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Los delirios imperiales de Reino Unido nos han llevado al Brexit

May solo es el fiel reflejo de la situación actual de su gobierno y también del país

Gary Younge

El libro que acaba de publicar Patrick Wright, un exresponsable del servicio diplomático del Reino Unido, Behind Diplomatic Lines proporciona una ilustrativa descripción de la visión del mundo que tenía Margaret Thatcher. La que fue primera ministra de Reino Unido quería que Sudáfrica fuera un “Estado solo para blancos” y consideraba que a los boat people vietnamitas“ debían ser empujados hacia alta mar antes de que pudieran llegar a Hong Kong. Además, Thatcher sufría un grave caso de ”germanofobia“.

“Parece estar obsesionada con el pensamiento de que los germanoparlantes puedan llegar a controlar la Comunidad Europea”, escribe Wright. “Cualquier conversación sobre la reunificación alemana se convierte en anatema en su presencia”. La situación empeoró hasta el punto de que el entonces ministro de exteriores, Douglas Hurd, afirmó que “en estos momentos tenemos tres temas sobre la mesa: asuntos parlamentarios, asuntos nacionales y xenofobia”.

Así que cuando el embajador saliente de Alemania en Londres afirmó hace una semana que los partidarios del Brexit están obsesionados con la Segunda Guerra Mundial, no iba desencaminado. En referencia a la popularidad de películas como El instante más oscuro o Dunkerque, Peter Ammon indicó que “la historia siempre está llena de ambigüedades y altibajos pero si nos centramos en la forma en que el Reino Unido resistió por su cuenta durante la Segunda Guerra Mundial, y la posición que adoptó frente al dominio alemán, pues bien, es una historia interesante pero no resuelve los problemas que tenemos en la actualidad” (de hecho, si la Segunda Guerra Mundial nos ha enseñado algo es que no puedes estar solo. Se les llama “aliados” por algún motivo).

Había algunos buenos motivos para votar a favor de salir de la Unión Europea si bien la campaña a favor del Brexit casi nunca se libró con estos argumentos y tampoco ganó en base a los mismos. Y también se ha respirado esta nostalgia por una visión particular, y peculiar, de la historia del país, que ha ido gestando el Brexit durante décadas.

En alusión a la consigna “dos guerras mundiales y un Mundial” (de fútbol), que se podía oír en los partidos de Inglaterra contra Alemania, el profesor Paul Gilroy escribió en After Empire (tras el Imperio) que “esta muestra de vanagloria es uno de los muchos elementos que integran la actitud británica de negarse a aceptar la realidad. Declara que durante el siglo XX el Reino Unido no ha protagonizado ninguna otra hazaña digna de mención. Estamos obligados a reconocer que la nación que triunfó en 1918 y en 1945 ocupaba un lugar invisible pero palpable”.

La afirmación de Ammon solo es verdad en parte, ya que si bien es cierto que en el voto a favor del Brexit subyace el melancólico recuerdo de un pasado glorioso, la época que se anhela no es tanto la Segunda Guerra Mundial sino más bien el periodo del imperio británico; un periodo más largo y que no se celebra tan abiertamente.

Si el recuerdo de la guerra hace que algunos muestren una actitud más desafiante, la evocación del imperio los lleva al engaño. Nuestro pasado colonial, así como la incapacidad de aceptar su desaparición, hizo que muchos tuvieran la impresión de que éramos mucho más importantes, fuertes e influyentes de lo que realmente somos. En algún momento se convencieron de que la razón por la que estamos en el centro de muchos mapas del mundo es porque la tierra gira alrededor del Reino Unido cuando en realidad estamos en el centro porque fuimos nosotros los que dibujamos esos mapas.

Y fue a través de este lente distorsionado (hagamos que Gran Bretaña vuelva a ser Grande) que una mayoría optó a favor de salir de la UE. Ammon cree que estas fantasías se remontan a las batallitas sobre la guerra mundial que les explicaron a los partidarios del Brexit durante su infancia. “Obviamente, los países se definen por su historia y algunos se definen por lo que sus padres hicieron en la guerra y eso les da un gran orgullo personal”.

Sin embargo, la historia del Reino Unido no terminó tras la Segunda Guerra Mundial. El pasado colonial es más reciente y, en lo relativo a la campaña a favor de la salida de la UE, más personal.

