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Un mundo que nace y otro que agoniza

Javier Gallego

Ha querido la casualidad que coincida la muerte de Adolfo Suárez con la gigantesca Marcha de la Dignidad que el sábado rebosó Madrid, una coincidencia que es metáfora de este momento indeciso en el que lo viejo no termina de morir y lo nuevo lucha por abrirse paso. Allá va el cortejo fúnebre de la Transición con sus luces, sus claroscuros y sus pantanosas sombras. Aquí viene la marea ciudadana con su proceso constituyente bajo el brazo pidiendo a gritos que la vieja guardia se retire y deje vía libre.

Este fin de semana ambas columnas se han cruzado y una vez más hemos podido comprobar que los que cuentan que antes corrían delante de la policía (algunos más que otros), ahora se escudan detrás de los maderos, los que antes luchaban por el cambio ahora se resisten a cambiar. Hemos podido comprobar también que las instituciones, políticas y mediáticas, aún van en el cortejo mortuorio. Ni una palabra del bipartidismo sobre los cientos de miles de manifestantes de la marcha de la dignidad que en la prensa han quedado sepultados bajo el ataúd de Suárez. El viejo régimen homenajea a sus muertos, mientras entierra a sus vivos.

Cierran filas en torno al padre fundador para defenderse del presente con pasado. Ahora le glorifican pero más parece que se glorifican a sí mismos por su “modélica Transición” a la que le debemos como estamos, bueno y malo. El homenaje a Suárez tiene un aire inequívoco a última cena en la que los apóstoles alargan los postres porque saben que cuando termine se acaban los evangelios y no hay dios que les resucite.

Pues conviene recordar que estos apóstoles de la Transición entregaron al que ahora es su Cristo Redentor cuando ya había hecho lo más difícil. La Transición se selló con una traición. Con un beso de Judas. Ahora que le reivindican quienes no quieren dejar paso, yo les arrojaría a la cara las tres fotografías que muestran que Suárez estuvo solo ante la adversidad como nosotros ahora.

Solo en su escaño traicionado por todos, solo firmando su renuncia como presidente y solo frente a las pistolas de Tejero aquel 23F en el que Gutiérrez Mellado, Carrillo y él fueron los únicos que no obedecieron la orden de tirarse al suelo. Solo ante el peligro. Suárez es nuestro Gary Cooper que estás en los cielos. Como Cooper tenía algo de vanidosa ambición, dicen algunos que cierta simpleza pero quizá por eso el arrojo insensato para enfrentarse a las pistolas y sacar al pueblo del atolladero.

En esas tres fotos está la esencia de la Transición: traición, renuncia y valentía. La traición de todos, desde el rey a los socialistas pasando por Carrillo y la derecha, a los hombres que permitieron con su sacrificio el tránsito democrático. La renuncia a llevar la democracia más lejos por miedo a las consecuencias y por un pragmatismo impuesto por la oligarquía que ha sido letal a largo plazo. Y valentía para sacar a España de la caverna en medio de una jauría de lobos.

Ya renunciamos a mucho entonces. Ya hicieron la Transición, ahora hay que hacer la ruptura. Ahora es tiempo de valentías y corajes para llevar la democracia lejos de la lobera sin traicionarnos. No podemos esperar que ningún Suárez nos saque de esta ni que tenga la altura que tuvo aquel para dimitir por el bien de todos. Rajoy, como los anteriores, se aferrará a la presa hasta desangrarnos si hace falta. Pero hay mucha gente en la calle que ya no obedece a la orden de tirarse al suelo.

Una última foto de Suárez, a modo de epílogo, nos habla de que el pasado tiene los días contados. Es la famosa imagen del rey de espaldas alejándose con la mano sobre el hombro del ex presidentedesmemoriado, perdido ya en un laberinto de tinieblas. Ese monarca decrépito que echa el brazo sobre un hombre que ni recuerda quién fue ni lo que hizo son la metáfora de esa Transición senil que se aleja, dándonos la espalda, ensimismada en el silencio del olvido. Acabada.

Pero no termina de irse porque está detenida como en la foto. Así estamos, entre un mundo que agoniza y no quiere morir y otro que quiere nacer y no le dejan. Dejen paso ya, carajo.

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