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Richard Yates, inédito

Paula Corroto/DK

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La dolorosa melancolía, el sueño que podría haber sido y no fue. Las cosas que se nos quedaron en el tintero. Que no dijimos. Y que por eso, todo al final se fue al garete. Años cincuenta, sesenta. Estados Unidos. Irrupción del consumismo, la tele en tecnicolor, los centros comerciales. Y el agobio laboral. Y la comercialización incluso de las relaciones amorosas. Y la revolución sexual. Y el capitalismo. Y la frustración.

Todo esto que es la serie Mad Men estaba ya mucho antes en la obra del escritor norteamericano Richard Yates (1926-1992). Un autor cuyas novelas y relatos son una auténtica crónica del (mal) despertar de la clase media de los Estados Unidos a la era actual. Yates, con Vía revolucionaria, Las hermanas Grimmes, Once maneras de sentirse solo o Cold Spring Harbour, algunos de sus títulos publicados en español, fue el comienzo, y nosotros, sus lectores actuales, podríamos considerarnos el final de esta era neoliberal. Pero estábamos advertidos, al menos por la literatura.

La editorial RBA, que ha editado prácticamente toda su obra en castellano, acaba de lanzar ahora Jóvenes corazones desolados, novela aún inédita en nuestro mercado libresco de este escritor alabado por Richard Ford, Raymond Carver y Tobias Wolf, quien le tachó de “estupendo” y “profundamente melancólico”. Y eso es cierto, y ya se observa desde el título de esta novela en la que Yates retrata la vida de una pareja, Michael y Lucy, que, justo después de la II Guerra Mundial, en los años cincuenta, se desbordan de amor en un principio, para después caer en la más triste desilusión y amargura, propiciada porque nada es del vendemotos color rosa con el que Estados Unidos propagandeó después del gran conflicto bélico. Y, así las cosas, la alegría hay que buscarla fuera del hogar matrimonial. Por supuesto, aquí nadie se salva, ni nadie es peor o mejor que el otro como sucediera con esa April (recuerden esa interpretación de Kate Winslet en la película Vía Revolucionaria, basada en la novela), que acaba medio desangrada por un autoaborto en su salón de la casita de la urbanización soñada.

De lo particular a lo universal, el cronista muestra la falacia de las sonrisas publicitarias de aquella época y cómo ya EE.UU. desbocaba su propio sueño americano. Y lo peor es que nos lo hemos tragado hasta ahora.

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