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Sobre este blog

Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Sobre la pobreza

El Plan Integral de Garantías Ciudadanas se enmarca en una estrategia contra la pobreza y la exclusión social

Pablo García de Vicuña

-Ya ven ustedes –repuso mi padre-; a pesar de que ustedes (los británicos) dicen que todos los países son iguales, en España no se dejaría a estos vagabundos tirados en el parque.

-¿Pues qué harían con ellos?- preguntó Roche. 

-Probablemente meterlos en la cárcel.

-Nosotros somos más humanos; los dejamos morirse de hambre. Hay que tener en cuenta una cosa: que en otros lados la pobreza es una desgracia; aquí es una vergüenza. El inglés quiere creer que está tan bien organizada, que el que no sube y se enriquece es porque no vale. Es una idea ridícula, pero así lo creen ellos.“[1][1]

Más de cien años después de este diálogo ideado por aquel vasco difícil, la pobreza, desafortunadamente, sigue dando que hablar. Y es que puede parecer hasta chirriante tocar este tema cuando medio país se abanica y el otro medio suspira por ello. Intentamos aparentar que en época estival, ciertos temas están superados. Pero la realidad se impone y nos demuestra que son simplemente ignorados. De ahí que no podamos soslayar algunos indicadores y recomendaciones que sobre la pobreza siguen reclamando, también ahora entre baños de sudor y marítimos, nuestra atención.

Empezaré por acercar algunas de las consideraciones que sobre este asunto presentó el Consejo Económico y Social vasco en su informe socioeconómico anual. No son datos esperanzadores, por mucho que se quieran maquillar: el riesgo de pobreza y exclusión en la CAPV creció en 2015 respecto al año anterior (2,3 puntos) y sigue siendo mayor que el que había al comienzo de la crisis, en 2008. En números absolutos –que son los que dan la realidad de los hechos- hay casi 400.000 personas en Euskadi que en 2016 han vivido con la angustia de entender si su situación económica, familiar y personal les estaba conduciendo al límite de convertirse en las desgraciadas del siglo XIX, en las desarrapadas del XXI.

Otro dato interesante que aporta la memoria del CES vasco es el relativo a la pobreza de acumulación (la relacionada con la ausencia de la capacidad para consolidar unas condiciones de vida aceptables, a medio y largo plazo; o lo que es más claro, disponer de un patrimonio mínimo de reserva que atienda necesidades extraordinarias de gasto). En este caso, el repunte es notable, alcanzando el 2% (1,4%, en 2008). En términos absolutos, incide el informe, la pobreza real afecta a más de 120.000 personas vascas, superando ampliamente las casi 90.000 personas de 2008. Es decir, un crecimiento del 36%. De ahí que la conclusión del CES vasco no deje dudas: “En las últimas décadas se han incrementado las situaciones de pobreza entre personas ocupadas, poniéndose de manifiesto, sobre todo a partir de la crisis, que el empleo no es condición suficiente para escapar de la pobreza, viéndose necesario garantizar que este empleo sea de calidad y genere ingresos suficientes”. Nada distinto de lo que vienen alertando los sindicatos desde hace años, cuando insisten en la necesidad de un empleo digno y en condiciones, que evite la cada vez más compartida acepción de “pobreza laboral”.

No todo es tan negativo, sin embargo, en opinión de algunos. Luis Sanzo [2] expone en su estudio que entre las causas que han incrementado los factores de riesgo de pobreza en Euskadi, además del aumento del desempleo, la intensidad de la inmigración es también un elemento determinante, ayudado por una estabilidad social mayor, la resistencia inicial a la crisis y el sistema de garantía de ingresos propio de esta comunidad. De ahí que  Sanzo concluya en su reflexión final afirmando que a pesar del contexto social y demográfico tan complicado que ha vivido todo el mundo en estos años de crisis, Euskadi haya conseguido mantener tasas de pobreza y exclusión comparativamente reducidas con Europa. (¡Menos mal! Se puede mantener el paseo vespertino, sin mala conciencia)

Un indicador más de esta dura realidad es la valoración que la sociedad hace de la pobreza extrema. Adela Cortina ha publicado recientemente un interesantísimo libro [3] que indaga en las raíces de esta categoría social y critica los excesos de tratamiento, para lo que inventa un término específico: aporofobia o rechazo al pobre.

