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Rajoy, el peligro de un mediocre con poder absoluto

Rosa María Artal

En un momento de la noche electoral, Mariano Rajoy quiso corroborar que su triunfo era por mayoría absoluta en un aparte. Su expresión lo decía todo. Tras 8 años de opositar y dos sonoros suspensos, tras toda una vida de hacer lo conveniente, de aguantar hasta ataques de depredadores de su misma piña, había ganado su silla en y todo el poder para hacer y deshacer a su criterio. Fue un gesto, casi imperceptible, que helaba la sangre. Ese día ya estaba claro cuanto iba a suceder. “Los electores nos han dado un mandato claro”, dijo varias veces desde entonces.

Ya no hacía falta responder a los periodistas, ni dirigirse a los ciudadanos –ni para prometerles lo que no iba a cumplir aunque por inercia lo siguiera haciendo-. Ni negociar, ni siquiera hacer como que se dialoga. El Congreso de los diputados en la realidad de nuestra estructura política es innecesario cuando la suma de los escaños da un resultado aplastante. Abrevia utilizar la vía de los Decretos Ley. Los ritos democráticos son accesorios, pérdidas de tiempo que distraen de “lo importante”.

Rajoy entró en el gobierno ya con “el síndrome de ” y hoy ha conseguido el récord de ser “un jarrón chino” mientras continúa en el puesto. Es de escarnio mundial verle esconderse de las graves acusaciones que pesan sobre él, secundado por ese gobierno y esa camarilla que eligió a su imagen y semejanza. Algunos más locuaces –incluso en exceso-, portavoces todos de la misma iniquidad. Con insultante perseverancia en la mentira. La parodia de rueda de plasma que Rajoy se marcó el lunes, leyendo la respuesta a una pregunta pactada y amañada, da idea de quién es en realidad este individuo. Por si alguien tenía alguna duda. Parece que todavía queda alguno, bastantes incluso.

Mariano Rajoy, como el resto del equipo, pretenden obviar un entramado de corrupción que se extiende por toda la historia del partido y en el que los datos y hechos oficiales y las denuncias de Bárcenas se entrelazan formando un retrato esclarecedor. No se puede despachar con un “todo es mentira”. ¿Labrada durante ¡20 años!? ¿Con qué objetivo? El eficiente tesorero, tantas veces defendido por todos ellos -incluso cuando ya se le investigaba judicialmente-, hoy es un delincuente que les engañó. ¿Podría gestionar un país una gente tan absolutamente torpe de ser cierta esa explicación? Porque no lo olvidemos, su propósito sí lo están cumpliendo. Mariano Rajoy -y los que eligió para acompañarle-, tenía una meta muy definida y la está culminando con enorme eficacia.

Ante la mirada estupefacta e indignada de buena parte de los españoles y la cómplice o bobalicona -dispuesta a tragarse un elefante con pintas en un solo bocado- de quienes aún le apoyan, Rajoy y los suyos siguen su estrategia sin fisuras. Dicen no poder perder el tiempo para atender a “tareas de gobierno”, y seguir con “el programa de reformas” imprescindible para sacarnos de la crisis. La ambiciosa vicepresidenta de todo es especialmente amante de la frase.

¿Y en qué consiste el programa de reformas? ¿Se lo han preguntado los que confían en el PP y se distraen con el loro que repite “pues el otro más”? En una loca carrera por desmantelar la sanidad pública, destruir la educación para criar trabajadores sumisos sin brizna de pensamiento crítico, abortar el futuro del país al cercenar la investigación y la ciencia sin dar a cambio sino la competitividad de los sueldos miserables, y, desde luego, acabar con el Estado del Bienestar. Rajoy -y sus etcéteras- se lo está merendando con la misma fruición que se oculta para no dar explicaciones.

Cada “reforma” es una merma social y una apuesta por del pasado que nos hundió en el hoyo. Ya hemos visto los resultados de la laboral. Pasa lo mismo con la eléctrica, los transportes, la función pública, la justicia. Con de Costas o le toca a las pensiones. Todo. Cada vez que nos cae una “reforma” del PP implica tijera y consolidad privilegios de aquellos para quienes se gobierna a costa de la mayoría. Saben lo que hacen. El modelo de país que añoran, predesarrollado, ultracapitalista, sin futuro como tal, con la masa empobrecida, dependiente y vulnerable, con enormes desigualdades sociales que siempre pasan factura. Grave. Para los ciudadanos. Para el propio país.

Hay ya personas desnutridas, pero para muchos que no lo están cada pago es un una preocupación. Todos reduciendo gastos, vacaciones, aire acondicionado en este tórrido julio, comida incluso, para lograr… ¿qué? ¿Costear los intereses de la deuda que crece sin cuento? ¿Los sobresueldos y todo tipo de lujos, mangoneos y corrupciones?

El gobierno de Rajoy –recordémoslo una vez más- inició su mandato con la deuda pública en el 68,5% y la tiene –a día de hoy- en el 89,5%. Un ritmo de aumento descomunal y sin precedentes. Ya debe más de 20.000 euros por ciudadano. Solo en un trimestre, el primero de este año, se pulió 40.000 millones de euros, 23.000 en Mayo en aceleración ya inaudita. Nadie más que ellos “ven” brotes verdes y flores de invernadero ¿Es posible que aún haya algún incauto que crea que él va a salir de la crisis si no es de los que nunca la padecieron?

Todos entraremos en la precariedad de no variar el rumbo. Cada dolor que nos cuentan, cada ansiedad por lo que viene, cada desesperación, tiene una única respuesta: ya no es un problema aislado, ya no es tu problema, nos va a llegar a todos, sino se erradica… el cáncer. Las revelaciones de estos días nos hablan de uno enormemente dañino y virulento, con extendida metástasis. Arroja sus fluidos purulentos, su cadena de carcoma, sobre el tejido social, sobre los fundamentos democráticos del Estado. Y se va extendiendo ¿hasta dónde? Lo dicen incluso los medios internacionales. El Financial Times habla de un “venenoso fondo de reptiles” en del Partido Popular.

En su delirio, Rajoy llegó a identificarse él mismo con el Estado de Derecho en su comparecencia del lunes. Mediocre pero no solo, también prepotente, enorme embaucador, dios en su pedestal. Mezcla letal cuando se acompaña además de escasos fundamentos éticos, por no decir nulos a tenor de su actitud. Igual que cuantos le secundan. Ni uno nos sirve por eso. Todo lo que no sean elecciones generales, libres e informadas, con compromiso de cambios estructurales que impidan repetir esta situación, es inadmisible ya. España es un país enfermo, casi terminal si no se actúa. Un mal inmenso nos corroe. Y ante eso solo cabe cirugía radical y urgente.

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