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El dinosaurio y el referéndum

La Diada de 2017.

Jordi Sabaté

Cuando el dinosaurio despertó, el referéndum todavía estaba allí. Me permito usurpar el célebre microcuento de Augusto Monterroso para usarlo como nervio conductor de este relato, aunque creo que, además, puedo incluso superar al célebre autor guatemalteco añadiendo, para la ocasión, una vuelta de tuerca a la historia. 

En la oficial (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”) solo sabíamos que el ignoto protagonista despertaba (quizás de una pesadilla en la que había soñado con un dinosaurio), y el objeto de sus temores había saltado a la vida consciente: se había hecho realidad. En mi versión, he decido que el protagonista sea el dinosaurio y que sea este quien sueña remotamente con un referéndum que, a medida que el sueño transcurre, va pasando de vaga imagen lejana a punzante pesadilla.  

Vayamos ahora otorgarle un desarrollo a la historia de Monterroso, cuya gracia, por descontado, radica en que admite muchos, aunque este bien puede valer: el dinosaurio es un saurio de mediana edad, que hace poco cumplió los cuarenta. Gozó hasta mediada la treintena de una excelente salud, aunque a partir de entonces los excesos le dieron algunos sustos gordos. Ahora se ha repuesto, mal que bien, pero en los últimos tiempos, le cuenta a su médico de cabecera, una pesadilla le acecha noche tras noche. 

“¿Qué pesadilla?”, le pregunta el galeno. “Un referéndum”, confiesa el dinosaurio: “un referéndum imposible”. Y a continuación le explica al doctor que la primera vez que soñó con él fue en 2005, cuando se presentó el nuevo Estatut de Catalunya en las Cortes. Fue un sueño muy leve, de apenas unas décimas de segundo, y al dinosaurio le consta que no solo él lo padeció: pasó también por las mentes de algunos independentistas catalanes, todavía levemente. 

Ahora bien, tras la recogida de firmas del Partido Popular y el “cepillo de Alfonso Guerra” al citado Estatut en la Comisión Constitucional del Congreso en 2006, el referéndum comenzó a tomar forma en las noches inquietas del dinosaurio, a la vez que se convertía en el sueño remoto de algunos nacionalistas. El dinosaurio, no obstante, pudo mantener el tema bajo control durante algún tiempo. Incluso mejoró su sueño tras la sentencia del Tribunal Constitucional en 2010, que declaró 14 artículos del Estatut -ya aprobado en las urnas por los catalanes- inconstitucionales y dejó sin efecto jurídico la afirmación del Preámbulo de que “Catalunya es una nación”. 

Sin embargo el reposo le duró poco: apenas un par de semanas después, el referéndum volvió a envenenar los dulces y sólidos sueños del dinosaurio, coincidiendo con la manifestación de un millón y medio de personas en Barcelona del 10 de julio de 2010, bajo el lema “Som una nació. Nosaltres decidim”. Desde entonces, en mayor o menor medida, el incómodo sueño del referéndum no le ha abandonado. Empeoró cuando el 11 de septiembre de aquel mismo año la afluencia a las manifestaciones de los independentistas aumentó exponencialmente hasta los dos millones, dicen.  

Y fue a más a partir de 2011, año en el que cientos de ayuntamientos organizaron consultas sobre la independencia, que culminaron con la consulta masiva del 9 de noviembre de 2014, donde participaron 2,3 millones de catalanes. De todos modos, en el dormir del dinosaurio, aquellos pequeños referendos y consultas no pasaban de sueños molestos, quizás por una mala digestión, sin llegar a ser lo que se dice una señora pesadilla. 

Aumentaron su frecuencia, eso sí, cuando se convocaron elecciones en Catalunya y ganó Junts Pel Sí; aunque todavía sin hacerle despertar súbita y violentamente en mitad de la noche, con la frente perlada de sudor y la respiración agitada. No obstante, cuando los antisistema de la CUP apoyaron un gobierno presidido por un tal Puigdemont, venido de la remota Girona, con el objetivo de organizar un referéndum sobre la permanencia o no de Catalunya en el Estado, los sueños comenzaron a volverse mucho más molestos además de continuos, casi obsesivos. 

El dinosaurio comenzó entonces a levantarse con achaques por las mañanas, quejándose de que ya no descansaba bien porque los malos sueños lo hacían revolverse en la cama desde su inconsciencia de saurio dormitante. Finalmente, le explica al médico, el referéndum se convirtió en insoportable pesadilla el día en que el tal Puigdemont convocó, para el primero de octubre de 2017, un referéndum para decidir si Catalunya debía ser o no una república independiente.  

El dinosaurio se arrastra desde aquel día por los pasillos de la oficina con ojeras y maldice cada mañana haber nacido. Y además haberlo hecho no de madre alguna ni de huevo, como el resto de dinosaurios, sino precisamente de otro referéndum como el que ahora le atormenta. El dinosaurio le pide al médico pastillas y más pastillas para borrar la pesadilla, pero no funcionan. Deberían, porque están construidas con toda la lógica y la ciencia cartesiana que dicta que lo que funciona para la mayoría de los individuos y casos, debe funcionar para todos. 

Pero al dinosaurio no le funciona la farmacología en este asunto. Es más: cuantas más medicinas toma, peor duerme, más sueña con el maldito referéndum y peor aspecto tiene al día siguiente. Así se lo hacen notar en la oficina los colegas, que ya cuchichean a sus espaldas si acaso el dinosaurio no estará perdiendo la cabeza, y los papeles, con el asunto de las pesadillas. Le recomiendan que no se medique tanto, que quizás se está excediendo, pero él aduce que no tolerará que está maldita pesadilla le perturbe más. 

De todos modos, cree el dinosaurio, su pesadilla tiene fecha de caducidad: el dos de octubre habrá pasado el referéndum de Puigdemont y se demostrará que aquello solo fue una pesadilla que terminó abruptamente, como todas las pesadillas, y que en realidad no era nada real y no había nada que temer; que era solo una proyección de los temores y las debilidades de un dinosaurio en plena crisis de los cuarenta. 

No quiero imaginarme la cara de sorpresa y angustia que pondrá el dinosaurio cuando ese día, al despertar, constate que el referéndum no solo sigue ahí, sino que ha pasado de vivir en la imaginación de unos pocos como un deseo imposible, a convertirse en algo real y posible para muchos, aunque no para el dinosaurio. Entonces, pálido, con los ojos inyectados y una sonrisa trágica, tal vez se acerque al espejo del baño y se mire preguntándose si acaso no sea él, el dinosaurio, el que vive ahora en un mundo etéreo e inmaterial, expulsado de las coordenadas de la realidad por el referéndum. 

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