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Por qué fui becaria gratis y ahora lucho contra ello

Jordi Cruz, cocinero y empresario.

Esther Herrero

Miembro de Oficina Precaria —

Sí, acepté ser becaria sin remunerar. No, no lo hice por prestigio o por creer que me contratarían. Como los becarios de Jordi Cruz, trabajé gratis varios meses voluntariamente, como cientos miles de estudiantes cada año que no salen en la tele. En España hay más de 180.000 becarios al año y unos 110.000 no reciben ninguna compensación. ¿Por qué tantas personas iban a trabajar gratis? ¿Por qué trabajé gratis? ¿Y por qué preguntármelo a mí en lugar de a los que sacan provecho del trabajo gratis?

Tienes 22 años, es verano y te estás matriculando de tu último año de universidad. Entre las asignaturas no se te puede olvidar la más importante del año: el prácticum. No es una asignatura más -aunque tengas que pagar por matricularte al igual que en el resto-, es donde vas a tener tu primer contacto con la parte laboral del campo de estudio que elegiste hace al menos 3 años.

Al hacer clic en la asignatura para añadirla a tu matrícula recuerdas a Álvaro, que el año pasado se matriculó en las prácticas curriculares obligatorias -pagando religiosamente sus créditos-, pero no consiguió encontrar una oferta de prácticas compatible con el resto de asignaturas. Buscó empresas, intentó negociar con ellas, habló con el servicio de prácticas de la universidad, nada. Este curso tendrá que volver a matricularse en el prácticum, pagando un 70% más por ser la segunda vez.

Así que ‘clic’, matrícula hecha, termina el verano y empieza el curso con un objetivo: hacer las prácticas antes de que acabe el período lectivo para que no te pase lo que a Álvaro. Al principio, te creces, intentas hacer las prácticas en las empresas punteras en lo que estudias, en las que puedas aprender de profesionales que puedan aportarte algo más que añadir una línea de experiencia al currículum y que tengan unas condiciones decentes para alguien que está empezando. Pero la realidad te da un primer aviso: esas empresas no aceptan estudiantes de grado, sólo de másters, de los suyos.

Pasa el primer trimestre y no has encontrado dónde hacer tu prácticum. Recuerdas aquella frase que te dijeron en secretaría cuando empezaste la carrera: “Tenemos firmados convenios con más de 300 empresas”. Entras en la web de tu universidad, buscas la sección de prácticas, aparecen cientos de ofertas y respiras tranquila. Después de un mes intentando ponerte en contacto y mandar decenas currículos, tu amiga Ana -que ha conseguido hacerlas en la empresa de su tío- te sugiere que ni lo intentes. Las ofertas se publican ya cerradas, la universidad obliga a las empresas a hacer el trámite para apuntarse el tanto.

Llega el segundo trimestre, pides una cita al organismo de prácticas de la universidad. El responsable te pide tu currículum y tras ojearlo en 15 segundos te dice que te falta experiencia, fíjate tú. Como queda poco para que acabe el curso y te ve cabreada, el responsable comenta la posibilidad de que hagas las prácticas en la propia universidad: atendiendo consultas en la biblioteca, colocando cables en audiovisuales o haciendo fotocopias en administración. Aunque no tenga nada que ver con tu formación, al responsable lo único que le importa es que alguien certifique que has hecho tus prácticas y seguir abultando las cifras con las que publicitar la universidad.

Tercer trimestre. Tensión. Tus compañeras faltan cada vez más a clase porque están en prácticas. Muchas en importantes empresas en las que no son becarias, son “trainees” que hacen jornadas de más de 10 horas. Otras, en empresas de familiares y amigos de familiares en cualquier puesto, haciendo cualquier cosa para rellenar sus papeles y cerrar el episodio de las prácticas. Otras, intentan que la universidad les convalide trabajos anteriores que han tenido para pagarse la carrera.

Y te rindes, te olvidas de lo de aprender de profesionales, de la experiencia más allá de tu currículo, de las condiciones decentes. Una mañana de búsqueda como otra cualquiera encuentras una oferta de prácticas en una pequeña empresa, avisan de que no son remuneradas. Te acuerdas de Álvaro, piensas que te quedan pocas opciones, que podrías llegar a tener que pagar por enfrentarte al mismo proceso al año siguiente y vas a la entrevista.

Enhorabuena, aceptada como estudiante en prácticas. La empresa sois tu jefa y tu. Y una gestoría, que le recomendó coger una estudiante en prácticas para ahorrarse un sueldo y sacar la empresa adelante. Tienes un área de trabajo para ti sola, porque tu jefa no sabía hacerlo y necesitaba mano de obra gratis. Tampoco sabe qué conlleva para ella tener un estudiante en prácticas, así que no hay formación y la persigues para que escriba las evaluaciones de tu trabajo, imprescindibles para aprobar el prácticum. Te dice que, cuando acabes las prácticas, puede que te contrate: a ver cómo lo ve la gestoría.

Acabas las prácticas, tienes los papeles. Obviamente, tu jefa no te ofrece el contrato que prometía. La universidad se desentiende cuando presentas una queja por aceptar convenios con empresas que utilizan becarios para sustituir puestos de trabajo, por no darte otra opción y, encima, estar orgullosos de la cantidad de convenios que firman con empresas, permitiendo que utilicen a sus estudiantes sin siquiera formarlos.

La universidad no se responsabiliza, hay un Real Decreto que permite que mantenga convenios con empresas sin un mínimo de derechos para el estudiante y garantía de que no esté cubriendo un puesto de trabajo. Esperas que haya sido un mal inicio en el contacto con el mundo laboral en el que te has especializado, pero sabes en el fondo que las empresas van a seguir priorizando sus beneficios y tirar de becarios siempre que puedan, sabes que hay un Real Decreto que les va a seguir amparando y sabes que siempre habrá chantaje hacia la estudiantes que intenten entrar al mundo laboral, porque las empresas tienen la llave para dejarles entrar. Ahora que sabes esto, estaría bien que cuando el dedo señale al becario que trabaja gratis, juzgues a quien se beneficia de su situación.

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