El conejo de Dalí
Desde la apertura del Centro Georges Pompidou en los años setenta, en París, las colecciones de arte se convirtieron en una atracción de masas y con el paso de los años en un generador de beneficios económicos (no hay más que recordar la exposición de Velázquez en el Prado en 1990, con medio millón de visitas, o la de Antonio López en el Reina Sofía, en 1993, con más de trescientos mil asistentes). En 2012, informa Europa Press, el Pompidou o Beaubourg, como se le llama popularmente en París, ha batido todos los récords, alcanzando los 3,8 milllones de visitantes. Según explican los responsables del museo en un comunicado, el éxito de visitantes obtenidos en estos seis últimos años (en los cuales se ha doblado el número de visitantes) responde al “excepcional programa de exposiciones temporales” que se ha organizado este año. Entre ellas figuran las muestras temporales dedicadas a Henri Matisse, que reunió a 495.000 visitantes; la exposición centrada en Gerhard Richter (425.000 visitantes) o la muestra dedicada a Salvador Dalí, que registra una media de 6.700 billetes al día desde su inauguración, el pasado 21 de noviembre. El Museo Reina Sofía y el Centro Georges Pompidou han organizado conjuntamente esta gran exposición dedicada a Salvador Dalí, que llegará a Madrid el 24 de abril. Como una suerte de Barça-Madrid de la cultura, el Thyssen y el Reina Sofía competirán esta primavera para ver quién gana la liga del arte. Al igual que la burbuja inmobiliaria, que construye y vende a lo tonto con un afán especulativo, podemos decir que hay una burbuja artística que propala el arte masivamente como quien muestra cromos: hacen tragar el arte sin permitir su goce verdadero.
Cuenta Milan Kundera que Dalí y Gala, ya ancianos tenían un conejo en casa, una mascota de la pareja a la que querían mucho. En una ocasión debían emprender un largo viaje y no había con quien dejar el conejo. Un día antes de partir, estaban los dos disfrutando de una excelente comida preparada por Gala hasta que Dalí se dio cuenta de que se estaba comiendo a su querido conejo. Se levantó de la mesa y se fue al baño a vomitar. Pero Gala, escribe Kundera, estaba feliz de que aquel a quien amaba hubiera penetrado en sus entrañas. No existía para ella una realización más perfecta del amor que comerse al amado. En comparación con esta fusión de los cuerpos, el acto sexual le parecía una ridícula cosquilla.
Los grandes centros del arte, convertidos en grandes almacenes, hacen, literalmente, tragar el arte a las masas a cambio de una entrada y a condición de que sea de manera rápida para dar paso al que sigue: fast art. Un forma de relación que entra por los ojos y se depone por el olvido. Demorarse para entender, comprender y quedarse con un sentido de lo visto es como el proceso que lleva alcanzar el goce: una pérdida de tiempo.
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