Douglas Carswell, el unido diputado de UKIP durante el referéndum, creció en Uganda. Arron Banks, que apoyó al UKIP y los argumentos más xenófobos en torno a la salida de la UE, pasó su infancia en Sudáfrica, ya que su padre tenía plantaciones de azúcar y también en Kenia, Ghana y Somalia. Henry Bolton, el actual líder del UKIP, nació y pasó parte de su infancia en Kenia. Robert Oxley, responsable de comunicación de Vote Leave (vota a favor de la salida) tiene familia en Zimbabue.

Solo podemos especular sobre el impacto que tuvieron estos años de formación en sus opiniones políticas (Carswell atribuye sus ideas libertarias al “Gobierno arbitrario” de Idi Amin). Lo que sería absurdo es afirmar que el impacto ha sido nulo.

El pasado colonial ha estado presente en la campaña y también ha condicionado nuestra estrategia de negociación. Los últimos 18 meses han estado marcados por el paso de la arrogancia a la humillación. Durante un par de generaciones, hemos visto nuestros atributos y las debilidades de terceros reflejados bajo el lado equivocado de una lupa. Ahora, la decadencia de nuestro país ha quedado en evidencia y, como Boris Johnson, el ministro de Exteriores, que recitó a Kipling en Myanmar, estamos haciendo esfuerzos para adaptarnos.

Este despertar podría resultar gracioso (de hecho al resto del mundo le parece hilarante) si no fuera por las consecuencias que ha tenido. Johnson explicó en el Parlamento que la UE de los 27 “se podía ir a tomar viento” por considerar que las cantidades que pedía Bruselas como condición a la salida eran abusivas. Se fueron a tomar viento y ahora seremos los británicos los que nos quedaremos helados, con una suma de entre 35.000 y 40.000 millones de libras esterlinas.

Durante la campaña de 2017, Theresa May, mostrando a la Thatcher que lleva dentro, se jactó de ser “una mujer endiabladamente difícil”. “El próximo que se percatará de ello será Jean-Claude Juncker”, exclamó.

De hecho, Juncker, el presidente de la Comisión Europea, y su equipo se han encontrado con una mujer más abrumada y errante que abrumadora y beligerante. Tras una cena en Downing Street, los negociadores europeos llegaron a la conclusión de que “no vive en el planeta Marte sino en una galaxia muy lejana”.

En un encuentro privado reciente entre May y la canciller alemana, Angela Merkel, las dos líderes protagonizaron un diálogo repetitivo y tragicómico. May dijo a Merkel una y otra vez: “Hazme una oferta”. Merkel se limitó a repetir: “Pero nosotros no nos vamos de la UE, no tenemos que hacerte una oferta. Vale, ¿qué queréis?”. A lo que May respondía: “Hazme una oferta”.

Un cambio de líder no es la solución. Con su falta de autoridad y de coherencia, y una influencia y una credibilidad que han caído en picado, May solo es el fiel reflejo de la situación actual de su gobierno y también del país. Los partidarios de la salida ya tienen lo que tenían: el Brexit. Creían que podían decidir los términos de esta salida; no podemos. También creían que nos podíamos ir sin más; no podemos.

No habían planificado la salida del mismo modo que un perro que persigue un vehículo tampoco ha hecho planes de conducirlo si lo atrapa. Y ahora se percatan de la poca importancia que tiene la soberanía para un país del tamaño del Reino Unido que forma parte de una economía mundial neoliberal que va más allá de un pasaporte azul (que además lo podríamos haber tenido antes). No necesitamos un cambio de líder sino un cambio de rumbo.

May no es más responsable del caos en el que estamos sumidos en lo referente a nuestra relación con la Unión Europea que Anthony Eden por el caos durante la crisis de Suez (Guerra del Sinaí) en 1956, que es una mejor comparación de la situación del Reino Unido que la Segunda Guerra Mundial. El Reino Unido y Francia se excedieron y se unieron para castigar a Egipto por haber nacionalizado el Canal de Suez, y más tarde se vieron obligados a reconocer que su poder imperial estaba en franca decadencia y habían sido desbancados por Estados Unidos.

“Francia y Reino Unido nunca serán potencias comparables con Estados Unidos”, explicó el entonces canciller de Alemania Occidental, Konrad Adenauer, al ministro de Exteriores de Francia. “Tampoco Alemania. Solo pueden desempeñar un papel decisivo en el mundo con una estrategia: que unan Europa… No tenemos tiempo que perder, Europa será vuestra venganza”.

Una vez más, Reino Unido ha creído que tenía mejores cartas. Hemos preferido evocar el pasado en vez de aprender de él. Nos sentimos impotentes en el momento presente y no sabemos qué nos depara el futuro.

Traducido por Emma Reverter

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