La filósofa define en sus primeas páginas su objetivo: denunciar el trato discriminatorio que, especialmente, las sociedades occidentales sostienen hacia las personas en situación de pobreza. Es la aversión o rechazo al desprotegido, porque la pobreza es desagradable, plantea problemas y, de algún modo, contamina. “En consecuencia -dice Cortina- el mundo de las fobias encuentra aquí su raíz: rechazo de los extraños, rechazo de los que no parecen aportar nada positivo, rechazo de los que perturban la vida y pueden traer problemas. A mi juicio, la aporofobia tiene aquí su raíz biológica, en esa tendencia a poner entre paréntesis lo que percibimos como perturbador”.

Y es que pobreza y falta de poder son sinónimos en este mundo capitalista en el que habitamos. No hablamos ya de quienes necesitan acudir a las fuentes de auxilio social actual para intentar mejorar su situación (Desempleo, RGI, Cáritas,…), sino de una mayoría aparentemente neutra demuestran que no tiene nada que ofrecer como intercambio, que está falta de poder. La profesora Cortina lo define certeramente. Los “sin poder” son los que no pueden intercambiar favores, puestos de trabajo, plazas, dinero, votos, apoyo para ganar unas elecciones, honores y prebendas que satisfagan la vanidad“. Y cuantas personas se incluyan en esta categoría quedan fuera o muy lejos de las estadísticas oficiales, entrando en esa categoría ambigua de escasa o nula visibilización.

Si ya, en la situación actual, las oportunidades de salir de la pobreza son cada vez más complicadas para un número mayor de personas, las perspectivas futuras no presentan ningún dato para el optimismo.  Arnau Picón [4], por ejemplo, en un artículo publicado recientemente, recoge las afirmaciones del investigador John K. Knox, quien en un informe para la Fundación Social Caixa, afirmaba que los/as marginados/as por razones económicas o de otra índole son especialmente vulnerables al cambio climático. Las consecuencias de la subida media mundial de la temperatura para los próximos años ralentizarán el crecimiento económico y la reducción de la pobreza, poniéndole nuevas trampas a ésta, especialmente en las zonas urbanas.

Quizás, si apurásemos mucho, podríamos sentirnos gratificados por ese otro informe del que se ha hecho eco Deia [5], La integración de los inmigrantes en España: fases, patrones y dinámicas regionales durante el periodo 2007-2015, cuando se observa una tendencia general de reducción de la desigualdad entre extranjeros y autóctonos, más acentuada en cuestiones relacionadas con la ciudadanía y las relaciones sociales. Podría hacernos concebir la falsa esperanza de que esa aporofobia a la que alude Adela Cortina es más fruto del pasado que de la situación actual. Nada más lejos de la realidad. El propio informe mencionado concluye que esa reducción de la desigualdad se debe al empeoramiento de las condiciones de los autóctonos en materia laboral y económica, en un fenómeno que podría denominarse como de “equiparación a la baja”.

De ahí que insistamos en presionar a las instituciones para que las medidas antipobreza no se destinen tan solo a cubrir las necesidades urgentes y perentorias de las personas más desfavorecidas. Porque hacerlo así sólo contribuirá a cronificar la situación, a aumentar la dependencia de los/as benefactores/as, pero no a salir de la pobreza ni de su baja consideración social.

Nuestra insistencia también deberá ir dirigida, siempre a la educación, dado que en ella se encuentran los resortes necesarios, aunque no únicos, para modificar la situación actual. No hablamos, sin embargo de la educación que hasta ahora con escaso éxito ha tratado de mejorar la percepción moral de la población, sino a esa otra que tiene que estar a la altura de las necesidades del siglo XXI, que forme personas de su tiempo, de su lugar concreto, abiertas al mundo, sensibles a los grandes desafíos presentes. “Educar  para nuestro tiempo -concluye la profesora Cortina- exige formar ciudadanos compasivos, capaces de asumir la perspectiva de los que sufren, pero, sobre todo, de comprometerse con ellos”. No es fácil, pero ser considerado ser humano  exige compromisos de movilización activa en favor de los desheredados, sin esnobismos, sin declaraciones ostentosas, con sencillez y responsabilidad.

[1]  Baroja, Pío. La ciudad de la niebla, 1909

[2] Sanzo, Luis. “Rentas mínimas y control de la pobreza en Euskadi: ¿qué indica la tasa AROPE?”, Julio, 2017

[3] Cortina, Adela “Aporofobia. Un desafío para la democracia”. Paidós, 2017

[4]  “Una nueva amenaza para los derechos humanos”. El Correo, 11 agosto 2017

[5] Deia, 18 agosto  2017

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