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¡Venga, que nos vamos...!

Mariano Rajoy comparece en la Audiencia Nacional por Gürtel.

Elisa Beni

Ayer se echó una palada de tierra más sobre la confianza de los ciudadanos en la Justicia. Imparcialidad, independencia e igualdad fueron revolcadas y maltratadas por igual a los ojos de millones de personas en riguroso directo. Los jueces de la Audiencia Nacional, encabezados por el presidente del atípico órgano y seguidos por el tribunal enjuiciador con Hurtado al frente, dieron un espectáculo de sometimiento al poder político inaudito e insostenible.

Todo fue anómalo, preparado, forzado para salvar la cara de un testigo que es presidente del Gobierno y que tiene mucho poder, incluso sobre su futuro. Las normas procesales y los usos del foro existen para preservar los conceptos, los derechos, la igualdad de armas, el buen fin del proceso. Desgraciadamente para la Justicia española ayer, un grupo de magistrados decidió hace primar sus decisiones personales sobre el bien superior que supone preservar la idea de la imparcialidad ante la sociedad a la que sirven. Una cortina de falsos argumentos amparó el trato descaradamente favorable a los intereses de una persona: Mariano Rajoy.

¡Venga, venga, que nos vamos...!

Bajo la excusa de la seguridad se establecieron perímetros exagerados y artificiales con el único objeto de evitar que Rajoy fuera abucheado por las personas que se habían congregado en las inmediaciones del recinto judicial y para que los periodistas no pudieran conseguir una fotografía del presidente entrando en el mismo. La sede de la Audiencia Nacional es un búnker. No hay edificio en Madrid más seguro y Rajoy se pasa el día entrando y saliendo de restaurantes, hoteles y sedes empresariales sin que nadie cree unos círculos infernales alrededor de ellos. Así lo recordaba el propio tribunal en un auto. Esa bomba de humo de la seguridad cubrió también la entrada de Rajoy por el garaje y la ausencia de periodistas en el momento en el que el presidente de la Audiencia Nacional le hizo el rendibú. Sí, porque José Ramón Navarro, como ya avisaba en Testigo bajo Palio, al final sí le rindió inaudita pleitesía aunque, puede que advertido por los palos que ya le habían caído antes, lo hiciera de una forma más recatada a la anunciada inicialmente. Lo hizo, en todo caso.

¡Venga, dense prisa...!

Una vez dentro asistimos a otro de los mayores escándalos que ayer nos cubrieron de oprobio como democracia. Una mesa, situada en estrados y a la izquierda del tribunal, esperaba al testigo más protegido de la historia judicial española. Una decisión ilegal, como ya hicieron constar en acta los abogados, y además absurda para el objetivo que se había marcado el tribunal. Jamás, repito, jamás se ha visto en la historia judicial española una ubicación de un testigo así. No sólo estaba en estrados sino en el mismo plano que el tribunal de modo y manera que los jueces tenían que girarse para mirarlo, con tanta dificultad, que era imposible que el magistrado De Prada pudiera ver bien la cara del testigo. La inmediación a la mierda. Les recuerdo que fue ese principio, el de la inmediación, uno de los que llevo al tribunal a negarse a la declaración por videoconferencia. Rajoy se había revestido para la ocasión y llevaba camisa blanca y corbata negra o, dicho de otra manera, se había vestido con lo que se consideraba la forma “orgánica” para juicio de jueces y abogados. Como quiera que el protocolo sólo fija la corbata negra para el luto, habremos de convenir que o el presidente del Gobierno estaba muy pesaroso por su situación o había decidido mimetizarse como si fuera uno de los jueces.

Y casi lo consigue. Estuvo chulesco y hasta impertinente con los letrados, a los que faltó al respeto. Intentó dar instrucciones sobre las preguntas antes de que lo hiciera el presidente del tribunal y no fue sino levemente invitado a desistir. ¿Han sido testigos alguna vez? He asistido a centenares o miles de juicios y les juro que no durarían ni un segundo comportándose así.

El presidente tenía prisa. “¡Venga, venga, que se nos acaba el tiempo...!” ¿Tenemos que pensar que había pactado con alguien la duración de la testifical? ¿Desde cuándo existe un tiempo que se acaba a la hora de practicar una prueba en la vista oral? Ángel Hurtado produjo ayer alipori. Comenzó mal, pero acabó peor. Los testigos no necesitan abogado pero Rajoy ayer tuvo varios y uno fue el presidente del tribunal. Por contra, cuando el gallito declarante le espetó a un letrado frases totalmente fuera de lugar —“No se si se ha confundido de testigo, letrado” o “ese no es un razonamiento brillante”— la rigidez del magistrado presidente se esfumó por el sumidero sin que tuviera la dignidad de apercibir al testigo sobre su actitud.

A esas alturas, la credibilidad de esa administración de Justicia que ahora más de 4000 jueces luchan por reivindicar, había sido ya masacrada en la Audiencia Nacional sin rebozo.

Hubo otros operadores jurídicos que tampoco hicieron todo lo que se esperaba de ellos. La propia parte que había propuesto la prueba, la acusación de ADADE, dejó bastante que desear. Sugiero a Benítez de Lugo un curso de entrenamiento que cualquier buen comunicador le podría dar. Le presupongo la profesionalidad de haber pedido la prueba para buscar ratificar alguna de sus posiciones procesales pero, o bien no era así, o bien no fue capaz de encauzarla en un interrogatorio balbuceante y sin objetivo concreto apreciable. Mucho mejor estuvo el letrado Virgilio de la Torre, acusador por parte del PSPV, que al menos sí lo intentó con cierta eficacia.

¡Vamos, que hay prisa...!

A falta de tiempo, resumamos que el Ministerio Fiscal mantuvo una actitud de perfil bajo y bastante digna para el espectáculo al que estábamos asistiendo y que, de nuevo, el letrado de Luis Bárcenas jugó con el PP, embarrándole el campo al abogado de la acusación, y ejerciendo de segundo defensa para el presidente del Gobierno. Ellos sabrán por qué. No sé que ganaban con ello. Puede que, en efecto, tengan prisa por salir de este trance en el que algunos estaban más pendientes de su pellejo y su futuro que de su función. Tendrán prisa por seguir con su vida, por continuar trepando, por abrirse camino. El Supremo, el Constitucional, el cielo les están esperando.

Prisa por salvar el Estado de Derecho y la separación de poderes no tenían ninguna. Prisa por dar un argumento a los españoles para creer en la Justicia, tampoco. Ese fue el mayor drama que se representó ante nuestros ojos ayer en esa sala de vistas.

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