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Con primarias abiertas, podría haber sido diferente

Andrés Ortega

Ya que todos hablan tanto de equipararnos a Europa, si fuera así, ya tendríamos que haber logrado un Gobierno de coalición. Pero estamos lejos de los modos que rigen en las democracias avanzadas de Europa, metidos en una deriva presidencialista y faltos de cultura y experiencia política. Mala imagen estamos dando así al mundo democrático. La necesaria regeneración democrática no acaba de llegar o se queda demasiado corta, como ha quedado patente en el infructuoso debate de investidura de Rajoy, en la que no ha sido objeto de focalización. De haber existido primarias abiertas para todos –uno de los elementos necesarios-, hoy podríamos haber estado en una situación diferente.

No es quizás lo principal de la siempre pendiente regeneración, pero es importante. Ciudadanos pactó instituir primarias obligatorias para todos con el PSOE, pero luego renunció a ellas en su acuerdo con el PP, a la espera de lo que decidan internamente al respecto los populares. Pero en el acuerdo con el PSOE se obligaba solo a primarias entre afiliados para cargos elegibles, lo que las convierte en una gran inutilidad pues, como hemos visto por la experiencia habida, refuerza aún más el poder de los aparatos de los partidos. Es necesario, para la regeneración del sistema, que puedan votar en ella cualquier ciudadano, cualquier simpatizante –lo que se dejaba a la decisión de cada partido-, no solo los militantes.

No dejemos que la cuestión caiga en el olvido. He defendido las primarias en repetidas ocasiones como parte esencial de la regeneración política y del acercamiento entre elector y elegido (aunque para esto último hacen falta otras reformas en profundidad del sistema electoral), y para contribuir a elevar la calidad de una clase política que ha caído a su punto más bajo de la democracia. Pero la experiencia en el PSOE y sus organizaciones territoriales, muestra que o son abiertas, o los aparatos dominarán el sistema, como hemos visto en el Partido Socialista catalán y en otras formaciones. De hecho el sistema de primarias se instauró de manera restrictiva entre los socialistas para controlar la situación, dificultando tanto las posibilidades de los candidatos, con una proporción de avales excesiva, como la participación de simpatizantes. De poco sirvió. Convergencia de Catalunya las tenía pero las suprimió pues como señaló su entonces secretario general Miquel Roca, costaban dinero y siempre salían los que él, como secretario general, decía. Podemos las tiene mucho más abiertas, por Internet, y en competencia en sus confluencias con candidatos de otros partidos y movimientos.

Estamos hablando de primarias para cargos que votan los ciudadanos, no para cargos internos del partidos, en el que han de votar solo los militantes, como ocurrió con Pedro Sánchez para su llegada a la Secretaría General, lo que le ha dado un plus de fuerza.

Las primarias han perdido cierto atractivo ante la elección de Donald Trump como candidato republicano en EE UU. Pero el sistema estadounidense es muy diferente de los que rigen en Europa. El seguido por los socialistas (y ahora por Los Republicanos) franceses es mucho más abierto. Basta pagar en el mismo día de la votación uno o dos euros y firmar un apoyo a los principios generales de la formación para votar en sus primarias. Ello aportó a François Hollande un trampolín para ganar las presidenciales hace cuatro años (lo ocurrido desde entonces es otra historia). Y está por ver si ese tipo de primarias –como indican algunos sondeos- permiten elegir como candidato del centro derecha al moderado Alain Juppé que habla de tender la mano a los musulmanes frente un Nicolas Sarkozy subido en el desbocado caballo anti-islámico. Quizás unas primarias abiertas habrían arrojado un cambio de liderazgo en varios de los partidos españoles, que tendrían que contar con una mayor valoración general y entre sus propios votantes. Entre la izquierda hay candidatos que prefieren ir directamente a las elecciones.

El sistema de desbloqueo de listas, que sí se ha pactado en principio, es un sucedáneo. De hecho, las listas desbloqueadas (en las que elector puede introducir un orden de preferencia) e incluso abiertas (en que se puede elegir nombres de varias listas) ya rigen para el Senado, sin gran impacto, pues los ciudadanos votan a siglas antes que a nombres, aunque cuente el peso personal y la capacidad de manipulación de los aparatos como ocurrió en el PSOE en las últimas elecciones en Soria.

Hay que cambiar, sí, el sistema electoral de forma a potenciar la relación directa entre elegido y elector. Aunque requeriría un cambio constitucional que, desgraciadamente, no parece estar en el horizonte, el mejor sistema, a mi juicio y el de bastantes expertos como + Democracia, podría ser parecido al alemán, con doble voto: uno directo a una persona, y otro a una lista regional para asegurar la proporcionalidad (y evitar que con calculadora en mano se produjeran grandes cambios numéricos pues los partidos peor afectados no lo aceptarían). Ello obligaría a los candidatos a fajarse realmente ante sus electores. Y estos, al revés del coronel de García Márquez, sí tendrían a quién escribir.

España hizo bien una Transición que con el tiempo y ciertos malos usos ha llevado a gripajes y a un cierto agotamiento. Pero no está sabiendo llevar a cabo la necesaria regeneración de un sistema necesitado de algo más que de un recauchutado. Lo está demostrando estos días en el Parlamento.

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