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“Hemos intentado cruzar a Grecia, pero las patrulleras turcas nos cogen y nos devuelven”

Mezquita de Basmane,en el barrio conocido como "la pequeña Siria" en la ciudad turca de Esmirna. | Ana Garralda

Ana Garralda

Esmirna (Turquía) —

Miles de refugiados y migrantes malviven en el popular barrio de Basmane, en la ciudad turca de Esmirna. Mientras la mayoría aún persigue el sueño de llegar a Europa, otros intentan la difícil integración social e inserción laboral en Turquía. Aunque compartan la religión, su idioma y costumbres son diferentes en esta zona del país.

Poco antes de las cuatro de la tarde comienza el goteo incesante de transeúntes que se dirigen a la plaza que alberga la mezquita más importante de Basmane, un barrio aledaño a la segunda estación de tren de Esmirna. Esta ciudad, que otrora fue un próspero enclave portuario griego en el mar Egeo, alberga hoy a más de 100.000 desplazados sirios, nacionalidad mayoritaria frente a otras como iraquíes o afganos, que huyen también de sus respectivos conflictos. Menos numerosos son los procedentes de Pakistán, Irán, Túnez o Marruecos, entre otros países.

“La gente de la mezquita nos da una comida caliente todos los días de forma gratuita”, explica Hasan, que llegó en un vuelo desde Casablanca a Estambul con un visado de turista un par de días antes de que se firmara el acuerdo de repatriación entre la UE y Turquía.

“Sin embargo, el Ayuntamiento no hace nada por nosotros, ni nos da comida ni atención médica ni nada”, se queja. Nacido en un pueblo de la zona de Zagora (Marruecos), Hasan muestra su pasaporte. “Mientras esté en tierra viene conmigo a todas partes, pero si llego hasta la costa griega, antes de desembarcar lo tiro al mar”, añade. Al no ir documentado intentará hacerse pasar por sirio, lo que cree que incrementará sus posibilidades de conseguir el asilo.

En la cola que lleva al comedor se encuentra también Riad Mohamed, que llegó por carretera desde la ciudad de Raqqa, baluarte del ISIS en Siria. Protegido del frío con un anorak y un gorro de lana, Riad lleva su pasaporte y todos sus documentos (entre ellos el libro de familia) dentro de un protector de plástico cerrado que cuelga de su cuello y esconde bajo el abrigo. “Necesito poder demostrar mi identidad y también que mi mujer y mis dos hijas están ya en Alemania para poder reunirme con ellas”, señala.

Preguntado sobre en qué parte de Alemania se encuentran, reconoce no tener ni idea, así que saca un teléfono y llama a su mujer por Skype. “Me dice que están en una residencia para refugiados cerca de Solingen”, ciudad de la cuenca del Ruhr que no podría ubicar en un mapa. “Pero para eso tengo Google Maps”, responde rápidamente.

“Lo volveremos a intentar”

Al igual que Riad, los refugiados con los que hablamos en la pequeña Siria no saben bien adónde pueden llegar, aunque la mayoría de ellos prefiere Alemania y Suecia, por ese orden. Los traficantes e intermediarios les siguen animando a embarcarse hacia Grecia, a pesar de que el acuerdo del 7 de marzo supone una deportación casi segura e inmediata.

“A nosotras nos cobran 500 dólares por pasaje” (menos de la mitad de lo que costaba en 2015), asegura Miriam, una de las pocas mujeres que se dejan ver por el comedor, en el que el 95% de los comensales son hombres. “Somos seis: mi hija, sus cuatro hijos y yo”, enumera esta abuela dicharachera, que se queja de las malas condiciones en las que viven en las pensiones baratas de Basmane.

“Ya hemos intentado cruzar el mar dos veces, pero las patrulleras turcas nos cogieron y nos devolvieron aquí”, se lamenta. Asegura que aunque se arriesga a quedarse sin los pocos ahorros que les quedan, obtenidos de la venta de su casa en Siria, lo van a intentar una tercera vez. “El marido de mi hija nos espera ya en Alemania, así que si logramos llegar a Grecia solicitaremos la reunificación familiar”, continúa rodeada de tres de sus nietos. La cuarta, que es todavía muy pequeña, se ha quedado con su hija en la habitación que comparten.

