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Que me entierren con él

Ascensión Mendieta, en el cementerio de Guadalajara donde se ha iniciado la exhumación de su padre

Raquel Ejerique

Ascensión llegó tan fresca a sus 90 años al cementerio. Sonriente, con bufanda de color patria argentina y guantes 'gay friendly'. Iba al desentierro de su padre. Podría ser enternecedor si no fuera desgarrador que haya tenido que coger un avión al país austral y hacer ronda por juzgados y abogados hasta conseguir que Timoteo sea el primer cadáver que la jueza Servini ha ordenado exhumar en España.

Más de 130.000 personas siguen desaparecidas víctimas del franquismo. La mayoría habita las más de 2.000 fosas comunes que vertebran el país, con el Valle de los Caídos como Reina de la Noche de la represión.

Podría ser una buena noticia que al menos alguien -Argentina-, aunque sea de lejos, se tome en serio a los familiares y a los muertos. Si no fuera porque evidencia aún más las miserias de un país democrático pero amnésico que confunde sanar heridas con reabrirlas.

Rajoy ha coronado su legislatura sin poner un duro a la Memoria Histórica, sin nombrarla, porque cree que si no la nombra no existe, aunque bajo sus pies palpiten los huesos de una población del tamaño de Huelva. Ha tenido que venir un sindicato de electricistas noruegos y un premio de una fundación de EEUU a financiar las exhumaciones de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Los laboratorios de ADN funcionan con voluntarios. La ONU sigue esperando a que el Estado salga del estatus de inopia.

La generación de Ascensión se acaba y con ella los testigos de aquellos crímenes. El tiempo corre en contra para la justicia, que en España sigue investigando pueblo a pueblo sin una causa que aglutine la represión franquista. A la indolencia del Gobierno de Rajoy le ayudan años de autocensura en las casas y en las calles. “De eso no se habla”, “dejemos las rencillas”. Quien se instale en ese confort egoísta perpetúa, aunque sea sin saberlo, el subconsciente franquista que hemos heredado: “Que me lo arreglen, que me decidan y que no me molesten demasiado”.

Mientras, Ascensión, poco sospechosa de ser agente de conflicto, lleva años empeñada en abrazar los huesos de su padre, como tantos. No quiere quitar votos a Rajoy, ni acabar con la Transición y sus milagros, ni remover el pasado ni que todo se rompa. Pero es una mujer decidida y tiene una necesidad esencial. Su maléfico plan es sobrevivir algo más de tiempo para que su padre, al que le robaron a los 13 años, sea enterrado con ella.

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