impresionista y, por supuesto, no carece de humor: “Divertidísimo, de verdad, pero creo que no vamos a publicar ‘Cómo beber y conducir’”.

Peter Steiner: a día de hoy este dibujante tiene el honor de haber dibujado la viñeta más reproducida de la historia de The New Yorker: “En Internet nadie sabe que eres un perro”. Fue publicada en 1993 y por sus reproducciones, Steiner ha ganado más de 50.000 dólares. Fue uno de los primeros que ironizó sobre la privacidad y el anonimato en la red, pero también apuntaba a que Internet podría ser ese lugar en el que no hay discriminación por raza, sexo o nacionalidad.

Trabaja en la revista desde 1979 y es uno de los viñetistas que mejor ha sabido reflejar una de las características del magazine: captar las tendencias antes de que se conviertan en fenómenos populares. Su humor actúa como lanza para todos los agentes del libro, también los libreros, como en esa viñeta en el que uno de ellos le dice al lector mientras realiza una búsqueda: “La Biblia… eso debería estar en autoayuda”.

Robert Weber: empezó a trabajar en The New Yorker en 1962 y fue uno de los viñetistas que marcó la línea de la revista de los sesenta a los noventa. Siempre se consideró un gran fan del trabajo de Peter Arno, uno de los primeros dibujantes del magazine en 1925. Fue de él de quien más aprendió para trazar su dibujo y la temática de la viñeta. Como señaló en una entrevista en el 110º aniversario del nacimiento de Arno, “quizá no era consciente, pero aprendí mucho de su composición y drama. Tenía una gran capacidad para la simplificación. Nunca permitió que nada quedara raro y a la vez podía crear algo completamente distinto sobre cualquier tema. Y era muy divertido”. Él también, como muestra esa viñeta en la que una lectora dice al escritor: “Su libro me ha dado arcadas. ¿Lo ha hecho usted a propósito?”.

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