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Silvestre cumple 100 años y no le duele absolutamente nada

Silvestre cumple 100 años y no le duele absolutamente nada

EFE

Madrid —

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Silvestre Muñoz, que cumplirá mañana un siglo de vida en la festividad de su santo sin que le duela absolutamente nada y con una lucidez impropia de su edad, revela que su secreto está en beber en las comidas un poco de vino de su pueblo natal, Paones (Soria).

Rodeado de tres de sus cuatro hijos y sus cinco nietos -todos varones- en su piso del municipio madrileño de Coslada en el que vive desde hace doce años, cuenta a Efe que está muy agradecido a la vida porque “no creía que iba a llegar a tanto”.

“¡Y lo que te queda!”, dice Sergio Muñoz, su primer nieto, que admira la fortaleza de su abuelo, el que come más grasa de toda la familia y sale a pasear cada día con ayuda de su andador.

Silvestre recuerda que su padre también vivió mucho, “llegó a los noventaitantos”, aunque su madre murió cuando él sólo tenía tres años, por lo que tuvo varias madrastras y cinco medio hermanos.

Rememora con nostalgia que de joven era “muy bailongo” y le gustaba pasar el tiempo con “las mozas” en la plaza de su pueblo, hasta que llegó “la dichosa guerra”, y, un día que estaba arando, le mandaron a Zaragoza a luchar en la Guerra Civil.

“El secreto es tener algo de salud, porque he cavado, he arado, he guardado ovejas... he hecho de todo”, cuenta Silvestre, sentado al lado de sus nietos más pequeños, de nueve y cinco años, que están de vacaciones de Navidad.

No fue hasta que tuvo 40 años cuando se trasladó a vivir a la capital, donde trabajó durante 23 años en la fábrica de equipos eléctricos de Francisco Benito Delgado, un rico de la época que también era su primo.

Ahora, viudo y a punto de cumplir un siglo de vida, Silvestre tiene una salud de hierro y sólo se queja de que va perdiendo la vista, porque, a pesar de haber pasado por dos operaciones de cadera, sonríe diciendo que está como nuevo.

“Yo le pregunto a Dios que por qué me da esta vida, si me tenía que haber muerto ya”, bromea, momento en el que sus hijos aseguran que Silvestre es una persona muy creyente, por lo que será “cuando Dios quiera”.

Vive con su hija Ángeles en un piso del citado municipio madrileño, en el que está enterrada su mujer, donde celebrará su cumpleaños rodeado de los suyos con una vela con la forma del número 100 en una tarta. Y es que un siglo no se cumple todos los días.

Ángeles cuida de su padre, con la ayuda de una amiga, aunque asegura que “le deja solo algunas veces”, porque puede valerse por sí mismo para muchas cosas.

Silvestre considera que no es muy vanidoso, que ya no le queda nada por hacer en la vida; lo único que pide es salud para todos los que le rodean, porque él, según dice, no ha estado malo nunca.

Aunque no perdona un vasito de vino de su pueblo en las comidas, subraya que nunca ha sido ansioso: “¡Le gusta más a mi hijo que a mí!”.

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