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¿Dónde estaba el periodismo comprometido?

Gumersindo Lafuente

Fundación porCausa —

Inmersos en la debacle de la crisis económica llevamos años descubriendo que en todos los ámbitos de la sociedad estábamos rodeados de corruptos. La política, los negocios, la banca, la justicia, la Iglesia, la monarquía… ninguna institución se libra hoy de los escándalos relacionados con los abusos de poder o con la rapiña económica. Pero ¿Y el periodismo? ¿Y los periodistas? ¿Dónde estábamos cuando pasó todo eso? ¿Qué tipo de control hemos ejercido sobre los poderes durante estos años que no ha podido o no ha sabido alertar de lo que estaba pasando?

Ahora todos, o casi todos, nos hemos dado cuenta de que hemos vivido en una burbuja y que, dentro de ella, más o menos acomodados, se ha desarrollado nuestro trabajo. Por eso no deja de sorprender que a cualquier periodista que se le pregunte hoy por el periodismo comprometido casi se escandalice. ¿Comprometido? ¿Pero existe otro tipo de periodismo que no lo sea? Y sin embargo sabemos que existe y que no es precisamente una anécdota.

“Un sueño que merece ser soñado”, decía la televisiva Marta Nebot hace unos días interrogada sobre el asunto. “Un compromiso permanente de servicio público”, añadía Virginia Pérez Alonso, vicedirectora de 20Minutos. “El periodismo debe estar cerca de la verdad, de la gente que lo pasa mal, de las víctimas”, remachaba el veterano reportero Ramón Lobo. Participábamos en un diálogo organizado por Intermón Oxfam en Madrid para reflexionar sobre periodismo y compromiso y allí pudimos comprobar que a pesar de las buenas intenciones y de la supuesta obviedad del asunto, compromiso y periodismo han sido y siguen siendo un bien escaso.

Quizá la culpa la tenga el dinero. Elsa González, presidenta de la FAPE, se lamentó de que “en muchos casos los directores se han convertido en empresarios de la comunicación más que en responsables del contenido de los medios”. O la falta de estructuras adecuadas, como denunciaba Juan Luis Sánchez, subdirector de eldiario.es. O, lo más seguro, es que una mezcla de todo lo anterior sea la causa de que nos hayamos acostumbrado a un periodismo o demasiado manso o enfermizamente dependiente de las filtraciones interesadas.

Y sólo nosotros, los profesionales, con ingenio, talento, curiosidad, rebeldía y autocrítica seremos capaces de cambiar la situación. En un marco difícil, es verdad, en el que la revolución tecnológica ha roto el modelo industrial y de negocio de los periódicos. Pero en el que esa misma tecnología es la que está abriendo enormes posibilidades para que entren a competir nuevos actores que enriquezcan y revitalicen el aletargado pulso periodístico de los medios convencionales.

Y en un escenario cada vez más inquietante en el que el poder (político y/ o económico), utilizando los datos que nosotros mismos hemos colocado en la Red, nos tiene cada vez más controlados. Este nuevo “mundo vigilado” al que nos estamos asomando en las últimas semanas, pero del que ya teníamos noticias desde hace tiempo, requiere del periodismo y de los periodistas un contraataque que utilice las mismas armas. Tecnología y datos al servicio del periodismo de precisión, como herramienta de defensa de los más débiles y de denuncia de los abusos de los más poderosos.

El periodismo más clásico, el que nos lleva a vivir casi en primera persona los hechos y las vidas de sus protagonistas, por escaso es más necesario que nunca. Ser testigo para poder contarlo. Pero hay que evitar que una imagen en exceso romántica del oficio nos haga olvidar los nuevos escenarios tecnológicos en los que se decide hoy el futuro de nuestras vidas y sociedades. Es imprescindible acercarse a ellos y comprender su funcionamiento para usarlos como herramienta de altísimo poder periodístico.

Quizá estas reflexiones son la base del proyecto en el que estoy trabajando en los últimos meses, junto a Gonzalo Fanjul y Carlos Martínez de la Serna. La Fundación porCausa, para la investigación social y el periodismo de datos. Una manera de abordar los temas hoy tan cercanos de la desigualdad, la exclusión y la pobreza, desde criterios altamente informados y con apoyo de bases de datos y herramientas de análisis y visualización. Un intento también de acercar este tipo de herramientas, de uso común en el periodismo anglosajón y en algunos grandes medios de América Latina, al periodismo español, que, salvo alguna excepción, ha vivido incomprensiblemente alejado de ellas.

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