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No, no duele

Ignacio Echevarría

Se ha publicado en este diario un artículo de Suso de Toro que replica unas declaraciones mías. El artículo destila el resentimiento almacenado por Suso de Toro durante diez años a raíz de una presunta crítica mía. De hecho, a tenor de las últimas palabras del artículo (“¿Verdad que duele?”), se trata, en rigor, de una venganza. Quizá por aquello de que la venganza es mejor servirla en frío. ¡Diez años después!

Y bien, en respuesta a las palabras de Suso de Toro debo decir que yo no escribí la crítica a la que se refiere. El pobre Suso de Toro padece una confusión. La crítica de la que habla la escribió Ernesto Ayala-Dip, y fue publicada efectivamente en El País, en el suplemento de libros Babelia, el 16 de noviembre de 2002. Recomiendo su lectura. Y me apresuro a advertir a los más espabilados que el de Ernesto Ayala-Dip no es uno de mis seudónimos.

No recuerdo haberme expresado públicamente sobre Suso de Toro en mi vida. Entre otras razones, porque –puedo asegurarlo con certeza– nunca he leído ninguno de sus libros. Si alguna vez acaricié el propósito de hacerlo, me disuadió en el camino el hecho de que se aupara oportunistamente a la tragedia del Prestige, haciendo industria del chapapote, y que se convirtiera en lameculos oficial del presidente Zapatero.

En la entrevista a la que se refiere Suso de Toro yo hablaba de la Cultura de la Transición y apuntaba algunos de sus rasgos. Puede que la trayectoria, el talante, la obra y hasta la cara de Suso de Toro sean el más fiel reflejo de lo que ha sido el tipo de escritor surgido de esa cultura. Que este escritor obtuviera el Premio Nacional de Narrativa con la novela de la que habla Ayala-Dip en su crítica resulta deprimente. Y eso que el señor Ayala-Dip nunca se ha distinguido precisamente por su severidad ni por su dureza.

En cuanto a lo que Suso de Toro dice de mi reseña sobre El hijo del acordeonista, de Bernardo Atxaga, se compadece muy mal con la carta que me dirigió a los pocos días de haber hecho yo pública mi renuncia a El País, dando lugar con mi gesto a una sonada carta al director suscrita por un importante elenco de escritores e intelectuales españoles. Me resisto a citar pasajes de una carta personal, pero créanme si les digo que las palabras que Suso de Toro empleaba en ella hubieran resultado reconfortantes y alentadoras para mí si no estuvieran impregnadas de adulación y oportunismo, las dos categorías morales que, al aparecer, mejor maneja este escritor, como se desprende de sus artículos en la prensa.

Vuelvo sobre lo que Suso de Toro dice de mi reseña sobre El hijo del acordeonista. ¿Ha leído bien la entrevista que me hacía este diario? Si lo hiciera con un mínimo de atención y de luces, él mismo podría deducir la respuesta que merecen estas conclusiones suyas: “La novela [de Atxaga] –dice Suso– es política y la crítica de Echevarría también lo es; al escritor le es legítimo hacerlo pero creo que al crítico no lo era: su reseña no es la de un crítico literario sino la de un militante de una corriente ideológica contraria a la del escritor. En resumen, no es ética”.

Vaya, qué listo es este hombre. Y qué buen razonador. Por cierto, ¿sabe decirme en qué corriente ideológica milito? Agradecería el dato.

“¿Verdad que duele?”, me pregunta Suso de Toro al final de su artículo, con la sonrisa satisfecha de quien por fin ajusta cuentas.

Pues no, Suso, no, no duele. La tuya es una venganza equivocada, da risa y pena decirlo. Un resentimiento equivocado. ¡Y alimentado durante diez años!

¿Qué se puede esperar de un tipo así?

En cuanto al asunto del dolor, por cierto, publiqué hace ya mucho un artículo titulado precisamente “Crítica y dolor”, donde reflexionaba sobre el asunto. Lo adjunto a estas líneas para que Suso de Toro tenga algo en lo que pensar y que rumiar durante los próximos diez años.

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