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La moción de censura a Rajoy es dignidad

EFE

Ruth Toledano

Hemos sido radicales, perroflautas, piojosos, extremistas, violentos y, sí, terroristas. Éramos personas indignadas ante el saqueo de los bienes públicos y, por tanto, los políticos del PP y sus voceros en programas de entretenimiento político o en medios afines -como La Razón- tenían que pintarnos como lo peor. Alguien habría que se lo creyera. Para ilustrarlo, nada como unas imágenes de nuestras protestas, convenientemente sacadas de contexto o aviesamente seleccionadas.

Así, mientras se vio mil veces congelado el gesto escrachador, al paso de Cifuentes, de algún manifestante que solo parecía energúmeno, no se informó lo bastante y con rigor de las órdenes que la entonces delegada del Gobierno en Madrid daba a sus huestes policiales. Cifuentes machacó a golpes a aquella indignación que hoy se sabe que se quedaba corta teniendo razón. La convocatoria ‘Rodea el Congreso’ fue una acción pacífica más de la indignación ciudadana, cuyo objetivo era señalar el lugar donde se encontraban los saqueadores. El PP, no obstante, la calificó de “golpe de Estado” y trató de criminalizarla. Los antidisturbios dieron palos incluso dentro de la estación de Atocha, sembrando el pánico hasta los andenes. Hubo decenas de heridos. Ahora, sin embargo, el condenado es el manifestante Francisco Molero, con la sola prueba de que los policías lo identificaron porque “se tapaba y destapaba con un pañuelo palestino” y “vestía de oscuro”. Cinco años al trullo. Pobre Cifuentes.

Si entonces se quedaba corta la indignación, hoy no hay límites para el estupor. El hedor de la corrupción ya es vomitivo, como es interminable el rastro de los implicados y desesperante su identidad: políticos del PP, periodistas, empresarios; pero también fiscales generales del Estado, fiscales anticorrupción y jueces. Está la sensación de que mientras nos desvalijaban se reían de nosotros (perroflautas, piojosos…) y está, socialmente peligrosa, la sensación de que nuestra indefensión es absoluta. Casi parece un estrategia de esa extrema derecha que está integrada en la derecha que gobierna, la derecha falazmente civilizada, la derecha corrupta: cuando se sobrepasa el nivel de aguante de un pueblo llega una Marine Le Pen a poner orden y vuelven a ganar ellos, los que estaban ahí. Un mecanismo perverso que funciona con la precisión de un reloj suizo.

Mientras tanto, los del PP son tan capaces para la tergiversación como para la corrupción: están tratando de dar la vuelta a la moción de censura a Rajoy anunciada por Unidos Podemos y convertirla en una oportunidad. Lo han hecho con la chulería que caracteriza a Rafael Hernando y con la inestimable connivencia del PSOE y de Ciudadanos, cuyos términos han sido más propios de un plató de televisión que de una sede parlamentaria (justo de lo que acusan a Podemos): Antonio, el otro Hernando (ironías del destino), apelando a la “mala fe” de Iglesias, y Villegas llamando “circo” a la herramienta política de la moción, que posibilitaría la comparecencia ante el Congreso del presidente del Gobierno. Cuando toda la oposición tendría que haberse unido como una piña, ambas formaciones demuestran desprecio por la democracia y anteponen sus intereses partidistas. Si tienen problemas internos, que se apañen, lo que no es de recibo es que hayan de pagarlos los ciudadanos con minúsculas. Pero es que la dignidad no llega a todos los escaños.

Porque lo cierto, mientras tanto, mientras cada día es un insulto para los españoles, mientras sigue y sigue espesando el lodo de la indignidad, es que Rajoy sigue con cara de recién despertao. Eso cuando se le ve (sobre todo, a lo lejos). Su silencio y su indiferencia son cómplices, culpables. Con ellos no solo legitima de algún modo a los delincuentes del PP, también falta a su principal responsabilidad política: no abandonar a su suerte a esos españoles a los que pretende representar, incluidos los muy españoles y los mucho españoles. Hay cosas que ya tendría que haber hecho, como apartar de su cargo al ministro de Justicia (el de los SMS a Ignacio González), así como al de Interior (el de las reuniones con el otro González, el hermanísimo). Es una vergüenza que sigan ahí, como lo es para toda España la cara de póker que se le queda a Rajoy cuando va por el mundo y le gritan ladrón.

Prosperase o no la moción de censura, constituye una de las pocas, si no la única, alternativa digna frente a la banda organizada del partido en el Gobierno. Frente a los modos mafiosos del PP, la falsedad de Ciudadanos y el egoísmo del PSOE. A fin de cuentas, Unidos Podemos llegó al Congreso para que entrara la indignación de fuera. La de los radicales, perroflautas, piojosos, extremistas, violentos y hasta terroristas que ya en 2011 denunciaban el saqueo que ahora se ve.

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