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Sobre este blog

Desde el año 2005, Juan Mal-herido hace públicas sus opiniones sobre libros, lencería y trastornos de identidad. En este espacio, se centrará en los trastornos de identidad. Creado por Alberto Olmos

Qwerty Vintage: las máscaras del thriller

Juan

Malasaña —

¿Cómo llega uno a una novela como Qwerty Vintage? Twitter. ¿Cómo llega una novela como Qwerty Vintage a ser editada? Twitter. Prefiero ahorrarme la pregunta de si existe Dios.

En efecto, si existiera, lo sabríamos por Twitter.

Qwerty Vintage

, editada por Algón, no parte de una posición privilegiada para llegar a los lectores. Su lectura, en rigor, sólo puede ser fruto de la casualidad, la amistad, el compromiso, el capricho; de una tarde tonta sin libros a mano. Hay tantos libros que leer y tantas editoriales soltando libros y tantos autores voceando sus tonterías y el orden alfabético es tan largo que dan ganas de centrarse en una letra (la B, por ejemplo) y de leer sólo autores cuyo apellido empiece por B y ser experto patológico en cuatro baldas de la estantería.

Rafael Sarmentero propone un chat como primera novela. Esto, a cualquier lector de bien, debería indisponerle. Trasladar formatos tecnológicos de comunicación a la narrativa es, a todas luces, una cosa de paletos. La literatura es un caudal vigoroso que arrasa con la vida, que se lleva por delante las modas y los modos, los inventos, las circunstancias. Cuando un autor sitúa en primer plano de su obra guiños a redes sociales o arrobas, la vanguardia más barata despliega su mediocridad.

Sin embargo, el chat en que consiste esta novela de Sarmentero ahuyenta en sus primeras páginas el pavor de encontrarnos ante un moderno. Qwerty y Vintage son los nicknames elegidos por dos sujetos para interactuar a través de mensajería instantánea; hablan mucho y con gusto y la posibilidad del encuentro físico acaba por plantearse. En ese momento, la trama romántico-realista deviene peliculera: en el chat anda suelto un asesino, y no es recomendable jugarse la vida por un polvo.

Qwerty Vintage gestiona de forma excelente su componente dramático, al punto de volver adictivo su juego de identidades. El duelo táctico de sus dos protagonistas, sus mentiras y seducciones, recuerdan a algunas obras de relojería argumental de Friedrich Dürrenmatt (pienso en Justicia, por ejemplo; en La visita de la vieja dama), y al final de la historia no puede negársele una enorme originalidad.

La condición dialogada de la mayor parte de Qwerty Vintage, y su hiperrealismo cibernauta (los personajes incurren en erratas y en desganas de puntuación), le restan textura novelística pero no dramática: estamos ante una novela teatral, y el acomodo del relato en parlamentos muy fraccionados produce un efecto en la lectura similar al de las obras, impresas, de un Rodrigo García o una Angelica Liddle.

A lo mejor el entretenimiento que procura Rafael Sarmentero en Qwerty Vintage no está mucho más allá del que encontramos en Agatha Christie o Stephen King; como yo no he podido acabar nunca una novela de Stephen King, no lo sé. Quizá un emparentamiento apresurado con El asesinato de Roger Ackroyd (Christie) daría pistas más adecuadas sobre lo que podemos encontrarnos en esta novela: un crucigrama (que diría Millás), una miniatura de la inteligecia, el humilde gozo de la ficción.

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