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Iglesias, Garzón y la división de la izquierda

Pablo Iglesias (de espaldas) y Alberto Garzón se saludan en el Palacio de Cibeles. / Mariano Neyra

José María Calleja

Cuantas más demandas se formulan para conseguir la unidad de la izquierda, más se dividen las organizaciones realmente existentes. Cuanto más enfáticos resultan los llamamientos para construir entre todos la unidad de la izquierda, más siglas surgen. Es hablar de unidad urgente y sufrir una partenogénesis de grupos cada vez más chiquitos y divididos.

Después del batacazo, real en sí mismo y agravado por las expectativas creadas, de las elecciones catalanas, en las que Catalunya Sí que es Pot obtuvo, con la inclusión de Podemos y la campaña de Iglesias, dos escaños menos (11) que los que tenía ICV-EUiA sola (13), Iglesias y Garzón parecen haber cerrado la barraca de la supuesta unidad.

Habla Garzón de plantearse la unidad de la Izquierda para Enero -es decir, tras las generales- y en Podemos el sector que prefiere equivocarse a solas antes que intentar acertar en compañía parece haber ganado hasta nuevo recuento.

Iglesias quería que los de Izquierda Unida entrarán de uno en uno, con el carnet en la boca, las manos en alto y dejando la mochila -como si llevaran un el colt dentro- en un clavo que habían puesto a tal efecto en la puerta de entrada. Como se rotulaba en los bares antiguos, en Podemos/Iglesias se reservaba el derecho de admisión a un puñado de elegidos de IU y se mantenía fuera del limes a los aparateros bárbaros, que no les dieron protagonismo a ellos cuando estaban en IU y que, pensaban, no les aportarían votos.

Roto el matrimonio antes de consumado, una sensación de amargura, fiasco y un intercambio de reproches mutuos parece haberse adueñado de los protagonistas de unos diálogos que empezaron sonrientes, y espatarrado Iglesias en el sofá de la república independiente de su casa, y que han acabado a portazo limpio. Portazo que retumbó especialmente tras la costalada de las catalanas.

Ninguno de los que reclamaban unidad de la izquierda para las generales parece reclamarla ahora. Garzón la ha dejado para después de medir las fuerzas reales por separado el próximo 20 de diciembre, que es tanto como renunciar a ella.

Antes hemos asistido a palabras ofensivas de Iglesias a los “gruñones” de IU, de gestos de prepotencia que se han recibido como un desprecio porque lo eran. Intercambio de reproches sobre quién es más auténtico, más unitario, más pegado a los ciudadanos que quieren la unidad.

En IU en Madrid han metido la túrmix y aquello ha saltado en mil pedazos con una única seña de identidad compartida: el cabreo y la descalificación del otro.

Hace falta una brújula para orientarse en el terreno de esta izquierda, incluso entre quienes la apoyan. Se hace casi enojoso enumerar la lista de organizaciones que reclaman fervientemente, con urgencia, la unidad de la izquierda y que mientras llega y no llega no hacen otra cosa que dividirse y lanzarse reproches.

Tenemos: Izquierda Unida, Ahora en Común, Ahora con Alberto Garzón, Izquierda Abierta, Decide en Común. Barcelona en Común, Cataluña si que es pot… Si Podemos acepta Izquierda como animal de compañía --en su dirección hay quien considera esa terminología periclitada--, también hay distintas tendencias enfrentadas dentro de este partido. Tan distintas como los anticapitalistas de Teresa Rodríguez en Andalucía y la dirección de Madrid, puesta en cuestión de manera creciente en sectores de la organización.

Parece que los pactos de Podemos con otras organizaciones solo son posibles en los lugares en los que el partido de Iglesias es más débil y sus eventuales socios más fuertes, véase Galicia con las Mareas y Anova.

Cada elección que se celebra parece confirmar las razones por las que en Podemos preferían pasar de las europeas a las generales directamente, sin este engorro de autonómicas andaluzas, municipales, más autonómicas, autonómicas catalanas, que han servido para frustrar, afear la primera imagen del partido y provocar un prematuro desencanto.

Izquierda Unida se quedó sin representación en el Parlamento Vasco en las últimas autonómicas al acudir dividida en dos siglas, una apoyada por Cayo Lara (Ezker Anitza) y la otra por Llamazares (Esker Batua), de las que previamente se había escindido Alternatiba.

Ahora, no necesariamente en común, la división para las elecciones generales parece asegurada sin que se puedan excluir nuevos llamamientos a la unidad y nuevas siglas dispuestas a lograrla de verdad.

La imagen que este galimatías provoca es que los integrantes visibles de estas iniciativas están mucho más interesados en saber cómo quedan ellos, cuál es su poder, su número en la lista, antes que en responder a una voluntad de un sector de los votantes españoles.

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