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The Guardian en español

Temo la supremacía de Alemania y por eso prefiero seguir en la UE

Simon Jenkins

Ha llegado el momento de decidir. Se acabaron las vacilaciones. La campaña para el referéndum ha sido agotadora y exasperante pero también apasionante. No soy capaz de recordar ningún otro acontecimiento político que haya causado semejante revuelo. En todos los pubs, en el trabajo, en la universidad y en el hogar; los amigos han discutido, las familias se han peleado y las alianzas se han roto. Solo cuando se celebró el referéndum para la independencia de Escocia en 2014 vimos algo similar. Durante dos meses, al debate democrático se le ha pedido que haga la función más inquietante: que gire en torno a su propia esencia, al margen de cualquier partido político. Ha sido fascinante; también peligroso.

En su momento decidí que durante la campaña cambiaría de bando semanalmente para ver cuantos argumentos podía llegar a escuchar en contra de los prejuicios del otro bando. Mi pobre cerebro ha sido sometido a un bombardeo constante de “controles de la realidad”, y se ha visto obligado a sopesar todas las ventajas e inconvenientes de permanecer o salir de la Unión Europea. Hace tiempo que soy un euroescéptico; pero tener dudas no es lo mismo que apostar por una salida. Cuando he estado del lado de aquellos que optan por permanecer en la UE, me ha sorprendido la falsedad de su “proyecto del miedo”. Lo cierto es que me niego a creer que si salimos de la Unión Europea perderemos tres millones de puestos de trabajo, tendremos que reducir las pensiones, desmantelaremos el sistema de sanidad pública y seremos los culpables del fin de la civilización política de Occidente. Esto es absurdo. Y en cuanto a afirmar que el Brexit provocaría la subida del impuesto de la renta en un 2% o pondría en peligro el precio de las viviendas de Londres, ¿qué diablos está pensando George Osborne? ¿Por qué no amenaza con no construir el tren de alta velocidad en el Reino Unido?

También me ha desconcertado el baile diario de declaraciones de empresarios ricachones, banqueros, intelectuales y famosos que afirman que el Brexit va en contra de sus intereses. ¿Realmente creen que esto puede impresionar a unos votantes que lo que más desean es que el referéndum de la semana que viene sea una oportunidad para vengarse de ellos? Los ricos siempre logran salir a flote y si el precio de las viviendas de Londres se congela, no sería una mala noticia.

No han logrado convencerme de que una salida de la UE causaría una catástrofe económica. Todos sabemos qué pasaría realmente. La casta política se pasaría los próximos dos años intentando convencernos de que realmente la intención de nuestro voto era otra. Harán todas las maniobras posibles, suplicarán, pagarán lo que haga falta y harán todas las concesiones necesarias para tener el estatus de “Estado asociado a la UE”. Encontrarán la manera de mantener las relaciones comerciales. También se alcanzará un acuerdo para contentar a la población. Tal vez nos sintamos excluidos temporalmente pero no será el fin del mundo.

Si los sondeos están en lo cierto, el discurso del miedo no ha funcionado. David Cameron ha hecho lo que ningún líder democrático debería hacer: utilizar el miedo y no la razón para defender su postura.

El discurso de los partidarios del Brexit en contra de los inmigrantes también me parece de muy mal gusto. Y ya no mencionemos la descripción que hacen de la Unión Europea, al más puro estilo Donald Trump, como fábrica de violadores, delincuentes y terroristas, y cómo han manipulado manipulación las estadísticas.

El mensaje que realmente ha conseguido llegar al electorado es el relativo a “recuperar el control”. Bajo esa premisa, la inmigración y la burocracia ya no se perciben como problemas tan graves.

Nadie alberga dudas de que la inmigración y la burocracia no desaparecerán con el Brexit, pero sí es plausible pedir un mayor control. Un discurso en torno al control del Reino Unido sobre su destino es mejor que uno en torno al miedo.

Lo cierto es que ambos discursos son una falacia. Lo único que se ha conseguido al enfrentarlos ha sido que ambos queden sin efecto, como en una lucha de dos caballeros medievales que consiguen cortarse las extremidades mutuamente.

Una salida de la UE conlleva riesgos evidentes pero más bien lo veo como una vuelta a 1979, cuando la economía política moderna hizo una purga de malos hábitos, monopolios y tabúes. Desde la incertidumbre de la negociación que deberíamos llevar a cabo es imposible ver la luz pero creo que el argumento económico no se inclina ni a favor ni en contra del Brexit.

¿Y cuáles son los argumentos políticos? La historia nos demuestra que el Reino Unido se ajusta más a los intereses de Europa cuando permanece a una cierta distancia. Fue un acierto sumarse al proyecto de mercado común pero no al de la Unión Europea, con todo el supranacionalismo tóxico y antidemocrático que llevó tras sí.

La UE está enferma. Tendrá que ser desmantelada, bien sea a través del consenso y la negociación, bien sea a través de algo que se parezca a un plebiscito. Otros países están ansiosos por seguir los pasos del Reino Unido. Este sentimiento antieuropeo, en parte en manos de la derecha, ya afecta a un tercio de la población y está aumentando. Es un motivo de inquietud para la unidad europea.

Los oligarcas de Bruselas son los responsables de esta reacción y son ellos los que deben encontrar un nuevo marco que englobe las distintas identidades nacionales de Europa. En 1918, 1945 y 1989 los Estados independientes fueron los pilares de la nueva democracia europea. Debemos reforzar estos pilares; no debilitarlos.

Y en cuanto al Reino Unido, nuestra situación es la que es. Los países de la Unión Europea no se habían enfrentado a retos tan difíciles desde el fin de la guerra fría: una recesión persistente, la inmigración y el revanchismo de Rusia. Es fácil magnificarlos, pero son reales. El Brexit no hará que desaparezcan, ni siquiera de nuestro litoral. El Reino Unido forma parte de un engranaje político que seguirá funcionando, aunque sea débilmente, para que Europa pueda actuar de manera concertada.

Si las previsiones económicas estuvieran del lado del Brexit, yo votaría a favor. Defendería el argumento de que el Reino Unido debe intentar salvar el proyecto de la Unión Europea desde fuera, tal vez con el apoyo de otros países que no pertenecen a la eurozona. Sin embargo, los datos económicos no se están posicionando ni a favor ni en contra y solo podemos atender a los datos políticos.

El Reino Unido no es un jugador clave en el partido de la Unión Europea. Siempre ha sido un mero espectador descontento. Sin embargo, el Reino Unido no propiciaría una “desintegración” sino el desmantelamiento de estados muy distintos cuya unión ya se tambalea. Y esto es peligroso. Supondría la supremacía de Alemania en Europa; a ratos, vacilante, y a ratos, intimidante. Esto parece a todas luces una mala idea. Los alemanes más sensatos darán fe de ello.

No estamos en la encrucijada de 1914 o 1939. La situación es más parecida a la de 1815 o Waterloo. Un Reino Unido que vote a favor de permanecer en la UE podrá, durante un tiempo que será clave, ejercer un cierto peso, en su propio interés y en el de Europa. Al principio de esta campaña, apostaba por salir, negociar y quedarme. Ahora, apuesto por quedarme, defender nuestros intereses y ver qué pasa después. Lo cierto es que, digan de lo que digan, siempre tendremos otra oportunidad.

NOTA: La versión original de este artículo se publicó en the Guardian antes del asesinato de la diputada laborista Jo Coxasesinato de la diputada laborista Jo Cox

Traducción de Emma Reverter

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