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Una rabia repentina

Miembros del grupo francés de rap Sniper

Elisa Beni

...“J’ai une rage soudaine/ l’État nous saigne et ça nous gêne”. Una rabia repentina, contra el Estado, contra su represión, contra esa forma de sangrar nuestra libertad. Yo, como el rapero francés El Matador, tengo una rabia repentina cuando veo cómo se cercenan los legítimos gritos de protesta y de rabia legítima y de odio controlado que mana en forma de palabras y no de violencia y que aun así es masacrado porque la diferencia y la protesta y la revuelta, aún pacífica, se quieren laminadas.

Me gusta el rap y me gusta el hip-hop. Tal vez porque son los herederos del rock y el heavy como géneros transgresores. Ahora el rock se ha travestido de taburete. El rap nace como una rebelión. La rebelión de los negros de los barrios americanos y más tarde la de los africanos franceses y después la de muchos jóvenes que denuncian la violencia a la que la sociedad que los bienpensantes aplauden les somete desde la infancia. Me gustan los rebeldes. Me gustan los que pelean por hacer oír sus voces minoritarias. Me gusta la libertad.

La libertad que la derecha nos está robando. La sentencia del Tribunal Supremo que confirma la condena por la Audiencia Nacional del rapero Valtonyc -y no es el primero- es una muestra irritante de ello. Siento una rabia repentina. Ha habido más episodios estos días y no van a cesar hasta que no volvamos a tener unos gobiernos progresistas que rebajen las ínfulas envalentonadas de los que sólo toleran su orden como sucedáneo de libertad. La sentencia del alto tribunal apenas hace mucho más que considerar correcta la dictada en instancia por un tribunal formado por los tres magistrados más favorecidos por el PP en su carrera de los que acampan en la Nacional, Querida Concha, Enrique López y el también exvocal Juan Pablo González. Aunque sé que López muere por un karaoke y que ninguno de ellos ha oído rap en su vida, me sigue pareciendo ridículo que se argumente que dado que el rapero no tiene a su alcance la bomba de destrucción masiva que blande en sus versos -lo que vuelve irrelevantes tales amenazas- en su texto se dice “queremos la muerte de esos cerdos” y “le arrancaremos la arteria y lo que haga falta” por lo que, argumentan los sesudos magistrados, el escrito del rapero recoge otras formas comisivas de la muerte que sí están a su alcance aunque no tenga la bomba. Otras formas comisivas. En serio. Y se quedan tan anchos y el Tribunal Supremo se lo recoge. El riesgo de que te arranquen la arteria unos raperos. Lo más. Con los dedos, supongo.

Este fenómeno no es nuevo, lo que sí es inédita es la represión legal. En Francia los gobiernos conservadores en los que Sarkozy participó como ministro, y luego como presidente de la República, emprendieron una batalla contra el “rap antifrancés” que además les daba a los políticos una caña enorme y que llegaba a decir, por ejemplo, que la ministra Dati le había hecho mamadas a todas las braguetas del Congreso, entre otras muchas lindezas. Antes de eso, con el socialista Jospin no hubo problemas, ¡qué cosas!. Lo que importa es que tal cruzada política fue frenada por los propios tribunales franceses. Sarko interpuso acciones contra el rapero Hamé en 2002 por haber escrito en un fanzine: “los informes de Interior nunca reflejan los centenares de hermanos abatidos por las fuerza policiales sin que ningún asesino haya sido inquietado”. Resultado: absolución del rapero.

En 2003, Sarkozy volvió a la carga contra el rapero Sniper por un tema en el que, entre otras cosas decía, “Francia es una puta/ y el sistema nos impulsa a odiarla/ el odio es lo que vuelve nuestro mensaje vulgar/ Jódete Francia bajo la música popular”. Resultado, absolución a petición de la propia Fiscalía.

Grosdidier y 201 parlamentarios de la UMP, el partido de Sarko, presentaron en 2005 querellas contra siete grupos de rap y propusieron la creación de los “delitos contra la dignidad del Estado y de Francia”. Ni la querella prosperó ni tal ley fue votada nunca. Como Grosdidier no lo había captado bien, volvió a interponer querella contra Monsieur R. al año siguiente por su tema “Francia es una puta”. Resultado: absolución.

La diferencia de respuesta es palmaria y ni los vaivenes del Tribunal Supremo en la aplicación de los delitos de opinión -pues tal es su característica- con dos de cal y una de arena para la libertad de expresión, puede compararse con la línea neta de la jurisprudencia de nuestros vecinos en la que las escasas condenas datan de los años noventa, a sendos raperos por canciones como “Sacrifica al pollo” y “Jode a la Policía” que se saldaron con penas de multa.

Jamás en Francia un rapero ha ido a prisión por una de sus letras. La relación de los raperos con la cárcel suele ser la inversa: la han pisado porque proceden de determinados estratos marginales y han tenido o tienen problemas con las drogas o con peleas violentas. No por lo que dicen. No por lo que escriben. No por lo que cantan.

No podemos seguir así. Iba a escribir algo sobre la estupidez de usar el himno nacional para llenarlo de estrofas ñoñas y de una sensiblería poco artística y de la de aplaudirlo como un gran esfuerzo patriótico, pero suceden cosas tan graves que no podemos quedarnos en la anécdota cuando nos la señalan. Aun así, es evidente que los himnos suelen contener estrofas épicas y colectivas que ensalzan valores que pueden considerarse comunes: “temblad tiranos y pérfidos” y no confesiones sobre los colorines de los que cada uno pinta su corazón o sobre el deseo de surtir al planeta de energías renovables. En todo caso ningún mal hace nadie emborronando con una cursilada un símbolo del Estado más allá de provocar sonrojos. Más delito metafórico tienen los que aplauden cada nueva boutade, se llame Tabarnia o himno, por el mero hecho de ser españolista.

Necesitamos un descanso para volver a la casilla en la que estábamos. La derechización del espacio público es tan evidente que sólo un periodo de gobierno progresista podría deshacernos de todas las restricciones de los derechos y libertades que se encadenan para silenciarnos. Este es el problema, que si no logramos volver a hacer crecer ese espacio de tolerancia, el futuro se funde en negro. Y eso debería ponernos tan rabiosos como a los raperos.

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