Aumento del control fronterizo

Fuentes gubernamentales turcas aseguran que han aumentado los esfuerzos para evitar que los migrantes crucen a Grecia. El 2 de marzo, el portavoz del Ministerio de Exteriores turco, Tanju Bilgic, dijo que han parado a más de 24.000 migrantes en los primeros 45 días de 2016, más de 500 al día. El pasado domingo, las autoridades turcas aseguraron haber interceptado a 350 personas en el mar.

Pero llegar a Grecia no es nada fácil. Primero tienen que burlar los controles de carretera de la Policía Nacional (para lo que en vez de desplazarse en autobuses hasta la costa van en furgonetas, despertando así menos sospechas). Luego a la Guardia de Fronteras, que patrulla las costas con vehículos todoterreno con el objetivo de impedir que se embarquen.

Por último, está el Guardacostas de la Marina turca, que intentará interceptarlos antes de que culminen su trayecto. “Les da igual que vayan llenas de mujeres y niños. Ha habido casos de disparos contra las barcas”, afirma Miriam. En el marco del acuerdo UE-Turquía, los Estados miembro aprobaron el pago de hasta 6.000 millones de euros a cambio de aumentar el control de sus fronteras, evitar la llegada de refugiados a Europa y aceptar las devoluciones de estas personas.

Un ciudadano turco que presta oídos a las palabras de Miriam no se contiene al escuchar las críticas hacia su país. “Mire señora, aquí el problema no somos nosotros sino la Unión Europea, que es la que ha cerrado sus puertas”, le espeta. “Turquía tiene en estos momentos a casi tres millones de refugiados en su territorio, mientras países como Polonia, Hungría y Macedonia se niegan a acoger a ningún musulmán”, agrega. “Así que quéjese usted ante los europeos, que son los que cierran la frontera y además pretenden que nosotros les hagamos el trabajo sucio”, le reprocha en tono acalorado.

Ada, un joven sirio procedente de Alepo que estuvo previamente en el campamento de Bab el-Salam antes de llegar a Esmirna, intenta mediar entre ambos. “A ver señora, yo creo que deberíamos estar agradecidos a los turcos que nos han acogido, ¿no cree?”, le dice.

“Erdogan está actuando como el rais (líder) de todos los musulmanes y nos está ayudando mucho más que todos los haliyis (los árabes del Golfo Pérsico), que también son musulmanes y mucho más ricos que Turquía, pero que no quieren acoger a ningún refugiado”, añade en tono peyorativo.

Aparentemente, las monarquías del Golfo han optado por desentenderse del problema y se han limitado a pagar algunas facturas. Caminando por las angostas calles de Basmane se puede ver algún proyecto financiado con fondos procedentes de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos o Qatar.

Entre ellos, un parque infantil con columpios situado junto al Ágora, y un centro que actúa a modo de espacio seguro para mujeres y niñas, imprescindible en un país en el que a pesar de su indudable modernización el acoso sexual sigue estando a la orden del día.

Otros optan por quedarse “en esta nueva etapa”

A diferencia de las declaraciones un tanto desesperadas de otros refugiados, Ada es más comedido. “Según el acuerdo entre la UE y Turquía, Grecia va a empezar a deportar a gente en cualquier momento (está previsto lo haga a partir del 4 de abril), así que yo de momento me quedo en Esmirna y espero a ver cómo funcionan las cosas en esta nueva etapa”, comenta.

“Pero lo que tengo claro es que lo que no podemos hacer es volver a Siria, donde entre la guerra, el Yesh (Ejército), el Daesh (Estado islámico), el Yabhat al-Nusra (Frente Al Nusra), el resto de milicias y todos los ajustes de cuentas pendientes entre ellas, estamos condenados a una muerta segura”.

Al recorrer las calles de Basmane el visitante tiene la sensación de que la gran mayoría de los refugiados y migrantes que ya han llegado hasta Esmirna aspiran a llegar a Europa y esperan el momento adecuado para intentarlo. No obstante, también se ve a una minoría que parece optar por integrarse, aunque no resulte nada fácil.

Son sirios que tras varios años ya han aprendido turco y que ahora trabajan en restaurantes –en cuyos ventanales destaca la omnipresente çorba (sopa) de diferentes tipos, con precios que oscilan entre las 3 y las 6 liras turcas (entre 1 y 2 euros)–, en tiendas de ropa –en las que además se venden todo tipo de complementos para cruce del Egeo: los también ubicuos chalecos salvavidas, flotadores, mochilas, protectores herméticos para la documentación– o negocios de cambio de moneda.

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