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El año del escrache

Escrache a González Pons

Isaac Rosa

Siguiendo la costumbre típica de estas fechas de elegir las noticias, los personajes, las imágenes y palabras del año que acaba, veo cómo los medios coinciden en señalar escrache como uno de los términos definitorios de 2013. Incluso la Fundación del Español Urgente (Fundeu), vinculada al BBVA, la ha preseleccionado en su búsqueda de la palabra del año.

No dudo de que hay razones sociales, y sobre todo periodísticas, para subrayar el escrache como una de las voces destacadas de este año. Pero me llama la atención cómo, habiendo otras palabras en esas listas (drones, hipster, wasapear, vapear…), todos los medios se han fijado en la misma para construir sus titulares: escrache.

Yo soy el primero que la señalaría como la palabra del año, pues la acción de la PAH marcó el camino para otras acciones de desobediencia. Pero me mosquea esa insistencia viniendo de medios que en su día fueron unánimes en criminalizar con dureza a quienes participamos en escraches. Que ahora nos digan que 2013 ha sido el año del escrache me suena a pitorreo, a que nos perdieron el miedo y hoy se sienten lo bastante tranquilos como para recordarnos que un día hicimos escraches. Como una palmadita en la espalda.

Es verdad que su repercusión fue grande, pero reconozcamos que en realidad hemos escrachado poco. Si meses atrás, cuando arrancó la campaña de la PAH, algunos creímos que estas acciones prenderían como una mecha por todo el país, no ha sido para tanto.

No quito importancia a los casos que ha habido. Además de los activistas antidesahucios, otros colectivos escracharon en algún momento a gobernantes autonómicos o alcaldes, y también a algún ministro (a Wert, allá donde iba, o a Gallardón, en su casa), e incluso a dirigentes de la oposición, pero son hechos aislados.

El ministro de Interior echaba cuentas hace unas semanas: 133 escraches contra dirigentes populares. Aunque esa cuenta es poco rigurosa (llaman escrache a cualquier protesta callejera que insista más de lo habitual), incluso aceptando esa cifra, 133 no parecen demasiados si hablamos de un país con millones de ciudadanos parados, desahuciados, empobrecidos, estafados, humillados y, en general, cabreados. 133 escraches en el año de los papeles de Bárcenas, de las preferentes, de los correos de Blesa, de los escándalos monárquicos, de los recortes, privatizaciones y contrarreformas.

¿De qué hablan, entonces, cuando subrayan escrache como palabra del año? No creo que lo hagan en reconocimiento a la PAH, verdadera protagonista de este año, ni para reivindicar una forma de protesta que hasta el propio PP ha usado alguna vez.

Quizás cuando dicen que este ha sido el año del escrache se refieren también a muchos otros escraches que las autoridades no contabilizan como tales, y que han sido mucho más intensos que los realizados por ciudadanos. El escrache policial, por ejemplo, que este año ha intensificado la persecución de los desobedientes, con más identificaciones, multas y detenciones. O el escrache contra los hipotecados en apuros, que han seguido sufriendo desahucios, y contra la propia PAH y su obra social. O el escrache mediático y político, como el que sufrió la PAH durante meses y que también han conocido cuantos han optado por alguna forma de desobediencia civil este año: portadas de periódico criminalizadoras, acciones judiciales, insultos (nazis, terroristas...), y finalmente el endurecimiento represivo en la Ley de Seguridad Ciudadana, que castigará comportamientos que hasta ahora los jueces acababan archivando.

Ese es el balance de 'el año del escrache': pocos escraches ciudadanos, pero duramente perseguidos y criminalizados para desactivar su potencia. Que el año del escrache se cierre con un arzobispo haciendo escrache a una clínica de interrupción del embarazo forma parte de ese pitorreo del que hablaba.

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