Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Los espejos del rey y la trampa de “la política grande”

Juan Luis Sánchez

El mensaje del rey en Nochebuena es como la escena de las películas en la que el héroe entra a buscar al villano a una sala a media luz llena de espejos. Lo ve por todas partes, su imagen queda multiplicada y deformada, estirada y achatada, replicada tan verazmente que el héroe siempre lanza algún ataque fallido contra un cristal. Se rompe y vuelta a empezar. Se tarda mucho en saber cuál es la verdad en una sala llena de espejos.

El discurso del rey es siempre, cada año, una ambigüedad deliberada para llenar un espacio lo más grande posible con un discurso lo más vacío posible. Entre toda la madeja de lugares comunes y obviedades, la Casa Real quiere colar un mensaje, quizá solo uno, pero rodeado de mil espejos que proyecten una imagen del rey que satisfaga a casi cada tipo de persona que pueda estar escuchando.

Así que el discurso navideño de Juan Carlos I suele ser, inevitablemente, contradictorio. Estirado y achatado a la vez. Es capaz de reclamar, como esta Nochebuena, “nuevos modos y formas de hacer algunas cosas” y una “puesta al día” de las instituciones para justo después atrincherarse en la nostalgia de los valores de consenso del 78. ¿Cuál es el espejo y cuál es el mensaje real? Toquen el primero de los argumentos y verán que es de cristal.

El rey hizo anoche un ejercicio de militancia en la cultura política de la Transición. Y lo hizo dibujando un mapa tramposo de la realidad: dijo que en España se está “generando un desapego hacia las instituciones y hacia la función política que a todos nos preocupa”. Lo llamó desapego y no le llamó crítica. Lo llamó desapego y no lo llamó desacuerdo. Lo llamó desapego para que pensemos que cuando uno reclama un modelo diferente de articular la democracia no está proponiendo, está 'despegándose'. Para marcar mejor el argumento, lo reforzó con una dosis de emocionalidad: al malestar social lo llamó “pesimismo”, dos veces.

Dejó sembrada la idea al principio para volver sobre ella a mitad del discurso y dejar caer el concepto de la noche: “la política grande”. Aquí se acabaron los espejos. El rey dedica todo un minuto a definir lo que él considera que es “la política con mayúsculas”: una que sabe pactar, que sabe ceder, que sabe renunciar, que sabe sacrificar el corto plazo, que sabe ser leal. Por si no queda claro a qué se refiere, señala que es “la política grande que supo inaugurar una nueva y brillante etapa integradora en nuestra historia reciente”. La filosofía política de la Transición, recordemos, “frente al pesimismo”. Muchos medios pican el anzuelo y titulan "el rey reivindica la política". Objetivo cumplido: ya toda España sabe lo que es la política y lo que no.

Porque con este sencillo juego el rey consigue algo: identificar una manera de hacer política con La Política. Si te acoges a los principios rectores de la Transición, eres gran política. Si no, eres un pesimista desencantado, despegado, desleal. Vulgo irracional con tentaciones peligrosas. Oye, que se te entiende, ¿eh? Que no creas que no te comprendemos, porque la cosa está muy mal y los sentimientos a veces son difíciles de controlar. Pobrecito. Te deseo feliz navidad.

Con este mensaje, el rey vacía de contenido político toda la reivindicación social, a la que ni nombra en su discurso. Establece que no hay culpa en el modelo político, que solo hay crisis. Según la Casa Real, la marea verde, la marea blanca, los sindicatos, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, los nodos que surgen tras el 15M, el periodismo crítico, los libros, los blogs, las huelgas de funcionarios, las Iniciativas Legislativas Populares, las acampadas frente a los bancos, las pancartas sobre fachadas, las manifestaciones, las redes... Todo eso no es política, no reclaman “política grande”, no es la reactivación de la exigencia ciudadana en un momento de urgencia. No es la construcción intelectual de un cambio. Es solo “desapego”, es solo “pesimismo”, es cortoplacista. Es emocional y, por tanto, inútil para el juego de “la política grande”.

Vamos a aceptar por un momento (no mucho rato) que la política es solo lo que sucede en las instituciones. ¿Y qué hay de los partidos que, dentro de esas instituciones, defienden un nuevo modelo democrático o un nuevo modelo de Estado? Pónganse a contar porque son muchos ¿No son “política grande” porque asumen que los mitos políticos de la Transición se desvanecen? El único pacto tipo-Transición que podría darse hoy sería entre PP y PSOE. ¿A eso se refiere el rey?

La ofensa es demoledoramente elegante. Está tejida de manera que hasta a ratos parece que el rey le echa la bronca a los políticos, reforzando la idea de que son “un todo” y quedándose él hábilmente fuera de ese todo. Y como habla insinuando, a ratos no se sabe si se refiere al clima social o al soberanismo en Cataluña. Y así cada cual, de nuevo, que coja la imagen que más le guste.

Después de tocar y romper mucho cristal, de dar muchas vueltas entre reflejos, de distraernos con los espejismos de la decoración y la mesa, al menos sabemos algo: el rey ya no presume de modelo político; ahora lo defiende.

Etiquetas
stats