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Tipos infames

DK

“¿Cuándo nos convertimos todos en tipógrafos amateur expertos?”, se pregunta en Slate Seth Stevenson al reseñar el libro Just my type, de Simon Garfield. Le echa la culpa a Steve Jobs, que puso a disposición del usuario varias opciones de tipo de letra en los primeros Mac. Desde entonces, la fiebre por la tipografía ha alcanzado proporciones inauditas. De hecho, contribuyó a la victoria electoral de Obama, cuya campaña se identificó con el tipo de letra elegida, la Gotham, como analizó en su día The New York Times, http://campaignstops.blogs.nytimes.com/2008/04/02/to-the-letter-born/

Durante aquella campaña, se criticaron las ideas, el peinado y la ropa de los candidatos, pero también, sorprendentemente, la tipografía elegida por cada uno de ellos. Así, la elegida por Hillary Clinton se ridiculizaba como apropiada para una revista literaria dirigida a familias; mientras que la de McCain parecía diseñada para un rancio envase de after shave.

Cuando Ikea cambio la tipografía de su identidad corporativa, de Futura a Verdana, el público no sólo se dio cuenta (lo que ya es sorprendente), sino que discutió con ardor las ventajas o inconvenientes del cambio. Incluso existe una iniciativa para prohibir por ley el tipo de letra Comic Sans y, como acabamos de comprobar aquí http://www.petitionspot.com/petitions/bancomicsans , ha recogido ya más de cinco mil firmas.

Nos parece muy inquietante el generalizado interés en la tipografía, como si, más que lo que dicen las palabras, nos importara ahora el tipo de letra utilizado.

¡Si el buen tipógrafo Pablo Iglesias levantara la cabeza!

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