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Sánchez, el renacido, mucho más que un secretario general

Partidarios de Pedro Sánchez celebran su victoria en la calle Ferraz.

Carlos Hernández

El triunfo de Pedro Sánchez representa algo más que su elección como secretario general. La militancia socialista ha lanzado una OPA hostil contra sus dirigentes, les ha hecho aterrizar en el siglo XXI y les ha puesto en el sitio que se merecen: el de la obediencia debida a quienes con sus votos les situaron en los puestos que ocupan.

A pesar del apoyo casi unánime del aparato, a pesar de contar con el respaldo de los dinosaurios del socialismo empezando por Felipe González, continuando por Guerra, Corcuera, Ibarra, Bono… y terminando por José Luis Rodríguez Zapatero, a pesar de que El País se ha quedado sin editoriales y casi sin tinta para intentar situarla en esos altares de la socialdemocracia donde la colocó el inefable Lambán, a pesar de todo, Susana Díaz como representante de todo el establishment ‘socialista’ ha pagado el precio previsto por derrocar torticeramente a un dirigente elegido en primarias para después permitir que este país siguiera estando gobernado por el partido más corrupto de nuestra historia.

Los militantes le han dicho a sus barones que el PSOE del hoy y del mañana no puede construirse desde los despachos, consultando cada decisión con los Felipes de turno mientras se desprecia la opinión de los ciudadanos. El mensaje que sale de las casas del pueblo va mucho más allá de la simple elección de un líder; es una apuesta por la izquierda, por mirar hacia la coalición de progreso que gobierna en Portugal y dar la espalda a la Alemania de la gran coalición o a las políticas derechistas que han situado al borde de la desaparición al Partido Socialista francés. Lo han hecho los votantes de Sánchez, pero también los de López, lo que sitúa el resultado final en un 60% contra el 40%.

Ahora está por ver si los derrotados entienden este mensaje o se limitan a acatarlo en público para empezar a conspirar, nuevamente, desde esos confortables despachos que, tal y como se ha demostrado este domingo, están muy alejados de la calle.

También es una incógnita la forma en que el triunfador gestionará su victoria. Pedro Sánchez se equivocaría gravemente si se lo toma como un éxito puramente personal. Los militantes no le han votado por su cara bonita ni por su carisma, sino por todo lo que representa. No puede recaer en errores del pasado que le llevaron a una insoportable soledad, a una falta de alianzas con el resto de dirigentes socialistas y a una prepotencia que le llevó a granjearse la enemistad de medio partido.

Será fundamental, por tanto, que acierte en el nombramiento de su número dos. Sánchez necesita un fontanero que cosa, que tienda puentes y no que los dinamite como acabó haciendo su anterior secretario de organización. El renacido secretario general tiene que ser firme en la defensa del ‘no’ a todo lo que representa el PP y en la defensa de pactos con otras fuerzas progresistas; pero también debe ser generoso y tirar de aquel talante que hiciera famoso al último presidente del Gobierno socialista. Solo así logrará ganarse el apoyo que necesita de todo su partido.

En mi humilde opinión, si se cumplen esas dos premisas: lealtad en los derrotados y generosidad en el vencedor, este puede ser un buen día para el Partido Socialista y la izquierda de este país. Frente a un Partido Popular que se ahoga en la corrupción, surge un PSOE diferente que ya tendrá muy difícil despreciar a su militancia, un PSOE consciente de que difícilmente volverá a gobernar sin alcanzar acuerdos con otras fuerzas de izquierda, un PSOE cuyo adversario sea el PP y no Unidos Podemos. Hoy, si los jurásicos del socialismo y los poderes fácticos no lo impiden, puede haber empezado la cuenta atrás para la salida de Rajoy del Palacio de la Moncloa. 

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